miércoles, 2 de enero de 2013

¡Calor!



Por Mauricio Vargas Herrera.



¡Tenemos que salir de aquí! dijo la chica, desesperada. Estaba apoyada contra la ventana, mirando la carretera desierta. Sus manos estaban pegajosas y cuando se separó dejó una huella húmeda sobre el vidrio.

Ya le dije, señorita, que debemos esperar a que se oscurezca dijo uno de los pasajeros Es la única manera de salir sin problemas.
—¡Pero apenas son las doce del día, señor Stevens, y las llantas ya están hundiéndose!
No hay otra opción… a menos que quiera terminar como el conductor. El hombre miró a través de la ventana y los otros doce pasajeros siguieron su mirada. Afuera, sobre el asfalto ardiente de la carretera recién pavimentada, el cuerpo rechoncho del conductor del trolebús estaba boca arriba, inerte, con su piel rostizada por el sol y embadurnada con restos de alquitrán derretido.
Habían advertido que con la llegada del solsticio demoraría mucho más en oscurecer, pero nadie supuso que el calor se convertiría en aquel inefable fenómeno. Los animales habían enloquecido, ya se reportaban algunas emergencias en los hospitales por gente que se desmayaba y moría del calor y en algunas zonas del país se había declarado una repentina sequía de lagos y abastecimientos de agua. Todo estaba a punto de colapsar bajo aquel solsticio infernal. Y la inauguración de la primera línea de trolebuses interestatal no había escapado a aquella pesadilla. 

No hacía más de tres horas, el trolebús número siete quedó varado en la mitad de la nada. El carril exclusivo estaba recién terminado y aún brillaba el reluciente color negro del alquitrán, pero algo había sucedido la catenaria y había dejado de suministrar electricidad a los vehículos. El aire acondicionado falló y con todos los vidrios sellados, el calor no demoró en apoderarse del interior del trolebús. El conductor llamó a la línea de emergencia, tomaron su caso, pero le dijeron que tendría que esperar, pues en la ciudad se estaban presentando emergencias mayores que tenían prioridad. Entonces sugirió salir y esperar en la carretera si no querían morir ahogados en el interior del vehículo.
Las puertas del trolebús se abrieron y la corriente de aire caliente fue recibida con alivio por los pasajeros. Hubo espacio para un poco de humor.
Con este calor, podemos asar alguna mazorca mientras tanto dijo señalando el cultivo que se extendía frente a ellos.
La gente rió y esperó a que el conductor descendiera del trolebús, pero solo pudo avanzar unos cuentos pasos antes de quedar pegado. El hombre trató de liberar su pie torpemente, pero el zapato estaba totalmente adherido al alquitrán. «¡Quíteselo» le gritaron desde el interior del bus, pero el conductor era un tipo grande, pesado, y resultó verdaderamente difícil agacharse para aflojarse el calzado. Entre respiro y respiro, el conductor liberó un pie y lo apoyó sobre el zapato pegado mientras se ocupaba de su otro pie; luego, descalzo, quiso caminar hacia el borde de la carretera y cuando puso sus pies sobre el alquitrán ardiente lanzó un alarido. Sus pies se hundieron en aquella superficie derretida y el hombre, sin dejar de gritar, perdió el equilibrio y cayó para no levantarse jamás. Luchó por recuperarse, pero solo logró revolcarse en ese fango viscoso y caliente, quemándose la piel y rostizándose hasta fallecer bajo el imponente sol. Ahora estaba tendido en la carretera, a pocos metros del trolebús, como una advertencia que el mismo calor hubiese sentenciado. Y del cultivo, que ya había sufrido la inclemencia del clima y ahora presentaba un notable color marrón, salían algunos cuervos a merodear el cadáver y arrancar unos buenos trozos de piel rostizada.
Desde el incidente ya habían transcurrido siete horas. Eran las nueve de la noche y nadie se había reportado. El aire que entraba por la puerta era escaso y tibio y el sol parecía no querer marcharse. Las llantas de caucho del trolebús de habían derretido y ahora se hundían completamente en la carretera.
Debe de haber alguna manera dijo un joven sentado al fondo del trolebús sin camisa. Sería ridículo que nos hundiéramos con trolebús y todo.
—No la hay —intervino de nuevo Stevens. Había decidido tomar el liderazgo de la situación—. Si conoce alguna, dígamela, joven, y todos le estaremos muy agradecidos.
—No me hable así, Stevens. —Se levantó rápidamente apuntándole con el dedo—. No sé quién le dio la autoridad para que dispusiera las cosas aquí, pero ese maldito pesimismo suyo no nos está llevando a nada. Si quiere ser el líder, será mejor que sirva para algo si no quiere ser comida para cuervos junto al conductor.
Stevens le dio una bofetada.
—Es mejor que se quede sentado allá al fondo, Keneth, y ojalá con la boca cerrada.
El joven se lanzó contra Stevens y empezó a golpearlo. Luego lo apartaron y ayudaron a Stevens a ponerse de pie ydijo en voz alta:
—Escuchen. La parte inferior del trolebús ha desaparecido bajo el alquitrán derretido y se seguirá hundiendo. Solo tendremos que esperar a que se haga de noche y listo. El aire se enfriará y podremos esperar tranquilos a que el alquitrán se endurezca para salir sin problemas. Hay que tener paciencia.
La gente parecía aprobar la idea de Steven, pero Keneth levantó la voz desde el fondo del trolebús. Intentaron retenerlo para evitar una pelea, pero solo se subió a uno de los asientos y todos voltearon a mirarlo, incluso Stevens, irritado.
—¿Cómo pueden creer todo lo que dice este imbécil? Hey, Stevens, ¿tú qué sabes de lo que está pasando? Ya son las nueve de la noche y todavía tenemos sol. Esto no es normal. No sabemos cuánto va a durar.
—Se llama solsticio. No hay nada de raro en ello —afirmó Stevens desde el otro lado del trolebús.
—Sé lo que es, lo dijeron en las noticias. Pero estoy seguro de que cuando dijeron que anochecería un poco más tarde, no se referían precisamente a que a las nueve de la noche el sol estuviera aún sobre nuestras cabezas. Miren el cielo: son las nueve de la noche y parece que fuera mediodía. El calor no ha amainado, estamos deshidratándonos aquí adentro, como unos idiotas, sudando y desesperándonos. Nadie se ha asomado por estos lados desde que el conductor reportó el accidente y ni piensen que va a suceder ahora. Ni siquiera sabemos lo que está pasando en la ciudad. Los celulares ya no tienen señal, el maldito trolebús no tiene radio y no podemos ni siquiera cruzar la carretera. No sé qué están pensando, pero no me pienso quedar aquí a esperar a que anochezca. Ni siquiera sé si va a suceder, y antes de que esta carretera nos devore enteros, pienso salir de aquí por mi propia cuenta.
Keneth esperó un poco de apoyo, pero la gente no dijo nada. Stevens dejó ver una sonrisa triunfal en su rostro.
—Perfecto —dijo Keneth. Bajó de la silla y cruzó el autobús. Adelante, al pie de la puerta, recibiendo el poco aire caliente que circulaba, estaba la señora Farmwood con su bebé—. Disculpe, señora Farmwood, ¿me puede prestar eso que tiene allí? —dijo señalando bajo del asiento—. Eso que parece un edredón. Si no la necesita, claro.
La señora Farmwood agarró la manta que tenía arrumada bajo ela siento.
—No es un edredón, es una manta. Está sucia. Nicholas tuvo un pequeño accidente cuando lo estaba cambiando, usted sabe. ¿Le sirve así?
Keneth la recibió amablemente.
—No importa, está perfecta. Gracias.
—¿Piensa irse?
—Lo intentaré. ¿Se me une?
La señora Farmwood lo pensó por un momento. El pequeño Nicholas los miraba a ambos con inocencia infantil y les sonrió. El pobre tenía la cabeza mojada del sudor.
—Creo que esperaré.
Keneth asintió y regresó al fondo del trolebús, se puso la camisa, guardó el celular en el bolsillo y se dirigió de nuevo a la puerta. La gente siguió todos sus movimientos y Stevens parecía divertirse con la situación.
Se detuvo en el primer escalón.
—Muchas gracias por la manta, señora Farmwood. —Acarició la cabeza sudorosa del bebé—. Hasta pronto, Nicholas.
Keneth bajó hasta el tercer escalón y examinó la situación. La gente se pegó a las ventanas para observar la osadía del joven. Estaba a unos diez metros del borde de la carretera. El conductor no había podido avanzar nada y allí estaba, muerto, mientras dos cuervos sobre su pecho le pellizcaban la cara. Tendría que hacerlo muy rápido. Extendió la manta y calculó el tamaño, luego la puso sobre su hombro, se aflojó bien los zapatos, tomó impulso y saltó. Sintió cómo el cemento cedía bajo sus pies, se apresuró a extender su pie izquierdo para apoyarse con las piernas abiertas hasta donde más podía, luego extendió la manta frente a él, sacó el pie derecho, lo puso sobre ésta y sintió el abrasante calor en la planta y cómo el alquitrán comenzaba a tragárselo. Sacó rápidamente el pie izquierdo de su zapato para apoyarse sobre la manta completamente, pero cuando su cuerpo reposó sobre un solo pie, perdió el equilibrio. Cuando iba a caer se impulsó hacia el lado y se apoyó con sus manos sobre el cadáver del conductor, pero su mano se hundió en la carne en descomposición del vientre, los dos cuervos alzaron vuelo y golpearon a Keneth en la cara, perdió toda estabilidad y cayó. Sintió que su piel se quemaba al contacto del alquitrán derretido. Gritó. Intentó levantarse, pero su ropa que había adherido y se dio cuenta que no había forma de salir de allí, a tan pocos pasos de estar a salvo.
Dentro del bus, Stevens se dirigió a los pasajeros.
—Esperaremos al anochecer.
Y los pasajeros decidieron esperar, y vieron los dos cuerpos en la carretera descomponerse por completo sin dejar de ver la luz del sol.



- FIN -



Mauricio Vargas Herrera ha dispuesto que Sebastián Elesgaray (Pájaro y Oso y Liebre y Pez), para su cuento corto a publicarse el miércoles 09/01, utilice las siguientes palabras: 1) motocicleta; 2) azafata; 3) sacrosanto; y 4) cultivo.

6 comentarios:

  1. Genial!!! Felicitaciones Mauro por este relato que me hizo transpirar!!! Besossssss

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  2. Excelente Mauro, no puedo evitar esbozar una sonrisa, aquí donde vivo es natural el sol a las 9 de la noche, claro está que no hace una temperatura tan grande, pero hay días que a las diez hemos dicho ya es hora que anochezca no?
    Excelente.
    Un beso

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  3. Muy bueno Mauro! La impaciencia no es buena consejera aunque el calor desespere!.

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  4. Tuve la oportunidad de leer este relato en un día como hoy, cuando la sensación térmica es de 30°C aproximadamente, y la verdad que hubo una clara identificación... ¡Me muero de calor!
    Muy bueno Mauro, saludos.

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  5. uf. mauro .. es muy fuerte este relato para estos días de ciudad y trenes....
    me quedo con la intriga del final .ayy .
    salutes !

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  6. Atrapante relato, Mauricio.
    Sabés mantener la intriga y el suspenso durante toda la trama, y uno se queda pegado a la pantalla de la PC intentando dilucidar cómo se resolverá (¿se resolverá...?) el dilema, y qué será de los infortunados protagonistas.
    Excelente, me encantó.
    ¡Saludos!

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