Por Claudia Medina Castro.
El cielo está
morado.
Morado claro.
Como el día
en que me repartí
en no sé cuántos estratos.
Quisiera que
me cuentes
lo que te
dicen tus tripas ardientes.
Y lo que tu
voz muda suelta en una sola nota
que estalla
en la razón.
Tengo pensado acribillarte en un espejo blanco
del que no
podrás volver.
Tengo mil
voces ocultas, esperándote,
cuyo designio
ya no puedo acallar.
Tengo también
una piel,
que suena
como creamfields.
Derrite hasta
los espacios ciegos.
Aunque siga
sin entender.
¿Cómo es que
seguís latiendo
en venas que
ni recuerdo?
Estoy lejos,
tan lejos,
que me siento
avergonzada.
No puedo
dejarte ir
porque no
podré volver.
Creo, seguiré
así, repartida,
sin la
conciencia de estar.
Y aunque tus
tripas se hielen,
y tu voz muda
se calle,
yo voy a
seguir latiendo.
Desde el
aire.
.
.
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