miércoles, 15 de octubre de 2014

Ciego amor




Por José Luis Bethancourt.


"¿Hay razón en el amor?"

"Seguramente en el mundo hay muchos locos ignorados por los cuerdos, o por otros locos que se consideran cuerdos, o por esos cuerdos que cada tanto cometen una locura.

   ¿Quién puede decir quién está loco o quién es el cuerdo? ¿Acaso no es lo mismo uno que otro? ¿Hay justicia en la ley? ¿Hay razón en el amor?"

Todas esas cosas pasaban por la cabeza de Iván mientras recorría en su bicicleta aquel sendero. amanecía y la brisa húmeda y fresca golpeaba su rostro enrojecido. Se alejaba de los acantilados donde había pasado toda la noche junto a ella.

Ni siquiera recordaba su nombre, o su rostro, o desde cuándo la conocía. Pero no podía quitar de su vista ese vientre blanco y suave que abierto por la hoja de su navaja parecía florecer, a borbotones. Luego como en un jump-cut de un film de Tarantino la mano con las largas uñas con esmalte Dior asomando de la arena.
Llegó a despacho en Tribunales impecablemente arreglado como todos los días. La silla detrás del escritorio de su primer asistente estaba vacía y el teléfono sonando. Apoyó el maletín en el piso y tomó el auricular.

"Hola, sí, habla el Juez Rosseau." Hizo una pausa para escuchar a su interlocutor. "No, Leticia no vendrá hoy, se tomó unos días de licencia." Un rápido saludo y colgó el auricular.
Observó la pila de carpetas apiladas al lado del teléfono. Ojeó la agenda de ella y abrió los cajones uno por uno. El sonido de un frasco rodando lo sobresaltó. Hacia el fondo del último cajón yacía acostado un frasco de esmalte de uñas; "Dior – Perlé – 187" rezaba la etiqueta.

Era la tercer asistente en el año que ocupaba este escritorio, pero nadie daba mayor importancia a estos cambios de personal porque el Juez tenía un buen ojo a la hora de elegir mujeres y su fama de solterón empedernido cuadraba con esas bellezas jóvenes, sin escrúpulos y eficientes que recibían el título de “secretaria” pero que todos imaginaban que satisfacían a su Señoría en ciertos menesteres.

Y no se equivocaban en que él hacía uso de todo lo que ellas podían ofrecer. Cada una de ellas había mostrado desde el primer momento que estaban allí para hacer carrera a cualquier precio. Y Leticia no fue la excepción pero tenía un plus: era estudiante de antropología forense y despertó la curiosidad de Rosseau en la psiquis de los criminales que había estado juzgando todos aquellos años.
“Todos tenemos el potencial de matar porque todos queremos crear, y el quitar la vida a otro es también un acto de creación y muchas veces estos asesinos han ayudado a que haya un balance en el universo. No todas sus víctimas han muerto inocentes”.
Los pilares de su ética tambaleaban, estaban siendo socavados, su descanso era perturbado por imágenes de aquellos que había condenado y sus víctimas “no tan inocentes”. ¿Hay justicia en la ley?
Cuando aquella noche en la casa del acantilado ella lo desafió “Hasta que alguien no muera por tus manos no serás completo” el supo que la amaba irremediablemente, que nunca más iba a pensar en otra mujer así, ni tendría paz.
Al terminar de cubrir con arena esa mano inanimada, esa sensación de estar enamorado lo embargaba completamente y se sintió en paz. "¿Hay razón en el amor?"

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