miércoles, 24 de abril de 2013

Mara




Por Claudia Medina Castro.
(basado en «Mara»)

Guerra.
El fin del mundo.
El Apocalipsis.
El fin de los tiempos.
¿Otra vez?

Mara recorría los ambientes en busca de silencio total.
Hasta en el living octogonal que estaba justo en el centro del departamento oía voces lejanas que parecían venir de la alfombra añil, o tal vez de sus propias paredes.
¿No alcanzó con la última masacre, en la que se mutilaron sin piedad  entre vecinos? ¿Entre familia?
Ya quedaban pocos y aislados. Pero todavía quedaban. No eran gente. Eran aglomerados de genes estancados, ingrávidos e inmutables, capaces de cualquier cosa para apoderarse del espacio y de las ideas ajenas.
De las ideas principalmente.
Esa compulsión esquizoide no pudo erradicarse con el Apocalipsis. Continuó esparciéndose por contagio y los afectados andaban diseminados por lo poco que quedaba de la ciudad.
Luego, el agua salada. Todo el mar y sus Dioses implacables alrededor de la enorme isla de cemento, verdosa de humedad.
Entonces Mara se encerró en los altos. Quería conservar ciertas ideas que la inspiraban para seguir viviendo.
Con el afán de olvidar el horror que sus propios ojos atestiguaron, cultivó ideas de Amor y Tolerancia, ideas de Generosidad y Comprensión.
Sabía que serían envidiadas hasta el crimen, obviamente incluyendo sus estadios anteriores; léase maltrato, agresión, calumnia, insultos y demás degradaciones.
Envidia que ya hacía rato era moneda corriente. Tan corriente como los riachuelos de sangre en los que los animales resbalaban, hasta que el tiempo los fue secando y convirtiendo en unos fósiles más.
Hasta la serenidad era perseguida. Y ni hablar del silencio, o la creatividad…
Lo que pocos llegaron a saber, es que esas ideas que ella protegía y alimentaba con pasión eran inspiradas por esos ojos grises que el viento le traía cada noche…

miércoles, 17 de abril de 2013

El último destello




Por Bibi Pacilio.
(basado en «Elúltimo destello»)

Sherezada no respondió a los requerimientos del Sultán. Durante mil y una noches, su voz memoriosa se había adueñado de los pensamientos de su futuro asesino, mas aunque su mudez cambiaría el rumbo de los acontecimientos, se sumió en un profundo y peligroso silencio.
—Gentil sultana —le dijo antes que el rayo entrara por la ventana— tiempo hace que vuestras narraciones me divierten y han ido apaciguando mi cólera pero no puedo renunciar a la ley cruel que me impusiera, si tus dulces labios no me entregan el final de tan atrayente historia…
La doncella solo lo miró y cayendo con la fuerza del viento sobre la cama esperó con los labios entreabiertos que el último beso que su boca derramada poseyera el poderío de sus palabras.
Lo amaba sin saber que aquella noche sellaría el destino de los hombres que vendrían.
Schahriar, así se llamaba él, no esperó la claridad del día, tampoco ordenó  su ejecución como cuentan las crónicas de los Sasanidas, solo la tomó en sus brazos y con los últimos vestigios de la ira consumida le arrancó el corazón con sus propias manos. Después ordenó colocarlo en un cofre de cristal  que acompañó su tristeza hasta el fin de sus días.
Hacía mucho que no llovía en Buenos Aires pero para una mujer enamorada el agua que corre por las ventanas se desliza lenta entre los ojos hasta caer y renacer, sonar y merodear lejos del tiempo, para caer muy lejos de efímeros instantes.

Abrió la puerta y lo vio como nunca lo había imaginado, tantas veces imaginado. Estaba helado como el hielo de sus ojos, azules por supuesto, sin embargo sus manos de mujer no se negaron a tocarlo. Aquella noche tormentosa, la que nunca fue, ella supo de sus miedos y él solo esperó el momento para sonreír triste y largamente.
Brindaron por los días que vendrían, por las manos que al pegarse, una a una, completaban el encanto de las pieles, entonces él le pidió una historia… “Contame un cuento que nunca le hayas contado a nadie”, le dijo.
Tal vez si Sherezada le hubiera dicho al Sultán que  los descendientes de Alí Babá nunca encontraron la cueva, ella hubiera podido vivir un día más y otro y otro… Pero aquella mariposa que sobrevoló Oriente cambió el destino de los amantes de Occidente y entonces antes de irse para siempre él la mató. Tomo su corbata percudida y apretó con fuerzas sobre el cuello de la mujer que amaba, no emitió sonido alguno  y solo cerró la puerta después de verla inerte sobre la alfombra. La misma que había elegido para hacerle el amor alguna vez, cuando un rayo entró por la ventana.

martes, 9 de abril de 2013

Ojos rojos


Por William E. Fleming

Sí, ahí lo vi.
Al despertar en la noche con sus ojos rojos mirándome en la soledad. El miedo paralizaba mi cuerpo, que sin poder apartar mis ojos de aquellos rubíes –danzando en la noche– hice lo imposible para no ser devorado. Saqué mi revólver de la mesa y disparé a la oscuridad perlada. Para comprobar entre los fogonazos de luz, la sonrisa marchita de un niño. Mi hijo, su traje de Halloween y una careta de luces en los ojos.

lunes, 8 de abril de 2013

No sé parar la sangre



Por Sebastián Elesgaray.


Me dijo que no lo toque, pero yo le puse un pañuelito descartable sobre la herida.
Es que cuando lo conocí estaba sangrando.
Su mano transformada en un puño, la sangre chorreando por los nudillos y los dedos hasta la muñeca. Le recorría el brazo como si lo acariciara, y caía en gotas lentas que armaban un charco pequeño de un color indescifrable. Las luces destellantes no dejaban notar el rojo.
Una zapatilla blanca pisó el charco, y a partir de ahí las cosas se revolvieron un poquito.
¿Un poquito?

domingo, 7 de abril de 2013

Muerte inminente



Por Mauricio Vargas Herrera.


—Te llegó tu hora. Te lo advertí cuando insististe enfrentarte conmigo.
—Deme otra chance. Deje que le muestre mis habilidades. Una vez más. Por favor.
—Solo era una oportunidad, lo sabías bien, y fallaste. No eres el oponente que busco.
—Entonces perdóneme la vida, por esta vecesita.
—¡Estaría traicionando mi condición!
—Solo una excepción y ya. Se lo pido.
—Está bien. —Lo meditó un momento. Luego dijo—: Organiza las fichas. Aquí no ha pasado nada.

sábado, 6 de abril de 2013

Éxodo



Por José Luis Bethancourt.


Todos tenemos un momento en la vida en que los caminos se bifurcan, en los que una sola decisión puede afectar las cientos que aún no se han tomado, como si fueran fichas de dominó.
Aquí estoy, esta mañana, con esa extraña sensación de no tener raíces ni futuro. No tengo vínculos con mis padres y mis hermanos, ni amigos entrañables. Pero tampoco estoy cómodo con mi soledad.
El otoño está próximo y en estos parajes solo significa más viento, constante, insoportable, crispante. Y polvo, omnipresente, que se cuela por las rendijas hasta llegar a mi ropa interior.
Definitivamente debo hacer algo. No puedo seguir en esta inercia con el peso de saber que estos han sido los diez peores años de mi vida. ¿Vida? Solo es una forma de llamar a mi rutina de respirar, comer, dormir y recorrer los cerros en espera de alguna señal.
La cápsula realmente está muy bien diseñada y durante las semanas previas a la catástrofe me felicité por mi decisión de tomar esta misión un decenio atrás. Porque cuando uno es joven piensa que lo será siempre y el optimismo corre en sus venas. Somos invencibles.
Ya no me siento joven, aunque no soy viejo tampoco. Por lo menos tengo la oportunidad de hacer algo y no terminar en la cabina de criogenización como ellas. Pobres ilusas.
Cuando cierre la puerta ellas ya no existirán ni miraré atrás. Solo queda salir al paisaje gris y emprender la marcha. Debo decidir cuál de los dos caminos tomar y comenzar la partida de dominó.

jueves, 4 de abril de 2013

Mara




Por Claudia Medina Castro.


Mara rezaba para que no fuera cierto.
Esos ruidos y rumores nuevos no podían indicar otra cosa más que vecinos nuevos.
En esos días se acordó de sus rezos de antaño, los que desempolvó y revivió con fuerzas, impregnando las paredes empapeladas con su voz.
No estaba lista para eso. Nunca lo estuvo.
Hacía años que disfrutaba su solitaria vida en el Edificio conocido como “…el del Viento Maldito”, vaya a saber por qué. «Tal vez por su color», pensaba. «Grises son los ojos del diablo,  grises como tu olor», cantaba.
Como heredera de una familia demasiado tradicional y ya demasiado muerta, lo eligió entre varias de sus propiedades sin atisbos de duda. Jamás imaginó que a esa altura tendría que soportar una guerra…

miércoles, 3 de abril de 2013

El último destello



Por Bibi Pacilio.


Al principio lo confundió con un ladrón, pero nada parecía faltarle; pensó entonces que aquel hombre que había entrado por la ventana después que un rayo se posara sobre su oído izquierdo, era apenas un intruso, no se conformó y lo vistió de mago.
Cuando le arrancó el corazón no gritó, solo se arriesgó a un susurro que aletea a veces los días perdidos y en noches de tormenta, infinito lamento, sobrevuela el cielo con alas de viento.
Desde aquella noche, en la que un extraño asesinó con sus manos la última mariposa que habitaba el oriente, una mujer alada busca el amor perdido en Occidente.