Por Bibi
Pacilio.
(basado en «Elúltimo destello»)
Sherezada no respondió a los
requerimientos del Sultán. Durante mil y una noches, su voz memoriosa se
había adueñado de los pensamientos de su futuro asesino, mas aunque su mudez
cambiaría el rumbo de los acontecimientos, se sumió en un profundo y peligroso
silencio.
—Gentil sultana —le dijo antes
que el rayo entrara por la ventana— tiempo hace que vuestras narraciones me
divierten y han ido apaciguando mi cólera pero no puedo renunciar a la ley
cruel que me impusiera, si tus dulces labios no me entregan el final de tan
atrayente historia…
La doncella solo lo miró y
cayendo con la fuerza del viento sobre la cama esperó con los labios
entreabiertos que el último beso que su boca derramada poseyera el poderío de
sus palabras.
Lo amaba sin saber que aquella
noche sellaría el destino de los hombres que vendrían.
Schahriar, así se llamaba él, no
esperó la claridad del día, tampoco ordenó su ejecución como cuentan las
crónicas de los Sasanidas, solo la tomó en sus brazos y con los
últimos vestigios de la ira consumida le arrancó el corazón con sus propias
manos. Después ordenó colocarlo en un cofre de cristal que acompañó su
tristeza hasta el fin de sus días.
Hacía mucho que no llovía en
Buenos Aires pero para una mujer enamorada el agua que corre por las ventanas
se desliza lenta entre los ojos hasta caer y renacer, sonar y merodear lejos
del tiempo, para caer muy lejos de efímeros instantes.
Abrió la puerta y lo vio
como nunca lo había imaginado, tantas veces imaginado. Estaba helado como
el hielo de sus ojos, azules por supuesto, sin embargo sus manos de mujer no se
negaron a tocarlo. Aquella noche tormentosa, la que nunca fue, ella supo
de sus miedos y él solo esperó el momento para sonreír triste y largamente.
Brindaron por los días que
vendrían, por las manos que al pegarse, una a una, completaban el encanto
de las pieles, entonces él le pidió una historia… “Contame un cuento
que nunca le hayas contado a nadie”, le dijo.
Tal vez si Sherezada le hubiera
dicho al Sultán que los descendientes de Alí Babá nunca encontraron la
cueva, ella hubiera podido vivir un día más y otro y otro… Pero aquella
mariposa que sobrevoló Oriente cambió el destino de los amantes de Occidente y
entonces antes de irse para siempre él la mató. Tomo su corbata percudida y apretó con
fuerzas sobre el cuello de la mujer que amaba, no emitió sonido alguno y
solo cerró la puerta después de verla inerte sobre la alfombra. La misma
que había elegido para hacerle el amor alguna vez, cuando un rayo entró por la
ventana.
Por lo general, las mismas historias se repiten una y otra y otra vez... Y lo bueno es nuestra capacidad de reinventarlas y reinterpretarlas. Creo que en este caso, una historia a través de muchos años ha dado un relato genial. ¡Muy bueno Bibi!
ResponderEliminarEl ayer y el hoy, el pasado y el presente, en perfecta conjunción de romanticismo, drama y muerte. Y el ensueño sobrevolando tus letras.
ResponderEliminarMuy bueno, Bibi.
¡Saludos!
Leyendo me doy cuenta que hasta la muerte pasa desapercibida ,poéticamente permitida.
ResponderEliminarGracias Juan y Pájaro por entrar en este vuelo sin tiempo y sin espacio.
Sherezada del siglo XXI... me sedujo como al sultán. Un delicioso relato de los que sabes escribir. Excelente!
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