miércoles, 23 de enero de 2013

La virgen




Por Laura de la Rosa.




El pasillo tenía la humedad de toda la Mesopotamia junta. Las paredes, que databan de principios del siglo pasado dibujaban historias de años y años. Capas de pintura de diferentes colores, de diferentes dueños, mostraban el transcurso del tiempo, como las paredes del Valle Pintado dibujando el paso de la vida.

Nunca presté atención a lo que me querían contar. El pasillo era turbio y oscuro. Lo veía como parte de un camino a recorrer para llevarme al mundo que me rodeaba. Hasta esa tarde en que las vueltas del destino me dejaron allí, y fue la primera vez que presté atención a todo lo que esas paredes decían.

La imagen que apareció ante mis ojos no me sorprendió al comienzo, solo se veía una mano, pequeña, de niña o quizás una mujer muy joven. Los dedos largos de piel muy blanca daban la sensación de un tersura extrema. Tenía un anillo en el anular y una pulsera de pequeñas piedras. Creí que era una alucinación, algo que formó mi mente luego de estar sentada una hora sin poder abrir la puerta de mi casa, con la mirada fija en las manchas de la pared. Creí que era la percepción de figuras que no existen pero que forman un todo armado, algo así como mirar las nubes y descubrir las imágenes más inverosímiles con forma de algodón de azúcar.


miércoles, 16 de enero de 2013

Los siete enanos






Por William E. Flemming.




Érase que se era, una tierra llamada Sadory. En ella, las gentes eran tan corrientes como lo somos nosotros, pero a diferencia de nuestro mundo, en ella había MAGIA. Un día, una joven morena de curvas sinuosas, Blanca, así es como la llamaba por su piel terriblemente igual a la niebla, iba como todas las mañanas a trabajar.

En Sadory las cosas eran exactas como aquí, por eso todos tenían que trabajar para poder vivir cómodamente como deseaban. Por ello, Blanca consiguió un trabajo en «Los Siete Enanos», uno de los locales más pintorescos y turísticos de la comarca.
Blanca trabajaba en lo que los demás llamaban un peepshow, un lugar donde los enanitos vendían el sexo que era ilegal en otros lugares de Sadory. Todo, ¿por qué?, por el hecho de que sufrieron un ERE en la mina donde trabajaban y no podían sustentarse de otro forma; así que supieron que lo que más dinero les podría dar era EL SEXO. No sabían cómo en todo Sadory a nadie se le había ocurrido; ya que era un invento nuevo. (Recordad que en los cuentos, los niños los trae las cigüeñas...)

miércoles, 9 de enero de 2013

La empresa de Mateo para ganar un corazón




Por Sebastián Elesgaray.


El domingo era el día perfecto para empezar. Para Mateo no habría descanso.

Salió a la calle pensando en Constanza, una idea fija en su mente. ¿Cuánto tiempo había esperado por una señal? Días, meses, años.

En la vereda de su casa vio a su primera víctima. No tenía nada contra él, era su vecino Andrés. Cortaba el pasto con una máquina vieja y ruidosa, en cuero y con la remera atada a la cabeza para protegerse del sol.

Mateo esperó a que pasara una motocicleta y después cruzó la calle. Andrés le daba la espalda, sin saber que estaba a punto de ser atravesado por un cuchillo. El alegre señor de cincuenta y tres años quería terminar cuanto antes su trabajo, para poder entrar y tomarse una cerveza mientras veía el partido por televisión.

Claro que no contaba con su muerte.

miércoles, 2 de enero de 2013

¡Calor!



Por Mauricio Vargas Herrera.



¡Tenemos que salir de aquí! dijo la chica, desesperada. Estaba apoyada contra la ventana, mirando la carretera desierta. Sus manos estaban pegajosas y cuando se separó dejó una huella húmeda sobre el vidrio.

Ya le dije, señorita, que debemos esperar a que se oscurezca dijo uno de los pasajeros Es la única manera de salir sin problemas.
—¡Pero apenas son las doce del día, señor Stevens, y las llantas ya están hundiéndose!
No hay otra opción… a menos que quiera terminar como el conductor. El hombre miró a través de la ventana y los otros doce pasajeros siguieron su mirada. Afuera, sobre el asfalto ardiente de la carretera recién pavimentada, el cuerpo rechoncho del conductor del trolebús estaba boca arriba, inerte, con su piel rostizada por el sol y embadurnada con restos de alquitrán derretido.
Habían advertido que con la llegada del solsticio demoraría mucho más en oscurecer, pero nadie supuso que el calor se convertiría en aquel inefable fenómeno. Los animales habían enloquecido, ya se reportaban algunas emergencias en los hospitales por gente que se desmayaba y moría del calor y en algunas zonas del país se había declarado una repentina sequía de lagos y abastecimientos de agua. Todo estaba a punto de colapsar bajo aquel solsticio infernal. Y la inauguración de la primera línea de trolebuses interestatal no había escapado a aquella pesadilla.