Por Laura de la Rosa.
El pasillo tenía la humedad de toda la
Mesopotamia junta. Las paredes, que databan de principios del siglo pasado
dibujaban historias de años y años. Capas de pintura de diferentes colores, de
diferentes dueños, mostraban el transcurso del tiempo, como las paredes del
Valle Pintado dibujando el paso de la vida.
Nunca presté atención a lo que me
querían contar. El pasillo era turbio y oscuro. Lo veía como parte de un camino
a recorrer para llevarme al mundo que me rodeaba. Hasta esa tarde en que las
vueltas del destino me dejaron allí, y fue la primera vez que presté atención a
todo lo que esas paredes decían.
La imagen que apareció ante mis ojos no
me sorprendió al comienzo, solo se veía una mano, pequeña, de niña o quizás una
mujer muy joven. Los dedos largos de piel muy blanca daban la sensación de un
tersura extrema. Tenía un anillo en el anular y una pulsera de pequeñas
piedras. Creí que era una alucinación, algo que formó mi mente luego de estar
sentada una hora sin poder abrir la puerta de mi casa, con la mirada fija en
las manchas de la pared. Creí que era la percepción de figuras que no existen
pero que forman un todo armado, algo así como mirar las nubes y descubrir las
imágenes más inverosímiles con forma de algodón de azúcar.
Me acerqué y me di cuenta de que había
algo debajo de tantas capas de pintura. Busqué en mi cartera una lima de uñas y
comencé a sacar las pequeñas costras. La
sorpresa fue mayor. A esa mano le seguía un brazo y a ese brazo lo cubría una
túnica celeste.
Una emoción profunda se apoderó de mí,
siempre tuve la sensación de que mi vida había sido infortunada, nunca las
cosas salían como quería. Estaba sola desde la adolescencia, sin padres ni
hermanos, el amor no me había correspondido como yo lo había hecho, el trabajo
era una esclavitud bien paga, los días transcurrían uno a uno y no era feliz.
Pero en ese momento sentí por primera vez que había sido elegida para algo, y
era encontrar la imagen que se escondía ahí, la imagen que esperaba, la imagen
de La Virgen.
Pasé días sin comer, encerrada en ese
pasillo, quitando uno a uno los pedazos que cubrían esa obra de arte. Con la
dedicación exclusiva que se le otorga a una tarea divina. Los primeros días el
trabajo era más fácil, luego el cansancio y la debilidad me dificultaban la
tarea. Pero yo seguía allí, con mi empresa en marcha, esperando terminar ese
gran milagro.
Pasado cuatro o cinco días, apareció
por el pasillo un joven vestido de policía, me llamó por mi nombre, lo miré y
asentí con la cabeza. Me dijo algo de una denuncia de vecinos que se preocuparon
al verme ahí desde hacía varios días.
Quise explicarle que estaba por una
misión, que bajo las capas de pintura de esas paredes, había aparecido la
imagen de María. Me miró asombrado y miró asombrado la pintura. Supongo que no
entendió porque a los pocos minutos se fue.
Yo seguí abocada a mi labor. Tenía
descubierto todo el brazo derecho, la cabeza con la túnica que la envolvía, se
veían las siete estrellas de la corona y su rostro con la mirada clara, que me
miraba y me daba la paz que hacía mucho no conseguía. Había descubierto también
el manto y el rosario entre sus manos. Solo faltaba el lado izquierdo y sus
sandalias.
No sé si fue parte de mi imaginación o
la razón no me estaba jugando una buena pasada, pero de pronto empecé a recitar
cosas que nunca antes había aprendido. De repente, venían a mi mente
conocimientos muy arraigados a lo religioso que nada tenían que ver conmigo,
que fui una escéptica toda la vida.
“Las
siete estrellas de la corona simbolizan los sacramentos de la iglesia y se
expresan a través de las virtudes de María, la humildad, generosidad, castidad,
paciencia, templanza, caridad y diligencia.”
“El
manto significa confianza, María nos promete protección.”
“Su
túnica blanca simboliza el apostolado.”
Sin quererlo, sin poder manejar mi
imaginación, me encontré en el pasillo, recitando como loca esos fragmentos y
pidiéndole a Dios, un Dios al que culpé de mis múltiples desgracias, que me dejara
terminar con esa obra. Mi desesperación era cada vez mayor, faltaba el final e
iba a poder apreciar la magnitud de su belleza.
Pero fue ahí cuando aparecieron. Eran
alrededor de seis. Uno de ellos, el policía con quien había hablado. Decían
cosas como, quedate tranquila, no va a pasarte nada. Primero quisieron sacarme
la lima, me negué, era mi única herramienta. Intentaron que los acompañara, me
jalaban de los brazos, y yo no quería. Se acercaron todos juntos y me trataron
de arrastrar por ese pasillo. Yo gritaba, —¡María, María… ayúdame María!— Y me
quedaba petrificada en el lugar. Decían que estaba mal, nerviosa y sabían que
hacía días que no me movía de ahí. Que me tenía que ir a otro lugar a
alimentarme y que ellos me iban a ayudar a estar bien.
Traté de que entendieran que tenía que terminar, que la virgen
necesitaba que la sacara a la luz, que esto era un nuevo milagro. Y solo
respondían que en la pared no había nada.
¡Cómo no hay nada! —gritaba yo cada vez
más nerviosa— ¡Miren, miren, es la imagen de la virgen!
Pero ellos me miraban serios y volvían
a repetir, «no hay nada Patricia».
Fue ahí cuando lo comprendí. Solo yo lo
podía ver. Tenía un don que pocos podrían entender. Sentí una brisa fresca que
me impulsó a entregarle la lima a uno de los hombres, los miré a los ojos y los
perdoné mientras recorría esos metros hacía la calle y me subía a la ambulancia.
Podrán decir que mi vida fue
infortunada, que la razón se me nubló y que para muchos estoy loca. Pero solo
yo sé que esa tarde la imagen de María me tomó de la mano. Y desde entonces
tengo la certeza de que vine al mundo por una misión.
- FIN -
"...ese es el estado al cual el misticismo reduce a la humanidad; un estado en el cual en caso de desacuerdo el hombre no tiene ningún recurso excepto la violencia física..." (Ayn Rand)
ResponderEliminarMuy intenso, Lau. Me gustó la fijación del personaje con esa pared, con como día a día tiene que avanzar para descubrir algo que probablemente surja solo de ella.
ResponderEliminarLa incertidumbre, el suspenso, la agonía interior de la protagonista están tan bien diagramados en tus letras, que es imposible no parar de leer hasta llegar al final de "La virgen".
ResponderEliminarAngustiante relato, con un final fantástico que nos muestra que la fantasía se vuelve realidad, y que la voluntad todo lo puede.
Me gustó mucho, Laura.
¡Saludos!
Hermoso amiga y muy por el contrario no fue angustia lo que me trasmitió sino una inmensa sensación de felicidad, esa que se siente mientras las capas de pintura caen y se tiene la certeza de que debajo hay algo único!!! ME ENCANTOOOOO!!! un relato pleno, misterioso y muy pero muy tuyo!!! besosssssssss
ResponderEliminarme encantó lau!!! una historia con magia... más la magia de tus precisas palabras.
ResponderEliminarbravo nenaa!!
Contiene tantas lecturas .
ResponderEliminarHoy tengo baja mi capacidad de fantasía y veo la historia triste de una chica con esquizofrenia, y me recuerda a todas éstas personas que debido a sus creencias se exaltan ante casos como la virgen del pan tostado. Y lo casual de un manchón lo convierten en hecho sobrenatural.
De gran visualidad fílmica son todas tus imágenes.
Excelente descripción.