Por José Luis Bethancourt
y Florencia Saade.
(basado en la canción «Jijiji»)
Estaba
sentada con las manos sobre las rodillas y el cuerpo muy rígido. A su lado, el
oficial Rivarola leía unos expedientes. Ana estaba hundida en un letargo,
lejana y perdida, hasta que se puso de pie de un salto.
Miró con ojos desorbitados al hombre que,
asustado, se incorporó también.
—Pude recordar —dijo ella en un susurro
inaudible. Levantó la mirada, y sus fríos ojos denotaban terror. Tomó por el
brazo al detective que la miraba atónito, y comenzó a relatar.
—Por favor señorita, toma asiento y comience
otra vez desde el comienzo.
—Sí, lo intentaré. —La chica se sentó, con
la vista fija en la mesa, y comenzó a relatar—. Recuerdo con claridad cuando
Sofía conoció a ese tipo en un club de salsa. Morocho, alto. Tenía buen cuerpo.
Salieron un par de meses, ella parecía estar feliz. De él no podría decirse con
claridad; parecía estar siempre de buen humor, pero nunca hablaba de sus
cuestiones personales.
»Ese día de julio, hacía un frío terrible,
Sofía insistía en que quería darle una sorpresa. Le preparó trufas de chocolate
para llevarle a la academia, donde Mike —así decía llamarse— daba clases hasta
bien entrada la noche.
—Le voy a pedir que por favor me narre
primero qué fue, concretamente, lo que sucedió esa noche. Luego me contará
sobre esta persona que usted considera como sospechoso.
La chica lo miró a los ojos, y suspiró
profundo. Puso sus manos en las rodillas y continuó.
—Había quedado con mis compañeras del Call
Center en ir a comer algo, hasta temprano nomás, porque también trabajo los
sábados. Invité a Sofía, pero me dijo que prefería quedarse en el departamento
y dormir temprano.
—¿A qué hora salió del departamento?
—A las nueve y media. Y cuarenta y cinco, a
más tardar.
—Ajam. Siga. —El oficial anotaba todo en
una libreta negra.
—Salí y me encontré con dos amigas. Tomamos
por avenida Santa Fe. Habremos hechos cuatro cuadras, no recuerdo bien, cuando
recordé que una de las chicas me había pedido prestado un vestido. Me había
comprometido, entonces le pedí a las otras dos que me acompañen de nuevo al
departamento.
—¿Ellas accedieron rápidamente?
—Creo que sí. No recuerdo. La cuestión es
que volvimos.
—¿Cuánto tiempo considera que transcurrió
entre que salió y volvió? —El oficial levantó la mirada y la clavó en los ojos
de Ana. Era el dato más importante para dar con el asesino.
—Media hora. No más de eso.
—¿Sus amigas subieron?
—No, les pedí que esperen abajo para ir más
rápido. Tampoco quería hacer ruido y despertar a Sofía si estaba durmiendo.
En ese momento la puerta de la sala de
interrogación se abrió y desde afuera una mujer hizo gestos al oficial Rivarola
para que se acercara. Hablaron brevemente y el oficial se retiró del
interrogatorio, mientas la mujer entraba y se sentaba frente a Marcela.
—Buenas noches señorita Estévez, soy la detective
Méndez de Homicidios. Sé que está cansada y obviamente lo que ha pasado la ha
alterado pero necesito hacerle algunas preguntas.
—Sí. Lo entiendo. Adelante…
—Según su declaración usted salió de su
departamento entre las 21:30 y las 21:45, luego de eso se encontró con dos
amigas y regresó al departamento una media hora después a buscar un vestido.
Eso la sitúa en el lugar a las 22:15 ¿correcto?
—Sí, supongo que sí…
—El operador del 911 tiene registro de que
su llamada de auxilio fue a las 22:30. ¿Podría explicarme por qué demoró tanto
para hacer la llamada?
La observación de la detective sobresaltó
visiblemente a Marcela, aunque trató de controlar sus nervios, y titubeó al
intentar responder.
—Es que… yo… ¡traté de reanimarla! Intenté
hacerle respiración boca a boca… y ¡estaba muy asustada! ¡No lo recuerdo bien!
—Tal vez esto le ayude a recordar —dijo la
detective mientras desplegaba sobre la mesa las fotografías de la escena del
crimen donde se veía a Sofía en una extraña pose tendida sobre la alfombra con
los ojos abiertos y grandes manchas de sangre donde había sido acuchillada
—¡Oh! ¡Dios! ¡Es horrible! ¿Por qué me
muestra esto? ¿No vi ya suficiente?
—Creo que no. Estoy segura que nos oculta
algo. La puerta del departamento no fue forzada, lo que muestra que fue abierta
por la víctima a alguien que ella conocía o fue abierta por alguien que tenía
la llave. Y yo me inclino por la segunda opción ya que encontramos el juego de
llaves de Sofía dentro de su bolso...
—¡Tal vez la fue a ver Mike! ¡Le dije al
oficial Rivarola que ese tipo me daba desconfianza!
—Marcela, hice mi tarea y mientras usted
hacía actuación con el oficial Rivarola yo estuve conversando con Mike aquí al
lado. Y me contó una historia muy interesante de una morena argentina que
conoció hace un par de años en su país. Fue por ella que decidió dejar Cuba y
venir a Buenos Aires. Pero al llegar a Argentina no pudo encontrarla. Los datos
que ella le dio eran falsos.
—¿Y eso que tiene que ver con la muerte de
Sofía? Ella nunca viajó fuera de Argentina.
—Pero usted sí, Marcela. En Julio de 2010
usted estuvo una semana en Cayo Largo, que casualmente era el lugar de
residencia de Mike Pérez, profesor de danza. Y además…
La frase de la detective Méndez fue
interrumpida por el ingreso a la sala del oficial Rivarola.
—Dígame, oficial.
—Sus sospechas fueron confirmadas
detective. No hallamos el celular de la víctima ni el arma homicida.
—¿Y el registro de llamadas?
—Aquí están: de la compañía celular y de la
línea telefónica.
—Okey. Ahora hablaremos de eso. Gracias, oficial.
¿Podría pedir a alguien de Policía Científica que se acerque con su equipo de
toma de muestras?
—Enseguida, detective.
Una vez que se marchó Rivarola, la
detective Méndez continuó con su interrogatorio
—Como le decía, estoy segura que conoció a
Mike hace tres años en Cuba, pero claro que entonces usted era morena, más
delgada y aún no se había realizado cirugías. ¿Tuvo algo que ver que la
relacionaran con el caso de narcotráfico de la agencia de modelos, aunque no
fue imputada finalmente?
—¡Eso es el pasado! ¡Y no pudieron probar
que yo estuviera involucrada! —respondió desafiante Marcela.
—Pero puedo probar que sí está involucrada
en este homicidio. ¿La ropa que tiene puesta es la misma que usaba anoche,
cuando dice que encontró a Sofía asesinada?
—Sí, sus amigos policías no me permitieron
ir a cambiarme.
—¿Y cómo es posible que no tenga ninguna
mancha si se apoyó sobre el cuerpo de su amiga para tratar de resucitarla?
En ese momento la puerta se abrió por
tercera vez y entró el técnico de Policía Científica.
—Vino justo a tiempo. Necesito que tome
muestras para determinar ADN y presencia de químicos. Todas las posibles. No va
a oponerse a eso ¿verdad, Marcela?
La sospechosa accedió con resignación
mientras el técnico meticulosamente revisaba sus manos, ropa, cabello y extraía
muestras de su boca con un hisopo. Los reactivos instantáneos dieron positivo
por sangre bajo las uñas.
—Ahora puede explicarme por qué se cambió
la ropa. Y voy a precisar que entregue su bolso al oficial.
De forma lenta y deliberada descolgó el
bolso de su hombro y lo aferraba fuertemente mientras lo apoyaba en la mesa.
—Le cuesta desprenderse de él, ¿verdad?
¿Acaso vamos a encontrar el arma homicida, o el celular de Sofía, o ambas cosas
dentro de ese bolso?
—¡Ahí lo tenés, perra! —gritó furiosa
Marcela terminando por arrojar violentamente el bolso contra la detective—. ¡Sí,
yo la maté! ¡Mike no comprendió las razones de mi desaparición ni de mis
cambios! ¡Ni de todo lo que tuve que hacer para estar otra vez juntos! Cuando
me detuvieron en la aduana y estuve a punto de ir a la cárcel fue porque a
Sofía le encontraron droga en el equipaje.
»Como creí que éramos las mejores amigas no
la dejé sola. Y luego me hice los pechos y empecé a teñirme siempre de rubio y
hasta engordé un poquito para ayudarla y darle apoyo cuando quiso alejarse de
su antiguo círculo de amigos drogones.
»Solo ella supo de mi aventura en Cuba con
Mike, que era el amor de mi vida. Le conté todos los planes que hice para que
él pudiera venir a Argentina y quedarse. Hasta que un día descubrí que ella
aprovechó todo lo que le conté para estar cerca de Mike y a través de viejos
amigos y contactos lograr que se estableciera.
»Entonces juré que me vengaría y
recuperaría a Mike sin importar lo que costara. Pero nada sirvió, ni mis
lágrimas, ni contarle la verdad. Porque nunca me creyó. Estaba enceguecido con Sofía.
Nunca supe qué le vio a esa flacucha mosquita muerta…
—Oficial, creo que ya oímos suficiente.
Proceda, por favor.
—Queda arrestada por el asesinato de Sofía
Gómez. Póngase de pie con las manos en la espalda.
En ese momento comenzó a sonar un celular. La
llamada venía del bolso de Marcela.
—¡Es el tono de llamada de Sofía! ¡No puede
ser! ¡Estoy segura de haber arrojado el celular en un contenedor de basura! —exclamó
lívida de terror.
Rápidamente la detective, tomando el bolso
con unos guantes descartables, vació su contenido sobre la mesa. Una libreta,
llaves, pañuelo, monedero, cosméticos y un celular manchado con sangre, cayeron
desordenadamente.
El celular ya no sonaba. Era el de Marcela.
En el display se mostraba un aviso de mensaje de voz.
—Queremos escuchar ese mensaje Marcela,
revíselo poniendo el altavoz para que podamos oírlo.
Con manos temblorosas Marcela marcó el
número del buzón. Con claridad espeluznante la risa y voz de Sofía desafiaba:
—¡JiJiJi! ¡Tampoco así será tuyo!
Pero que buena historia!
ResponderEliminarme encanto tu blog,
me he unido a tu familia de seguidores.
saludos desde: http://aishhiiteru.blogspot.com.ar/
Mi blog es nuevo.
Excelente, José, Florencia.
ResponderEliminarUna historia policial manejada de impecable manera, de principio a fin. Los lectores, claro, agradecidos: imposible desengancharse de la trama.
El final, asimismo, sorprende con su llegada y te deja boquiabierto. Macabro.
En fin, me encantó.
¡Felicitaciones!
jijiji!!! un perfecto policial, digno de csi...
ResponderEliminarbien hecho jlb!!! los felicito!!!
salutes!!!