miércoles, 28 de noviembre de 2012

Santo Ocho




Por Laura de la Rosa.


Tengo una buena cámara y además tengo un excelente ojo. La capacidad que pueda tener el último de los modelos de una cámara de calidad es diminuta si la mirada del fotógrafo no encuentra la imagen que está buscando.
No veo cosas. No veo personas. Veo solamente fotos.
Fotógrafa tiempo completo en el New York Times, amante de esas redacciones como laberintos donde cientos de amigos y colegas dejan su vida por obtener un Pulitzer. Mi equipo de trabajo es una Nikon D800, un aparato que me permite captar lo que quiera. No voy a ponerme con especificaciones técnicas, sino que voy a resumirlo así, mi cámara es como el chico de mis sueños, el aparato perfecto.
Vivo en New York desde hace dos años, costó adaptarme al estilo de vida de este lugar, tan bizarro algunas veces, tan estructurado otras y sin embargo por primera vez en mucho tiempo me siento casi como en casa.
The Yossi Milo Galery, ubicada en West Chelsea, me propuso exponer a principios de octubre, la idea es entregar una foto por día, ocho días consecutivos, imágenes que expresen lo que siento o sentí durante esos días, la última foto la debo enviar el mismo día de la exposición. La oportunidad es única, solo tengo que encontrar la foto indicada.
Laura de la Rosa
“Todas las fuerzas giran sobre la base del Santo Ocho”
Yossi Milo Gallery is pleased to announce All the forces revolve around the holy eight, an exhibition of color photographs by Laura de la Rosa. The exhibition will open on Wednesday, August 8.
El nombre no surgió de manera casual, cuando el director de la galería propuso esta exposición me dijo que pronto recibiría un mail con algunas indicaciones, ese día entre la correspondencia que habían dejado en la puerta del departamento encontré un sobre gris que adentro tenía escrito lo que daría nombre a mi obra. Claro que ese no fue el mail que yo debía recibir, y tampoco esas indicaciones las seguí, mi exposición tenía que estar vinculada a lo que decía ese sobre, todas las fuerzas giran sobre la base del Santo Ocho, ¿cómo llegó a mí, quién lo envió? eran preguntas que comenzaba a hacerme pero aún no tenían explicación.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

El juego del ocho



Por William E. Fleming.


Al final solo quedamos ocho: Juan, Bibi, Claudia, Mauro, Sebastian, José Luis, Laura y yo. Todos alrededor de una mesa con un tapete verde en lo alto de un edificio. La ciudad sitiada y desierta bajo nuestros pies.
Juan zarandeó en su mano el cubilete, el sonido de los dados jugaba con el eco sordo. Lanzó su interior sobre el pasto, y las cinco figuras bailaron en un vals loco hasta pararse en una de sus caras: todas extrañamente tenían un ojo. Juan nos miró a todos y en su ojo derecho, el único que le quedaba, pudimos ver la resignación.
Con el turno de Bibiana, que le costaba poder mover los cubiletes con el único brazo y apenas tres dedos de su mano izquierda, Juan se despidió y saludó a los presentes en un arqueamiento de cabeza. Los dados bailaron y las figuras que salieron fueron una pierna y lo que parecía el dibujo de un hígado. Al fondo Juan se perdió por la inmensidad oscura de la puerta.
Bibi carraspeó y soltó un pequeño alarido de angustia. Intentó marcharse pero se cayó de la silla y todos pudimos verla cómo se movía en el suelo como un pez coleando fuera del agua, con una sola pierna. Mientras Mauro la recogía del suelo el turno de Claudia se formuló rápidamente, con pericia, sin pestañear, lanzó los dados sobre la mesa. Su resultado hizo que el silencio se apoderara de todos. Su boca inexistente no pronunció palabras, y su ojo de cristal no lloró cuando los dados enseñaron un rojo corazón.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Excusas para matar




Por Sebastián Elesgaray.


Estábamos en el cielo. Todos.
Bueno, en realidad llegamos hasta la azotea.
En Argentina le decimos terraza comentó Juan con una sonrisa.
El editor asintió y devolvió el gesto. Era gordo, bajito, con una pelada que le estaba ganando terreno sin discriminar ninguna parte de la cabeza. Un anillo de oro decoraba su anular derecho. Un prendedor de oro sobresalía de la solapa de su saco. Prendió un habano con un encendedor de oro. Y cuando sonrió, un diente de oro brilló al sol. No supe bien qué pensar, pero sentí un poco de asco. ¿Era necesaria tanta parafernalia? ¿Sería así todos los días o nada más cuando se juntaba por reuniones de trabajo?
Lo que queremos de ustedes dijo en un español atravesado, es que publiquen con nosotros todos sus próximos cuentos. Los que están en el blog ya no sirven, no son inéditos. Pero a partir de ahora nos gustaría que trabajen para nosotros.
Nos miramos entre todos. William se pasó la mano por la barba y levantó las cejas. Sus ojos francos estaban fijos en el editor.
¿Y eso por qué?
Siempre me causó gracia el acento de los españoles y cuando William habló no pude evitar sonreír. Vi que a Laura también le causaba y asentimos en silencio.
Buscamos nuevos talentos. Escritores que rompan un poco el esquema. Estamos un poco cansados de los multimillonarios pedantes que rebalsan el mercado con los palabreríos típicos de quien busca ganar dinero.
Mauro levantó la mano despacio. Temblaba un poco, expresando que no disfrutaba el frío de Nueva York.
Eh… ¿Cómo nos encontró?
Yo no los encontré. Tenemos gente que se dedica a navegar por la web en busca de ustedes.
Pasaje de avión. Alojamiento. Movilidad. Todos los gastos pagos. Era demasiado bueno para ser verdad.
Al lado mío, Juan fruncía el ceño. Parecía concentrado, incluso ido. No lo conocía mucho. En realidad no conocía mucho a nadie, salvo por Facebook. Bibi, Claudia, Laura, Juan, José y yo, todos los argentinos, nos habíamos conocido un poco en el avión. Había compartido asiento con Juan, pero el muy jodido había dormido todo el viaje como si estuviera muy pancho, mientras que yo no podía dejar de morderme las uñas como una colegiala nerviosa por una primera cita.
Che, ¿y por qué una reunión acá arriba? dije.
Juan me miró. Había hecho la pregunta que él quería hacer.