Por Laura de la Rosa y Darío Cuda.
(basado en la canción «Luzbelito y las sirenas»)
“Y dijo el Señor a Satán: ¿De dónde
vienes tú?
Y respondió Satán: He dado la vuelta por la
tierra”
1-
Nacer en este día, justo en este día, un día de festejos. Como tantas otras cosas que no elegí, yo no elegí esto. Ni ser el Goliath de este falso David, ni tus miradas de reojo, ni los festejos de un nacimiento que no es el mío, ni ser el hijo de mi padre, ni recibir este nombre que me condena desde la naturaleza misma de mi concepción.
Nacer en este día, justo en este día, un día de festejos. Como tantas otras cosas que no elegí, yo no elegí esto. Ni ser el Goliath de este falso David, ni tus miradas de reojo, ni los festejos de un nacimiento que no es el mío, ni ser el hijo de mi padre, ni recibir este nombre que me condena desde la naturaleza misma de mi concepción.
Y el mundo me teme, y sus miedos me dan
risa... Su llanto desesperado al solo verme me da risa; jamás se posaron un
segundo sobre sus propias vidas, antes de juzgar mi nacimiento, mi
instinto depredador, mi herencia.
Soy quien soy... aunque no te guste y esta
soledad heredada va a acompañarme el resto de mis días. La eternidad. No la
quiero, no la necesito ni la deseo soportar. Pero es, existe y ella
también es quien hizo que sea quien soy. Esta parece una de esas veces en
las que no tenés más remedio que leer las reglas, aceptarlas y jugar.
Como si se tratara de una ruleta rusa en la
que sabés que nunca te va a tocar la bala en el tambor (Recordá mi nombre, nací
para quedarme y no para desaparecer, aunque supliques, aunque ruegues y
aunque hoy tu mañana se haya teñido de festejos que sencillamente olvidás
los otros 364 días del año).
Podría pasarme el día escribiéndote mis
deseos, diciéndote cómo tenés que hacer para evitarme, para evitar que mi
nombre, además de la mía, sea tu condena... pero hoy festejás un
nacimiento y entonces... tal vez esa tarea, tengas que aprenderla solito...
2-
Rodó en su cama con la idea fija en su cabeza, el final no es más que el inicio de algo nuevo. Es el principio. Llegó a la conclusión que más bajo no iba a poder caer, pero sin embargo sintió que el precipicio no era más que la única alternativa para salir de esta angustia, que ya no tiene más alma para perforar.
Siempre sostuvo que para empezar cualquier
cosa hay que empezarlo limpio.
Se levantó de su cama, ya revuelta y se
dirigió al baño. Abrió la canilla de la ducha y esperó que el vapor inundara la
pequeña habitación. Apenas tocó el agua, un escalofrío se apoderó de ella.
La lluvia la relajaba. Dejó caer litros sobre su cabeza, y sintió el
bautismo antes del fin de sus días.
Luego de un rato, cuando ya no existía en
ese baño ni una sola gota de agua caliente, se dirigió a su habitación y se
preparó para salir.
Abrió su placard, y cientos de prendas se
presentaban ante sus ojos; una colección de los zapatos más caros que hacían
pareja con las carteras correspondientes. Debería vestir bien en esta
noche de fiesta, la noche más esperada del año.
Sabía que como todos los años, ella iba a
ser la protagonista, pero ese protagonismo ya no le importaba.
"Soy una pobre rica", dijo en voz
baja, mientras combinaba el pantalón con una camisa de seda que había sido
regalo de una nueva diseñadora. "Lo que daría por salir con el pelo
mojado, pero imagino las tapas de mañana".
En un par de minutos y luego de una
llamada, una chica jovencita golpeaba la puerta; traía en su bolso el kit
necesario. Mientras le secaba el pelo y se lo dejaba más lacio de lo
imaginable, ella repasaba en su cabeza las palabras que debía repetir.
Agradecer a todos los presentes, hacer un
balance del último año, repartir sonrisas como si importaran.
Antes de bajar las escaleras, ojeó la casa.
Era hermosa de verdad y decorada con tan buen gusto. Lamentó no haber sido ella
quien hubiera elegido las cosas. Ni siquiera su casa le resultaba propia.
Tomó las llaves de su auto y sin embargo
decidió ir caminando. ¿Cuánto será, ocho cuadras?
Se respiraba el aire de diciembre, pesado,
caliente... la calle estaba repleta de gente, eran días festivos, y se notaba
en todos lados.
Empezó a caminar tratando de encontrar al
menos una cara conocida en los transeúntes, pero nada. Los que caminan por la calle
no son los que suelen frecuentarla. Con la gente simple que desea tomarse
una cerveza en un bar no suele vincularse, aunque le gustaría.
No pudo definir el motivo, pero unas
cuadras antes de llegar al hotel donde iba a desarrollarse la fiesta, frenó.
Paró un taxi, se subió y le dijo "¿me llevas a San Telmo por favor?"
Sabía que en unas horas todo cambiaría, y
quería comenzar su nueva vida borracha. El taxista la miró fijo a los ojos a
través del retrovisor, no solían mirarla a los ojos, "vamos",
dijo.
"Lo conozco de algún lado",
pensó, mientras en la radio comenzaba a sonar la música.
3-
Acomodé el espejo para verla a los ojos. Tanto tiempo girando Buenos Aires acá arriba y tuve la necesidad de ver quién tomaba un taxi un día como hoy, a esta hora. Por un instante creí sentir que esta idea de salir a trabajar hoy no había sido tan mala.
¿Quién musicaliza esta radio? ¿Justo esta
canción? ¿Justo hoy?
―¿Te molesta si subo el volumen mientras te
dejo en San Telmo? ―Supe instantáneamente que había preguntado una estupidez,
pero no encontré otra forma de entrar.
Me miró nuevamente por el retrovisor y
volvió su cabeza hacia la ventanilla para mirar las luces de la noche de hoy,
apoyó su codo en el posabrazos y su mentón sobre su puño, bufó como si le hubiese
molestado mi comentario y no contestó. Seguí mirando el retrovisor; por el
reflejo que se generaba en el vidrio la vi sonreír.
―¿Tomo eso como un sí?
Sin moverse volvió a mirarme por el espejo
llevando sus ojos casi hasta el rabillo para luego volver su mirada hacia
afuera.
Subí el volumen, la oscuridad de la canción
me movía, me llevaba a lo más profundo de mi soledad, a la que ya había
aceptado como destino, como implacable condena.
Mis ojos se iban cada vez más seguido al
espejo. Esperaba un gesto, un movimiento, una palabra, un suspiro, algo que me
permitiera abrir el camino para arrancar con mi batería.
Estaba inmutable. Su lacia y rojiza
cabellera apenas se movía con la pesada prisa que el aire que entraba desde la
ventanilla le permitía.
Entonces sucedió... una lágrima, cristalina
como sus ojos y opaca como el maquillaje que iba corriendo en su camino, de
pronto empezó a caer por sus mejillas.
―¿Te molesta el viento? ¿Querés cerrar el
vidrio y enciendo el aire? ¡Sería una pena que tengas que corregir tu
maquillaje!
Bajó su mano (que seguía sosteniendo su
mentón), y cerró la ventanilla. Lo difícil es explicar su mirada en exactamente
ese momento.
―Demasiadas coincidencias ―dijo―. No tengo
ganas de escuchar que mi destino es de soledad ―continuó.
―Bueno, al menos, no naciste con la carga
de ser la hija de... y nacer el día de...
―Mejor no sigas, no sé si querés escuchar,
no sé si tengo ganas de continuar.
Como buscando complacerla (nos estábamos
acercando demasiado a San Telmo y no quería ver cómo se perdía entre la gente)
cambié de radio buscando otra opción.
―¿Podés volver a la canción anterior, por
favor?
―Puedo hacer eso, y puedo hacer mucho más ―contesté―.
Me pregunté si serías alguna de mis sirenas... ―Recuerdo que sin dudarlo,
sonreí.
Volvió a su posición anterior, promediaba
la canción junto con el viaje.
4-
―Estamos llegando ―le dije cuando nos encontrábamos a un par de cuadras de la plaza y vi como sorprendida buscaba dinero en su cartera.
―Gracias por el viaje y la canción.
Bajó del taxi con la elegancia que imaginé que tenía, mientras la miraba irse pensé en lo poco que encajaba en ese lugar.
Caminó con la frente en alto, ignorando los chiflidos de los chicos que
sentados en la plaza se tomaban unas cervezas. Me di cuenta que ella caminaba
sin rumbo, y sentí la urgencia de no dejarla ahí.
―Es una presa fácil de cazar, pero no voy a
regalársela a ningún otro cazador.
Estacioné a un par de calles, y volví al
lugar en donde la había dejado, tenía la certeza que ella iba a estar ahí esperándome.
No fue difícil ubicarla. Estaba sentada en el pasto, escuchando la música que
salía de la ventana de algún bar.
―Disculpá el atrevimiento, pero algo me
dijo que no podía dejarte acá sola. ¿Estás bien?
Al parecer mi aparición no la sorprendió,
me miró como esperando que viniera a rescatarla.
―Hace años que no converso ―susurró
mientras su mirada se perdía en el pavimento―. Hace años que nadie me pregunta
qué me pasa, qué siento, si estoy bien o mal. Si extraño, si me duele el alma.
Hace años que no me divierto.
―A veces es mejor eso, a un falso interés,
¿no? ―le dije mientras me sentaba a su lado y le ofrecía un cigarrillo.
―El falso interés es cosa de todos los
días. Tengo las mejores amigas que me rodean por el falso interés. Vas a ver
que en unos minutos el teléfono no va parar de sonar.
―Supongo entonces que deberías estar con
ellas.
―Suponés bien. Si en un par de horas no
aparezco, o no contesto mi teléfono, un operativo que ni te imaginás se va a
desplegar en la ciudad buscando a esta señorita que tenés enfrente.
―Guarda, guarda, ¿no te parece que me estás
dando demasiada información? No sabés quién soy, quién te dice que no sea un
estafador o un asesino. Se nota que no estás muy acostumbrada a hablar con
extraños.
―¿Y cómo sabes si no es eso lo que estoy
buscando?
―¿Un estafador? ―pregunté sabiendo que ella
hablaba de otra cosa.
―Un asesino.
―Perdón que me ría, pero das el clishé de
la pobre chica rica que se cansó de su vida perfecta y como tiene miedo de
suicidarse, está buscando quien lo haga por ella.
―Y vos das el clishé del que cree que la
plata hace a la felicidad.
―Estás loca flaquita ―le dije mientras le
sonreía―. ¿No tenés ganas de que vayamos a otro lado?
―¿Qué tenés para ofrecer?
―Vamos viendo, tengo un auto, tiempo y
ganas de una noche distinta.
Mientras caminábamos al taxi le pregunté su
nombre.
―¿Cómo te llamás flaca?
―Me llamo Lilith ―dijo, ante mi sorpresa.
Todo se mezcla esta noche, pensé, por
suerte ella no preguntó mi nombre, creo que no habría podido mentir esta vez.
5-
Caminamos en silencio entre los empedrados las dos calles que nos separaban del auto. El ruido de la noche era suficiente.
Como si las palabras sobraran, como si el
tiempo estuviera de más. El resto de la ciudad no nos veía, pasaba entre
nosotros con sus bromas a gritos, su ruido de botellas y a carcajadas.
Caminó esas dos cuadras apenas un par de
pasos delante mío, y cada tanto giraba su cabeza por sobre su hombro para
asegurarse de que estuviese allí.
Caminé esas dos cuadras con una palabra
retumbando incesante mis oidos. Lilith, era lo único que escuchaba. ¿Sería nada
más que una casualidad?
Volví a verla sonreír en un par de esos
giros. Sentí por un segundo que todo aquello que rondaba por mi cabeza un par
de horas atrás, había finalmente terminado.
Llegamos al auto, se paró en la puerta
trasera derecha esperando que desactivara la alarma y las puertas se
destrabaran.
―¿Vas a volver a ser mi pasajera? ―dije
esperando una negativa como respuesta.
―¿No se supone que tu destino te divierte? ―contestó
sin dudar (creí un momento que estaba esperando exactamente esa pregunta de mi
parte).
―Será, pero también es cierto que suelo
empecinarme en torcerlo ―le respondí.
Me paré frente a la puerta delantera
abriéndola y en un ademán la invité a sentarse a mi lado.
Aceptó sin siquiera contestar. Mientras
cerraba la puerta, tuve la necesidad de preguntar, sabiendo que no iba a
responderme al menos hasta que estuviera en mi lugar.
―¿Y cuál es el origen de tu nombre? ¿O
quién lo eligió para vos? ―le pregunté.
Cerré la puerta y rodeé el auto por
delante, mirándola firmemente a los ojos durante todo mi trayecto; en sus ojos,
sabía que estaba esperando que me sentara para contestar, y en su mirada se
notaba que su respuesta, estaba lista para salir de sus labios.
Subí y encendió la radio. Cambió de emisora
hasta que volvió a aparecer otra vez la misma canción (a veces, los operadores
se ponen de acuerdo en las bromas, pensé).
―¿Por qué te importa saber eso? ―me dijo.
―Supongo que no es por importancia, sucede
que es la primera vez que escucho tu nombre, y me pareció interesante
escucharte contarme su historia ―dije con mi mirada clavada en la suya.
―¿Nunca antes habías escuchado a nadie con
mi nombre?
―No, jamás, al menos, no que recuerde.
Salimos con destino cercano, pensaba en
Madero y sus luces, y entre mí sonreí en cuanto pensé en el nombre de alguna
diosa egipcia. "Esto es demasiado" recuerdo que me dije.
Se mantuvo en silencio unos minutos, otra
vez su mano sobre su mentón y sus ojos sobre las luces de la avenida.
Todavía no entiendo por qué tuve que respetar justo ese semáforo, por qué me detuve ante la luz roja.
Abrió la puerta, y mirándome con tristeza,
dijo:
―Me sorprende que preguntes, justo vos, que
heredaste el nombre de tu innombrable padre. Feliz cumpleaños. ―Y se despidió
con un beso en la mejilla.
Bajó del auto, dejé de verla de pronto casi
como si se hubiese desvanecido y la perdí para siempre.
Brillante, Laura, qué buen relato.
ResponderEliminarLleno de mitología, con los demonios que nos rodean desde el inicio de los tiempos escondiéndose en las pieles de seres humanos elegidos al azar.
Muy bien manejado el suspenso de toda la trama, ese ir y venir entre los protagonistas donde el lector no puede imaginar qué pasará.
Y con un final abierto que nos deja pensando qué habrá sido de esos dos. Seguro siguen entre nosotros, sin dudas.
Muy bueno. Felicitaciones para vos y Darío Cuda.
¡Saludos!
Qué par de pájaros! me gusta como escriben, me gusta cuando escriben juntos. Beso
ResponderEliminarMuchas Gracias a todos, por permitirme participar de este juego.!
ResponderEliminarUn abrazo para todos.
El Sir
me atrapan las historias oscuras. y la escribieron de fábula!
ResponderEliminarun placer leerlos, lau y don sir!!!
Perfecto!
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