viernes, 25 de abril de 2014

Espejos




Por Claudia Medina Castro.

Pájaro cantando antes del amanecer.

Espejo del baño maquillándonos para salir.
Espejos de los lugares donde nos gustaba bailar.
Espejos retrovisores de Bob, el auto que nos llevaba.
Espejitos de la gente que nos cruzaba.
Espejismos.
Lentes espejados.
Espejos ausentes. Mente ausente.
(Hemos vivido tantas vidas sin querer... Casi tantas como las que vivimos queriendo, a propósito.)

Y si. Gracias a ellos el ambiente parecía enorme.
Nos sentíamos nadar en agua cristalina, riéndonos de todo.

Los demás nos seguían la corriente.
Decían lo que creían que queríamos escuchar.
Y todo resultaba en un tremendo aburrimiento.
Espejos opacos que reflejan lo harto conocido.
(Son mayoría. No reflejan nada. Nada vuelve. Como agujeros negros en una sección seca del universo. Difícil de digerir.)

Seguimos adelante, calculando que la flexibilidad tiene que ver con el reflejo.
Si resulta en la mente, resulta en el cuerpo.
Deducimos que la materia flexible tiene menos posibilidades de ser reflejada, de ser encontrada. O de desintegrase en una copa de cristal vacía.

Atestadas de gente, las paredes del bar apenas mostraban su color.
Claro que había varios (colores), dependiendo de nada en especial.
Espejos repartidos en cuatro de las cinco paredes reflejaban desde casi cualquier ángulo más gente. Más caras.
Todo se multiplicaba.
Uno de ellos, particularmente, contenía a su vez cinco formas diferentes de espejos en un mismo marco.
Otros dos, más grandes y oblicuos se enfrentaban armando un enfrentamiento absurdo.
Uno ovalado miraba fijo a la pared más libre, que en realidad no liberaba nada.

Y sí. Así la vida parecía más grande.
Pero el Mal ya estaba por ahí.
(Siempre estuvo, aunque solo mostraba sus dientes en una sonrisa de foto.)

Lo más notable fue cuando nos alcanzó.
Comenzó por los talones, que empezaron a abrirse en gajos dolorosos y chorreantes, y ya no podíamos caminar normalmente.
Sabíamos que el paso siguiente serían las manos. Y luego el resto de la piel, esa piel que logramos broncear en esos días intensos.
Inmediatamente supimos que la misma situación se produciría en nuestras articulaciones. Ahí nomás empezamos a sentirlas desintegrándose más rápido que nuestro pensamiento.
Cuando nuestros órganos internos, ya casi expuestos, se cubrieron de un vapor denso y amarillo, nos percatamos que estábamos al borde del colapso.
Creíamos que estábamos solas.
Que un mar de incomprensión nos separaba del resto del océano.
Pero no era tan así.
Miles de aguavivas vinieron a reunir nuestros pedazos.
Nos rearmaron con dolor. Mucho dolor. Y tremenda precisión.
Después de mucho tiempo lograron ponernos de pie en un mundo de gelatina, de flan, de arenas movedizas, de incertidumbre.

Somos y seremos sobrevivientes.
Ese mal nos salvó la vida. Nos puso a tono con la eternidad.

El pájaro sigue cantando al fin de la noche.
Y, en sus silencios, balancea su espíritu,
soñando con espejismos
y aguavivas.
.
.


miércoles, 9 de abril de 2014

La otra



Por Bibi Pacilio.

El encargado de la mudanza se lo dijo muy claro, tal vez porque las gotas de sudor habían enrarecido la habitación o porque había llegado el momento de enfrentar la realidad. Lo cierto es que el ropero de roble, había desaparecido de su vida.
Cornelia no se conformó, tampoco derramó ninguna lágrima ni se humilló. Solo le pidió cortésmente a aquel hombre incierto, que al desarmar aquella parte de su vida tuviera sumo cuidado de no romper los cristales. Se llevaría la puerta labrada para que alguna pared de su nueva casa tuviera algún indicio sobre el pasado de su dueña.

Eligió el dormitorio, muy a pesar de que el sueño nunca fue aliado de los espejos. Lo apoyó con cuidado sobre el piso de madera clara que contrastaba con la oscuridad de su marco y cuando estuvo segura que ningún peligro los acechaba, se conformó a pesar de las manchas amarillas que contaminaban la piel de su posesión. Amelia le había recomendado cambiar los cristales. Ilusa ella si pensaba que cometería semejante asesinato.
Aquella noche se sumió en un largo ensueño, sabía que la claridad a veces llega de improviso pero ahora no necesitaba cruzar el horizonte para volver a verse con el cabello desordenado por el viento, imaginando que aquel campito era la ruta perfecta para su bicicleta roja. Estuvo a punto de cortar algunas flores amarillas pero no hubo tiempo porque una voz desconocida interrumpió su letargo. Fue una extraña mañana, una mañana luminosa que de a ratos le parecía interminable. Cornelia sintió ganas de viajar.
Cuando apoyó la cabeza en la almohada se sintió caer, la habitación se pobló de estrellas y su cuerpo se apropió del ave Fénix que había llegado desde muy lejos para revelarle el secreto rojo de sus alas, tan enteras, tan fuertes como su deseo. Fue un largo vuelo.
Noche tras noche Cornelia crecía para volver a sumergirse en esos otros lugares, donde el reflejo de la noche se convertía en el secreto de su nueva vida. Ya no extrañaba la sonrisa ancha que su boca dibujaba ante la sorprendida mirada de sus pares. Hasta las lágrimas parecían haber sucumbido a la alquimia de los colores y se dejaban ver sin transgredir la tristeza ni la risa.
—Nunca te lo dije pero cuando te vi con ese pelo rubio y los labios pintados de rojo me hiciste acordar a la mujer de mi padre —le dijo una vez a Amelia mientras desayunaban—. Ese día te odié.
—Debe ser por eso que nos hicimos amigas —le contestó la rubia con cara de preocupación.
No valía la pena contarle que ya no importaba, que hasta le gustaba el helado de chocolate, que tenía ganas de aprender a bailar.
Cuando le tocó el turno al amor, la habitación se volvió roja como el planeta desconocido. Sus pechos crecieron y sus caderas se bambolearon en la cama como si lo estuviera esperando desde siempre. Por primera vez después de tantas noches el olfato cobró vida y el aroma de una piel conocida se adhirió a su piel. El río sucumbió al mar en aquellos otros ojos que adentro de los suyos estallaron en una melodía infinita. Los labios apretados, que en vano intentaron atrapar la noche para que dure solo un poco mas. Las sábanas revueltas y ella, vulnerable por primera vez.
El café le trajo el sabor de los infieles y por primera vez después de tantas noches, tuvo miedo. Miedo de que los ángeles vuelen hacia atrás, de que todo sea como real. Miedo a que el destiempo ganara la batalla.
Cornelia avanzó sigilosamente hacia su habitación, respiró hondo con la vista fija en el atrapasueños que ondulante parecía conocer a la perfección su travesía, se acostó sobre la cama como si sus músculos antes tan volátiles, se hubieran entumecido de repente y esperó.
Cuando la mujer de cabellos blancos le tendió su mano, no rehusó. Escuchó el viento que soplaba desde la ventana, cerró los ojos y se entregó.
El espejo apoyado sobre el piso de madera clara la devolvió a la vida.