Por José Luis
Bethancourt.
No era una vida fácil para el juglar Rodrigo esto de recorrer los polvorientos
caminos entre León y Castilla, bajo dominación del Rey Fernando, pero no le
quedaba más remedio si quería mantenerse vivo.
Caballero muy admirado en las
cortes del anterior Rey Alfonso pasó a la fama no solo por ser un hábil jinete en
los torneos extramuros sino por haber sido hallado dentro de la recámara de
doña Juana, princesa de Aragón, demostrando su habilidad en tan bella montura.
Sus buenos oficios con la espada le sirvieron esa noche para escapar solo con
algunos rasguños en su pierna izquierda. Desde
entonces su colorido traje y los malabares con los que encantaba a las damas
fueron su medio de vida.
Sin embargo su espíritu inquieto
no se calmaba con estas artes trashumantes, por lo que, sin pensarlo mucho,
estando en Huelva se hizo a la mar el 3 de agosto de 1492 a bordo de una carraca
menor conocida como Santa María.
No imaginaba al zarpar que
pasarían casi cien días de penurias antes de pisar tierra firme, justo cuando
se estaba arrepintiendo de su osadía al emprender este viaje, pero no de haber
estado con la hermosa Juana. Fue el recuerdo de ella lo que mantuvo vivo su
espíritu y la esperanza de que con su alejamiento temporal aquel episodio
quedaría relegado al olvido y podría volver a las cortes.
A poco de desembarcar trabó
amistad con varios miembros del pueblo taino sin que el idioma fuera un
impedimento ya que el baile, la música y el juego de batú brindaban suficientes
momentos para confraternizar.
Rodrigo aprovechaba los momentos de
ocio para recorrer las costas y las selvas en compañía de Cayacoá, un amable
cacique que tenía gran aprecio por este barbudo extranjero tan alegre. Así fue que con el correr de los meses la barrera del idioma dejó de existir y pasaban cada vez más tiempo conversando y respondiendo mutuos interrogantes sobre la vida de cada uno.
En uno de sus habituales
recorridos salió al cruce, desde adentro de una cueva, una criatura, de colores
gris y verde con patas cortas y cola larga. La intriga de Rodrigo dio paso a la
risa y la sorpresa cuando escucho a Cayacoá decir que era una “Juana”
—¡“Juana”! Igual que la bella dama
que espero volver a ver…
—No Juana. “Iwana” —aclaró el
cacique.
—¡Iguana!
—repitió alegre Rodrigo una y otra vez haciendo caso omiso de los intentos de
ser corregido.
Y así fue hasta el día que el
juglar regresara a la madre patria y fuera nuevamente acogido en las cortes de
Castilla y con el beneplácito real contrajera nupcias con su amada Juana.
Sin embargo nunca olvidó a su amigo
de las Indias y deleitaba a su esposa con la historia de la Iguana , ese animalito que
se esconde en una cueva, según se lo relatara Cayacoá:
En un pasado muy lejano cuando los animales eran personas, había una
niña muy hermosa pero de mal corazón. Por haber sido beneficiada con tanta
beldad era soberbia y altanera. Sus manos eran encantadoras y hábiles como
nunca se habían visto pero no hacía otro trabajo que tejer y coser ropa para
ella misma; sin ayudar en nada a su madre y sus numerosos hermanos y hermanas a
quienes trataba con desprecio. Su padre, queriendo darle una lección la
despidió de la casa, dejándole solo lo que se había puesto al levantarse.
Conoció lo que era la pobreza, vivía en la selva y dormía sobre la
hierba. Pero estos contratiempos no hicieron que cambiara su actitud, sino que
se hizo más holgazana Cada noche al
pasar frío prometía levantarse temprano para conseguir materiales y tejer una
manta nueva y coser un vestido. Pero por la mañana con el calor de sol se
quedaba sentada todo el día calentándose con sus rayos y olvidaba la promesa de
la noche anterior.
Al llegar el primer día del invierno buscó refugio en una cueva donde
solían dormir otros animales. Poco después la encontraron muerta por el frío,
cubierta de escarchas. Su padre acongojado por perderla pidió a los dioses que
la convirtieran en un animal. Así fue que con el calor del mediodía salió de la
cueva un feo animalito gris a tenderse al sol para calentarse.
Sin embargo los dioses
conservaron algo de su humanidad y por eso tiene manitos como de mujer,
recordatorio de que no hay que ser egoísta y holgazana con las habilidades que
uno recibió al nacer.
- FIN -
José Luis Bethancourt ha dispuesto que Mauricio Vargas Herrera,
para su cuento corto a publicarse el miércoles 02/01, utilice las siguientes
palabras: 1) solsticio; 2) edredón; 3) trolebús; y 4) mazorca.