Por Bibi Pacilio.
Homenaje a Roberto Fontanarrosa.
"De mí se dirá posiblemente que soy un
escritor cómico, a lo sumo. Y será cierto. No me interesa demasiado la
definición que se haga de mí. No aspiro al Nobel de Literatura. Yo me doy por
muy bien pagado cuando alguien se me acerca y me dice: me cagué de risa con tu libro". Roberto Fontanarrosa.
La
verdad es que si el Pitufo no me lo decía, nunca me hubiera dado cuenta que el
tipo se sentaba ahí, todos los días a la misma hora, medio tapado por la columna
con cara de nada y un par de tazas de mate cocido en saquito que siempre dejaba
por la mitad, no sé si por la cantidad de azúcar que le ponía, el Zorro se tomó
el trabajo de contar los sobrecitos rotos una de esas tardes, o porque andaba
con la billetera floja. Vaya uno a saber. Tampoco nos hubiéramos enterado que
se la pasaba mirando la punta de sus zapatillas Topper si no fuera porque al
Sordo se le puso en la cabeza que lo buscaba a él, “el hombre pierde las mañas
pero no las culpas” lo increpó el Peluca y Marcelita volvió a las pistas de los
recuerdos mientras los demás le echábamos, muy de vez en cuando, una relojeada
al individuo, no porque nos interesara mucho su presencia pero siendo vecinos
de mesa y en estos tiempos…
—Fijate
que casi ni levanta la vista del suelo —me apuntó Beltrán que siempre fue muy
observador y la verdad que el tipo parecía medio escondedor.
—Para
mí que está vigilando a alguna minita
—No,
muchachos, con esa cara de pelotudo lo único que puede vigilar es la telaraña
que le cuelga al mentón del Nano. ¡Cómo les gustan los cuadros a los arácnidos
estos!
La
cuestión es que el hombre siguió firme en su puesto y nosotros sin escatimar
personajes (la mayoría siniestros) ya no teníamos dudas que lo estaba haciendo
a propósito. Raro que nunca nos dirigiera una mirada, teniendo en cuenta
(humildemente) que siempre fuimos el centro de atención, “galanes al fin” y
conste que el título nunca nos resultó pesado pero este tipo que encima se
metía la uña en la oreja para escarbar no sé qué cosa, parecía como caído del
catre, porque al cielo, doy fe no lo conocía ni de lejos.
Cuando
apareció la negra Marisa ,
me acuerdo que esa tarde llovía para el campeonato, la mandamos a moverle un
poco el culo, a ver si lo despabilábamos un poco pero nada, ni una torsión de
cabeza, ni una gotita de transpiración, ni un agrandamiento de iris. O era puto
o no tenía sangre en las venas, porque mirá que resistirse al culo de la negra
no era cosa que se veía todos los días.
—Lo
voy a seguir —dijo el Pitufo agarrando el impermeable arrugado del suelo y
dispuesto a todo.
—Hermano,
mirá cómo llueve —intenté convencerlo sin mucho énfasis porque cuando al Pitufo
se le ponía algo en la cabeza no había con que darle—. ¿Te parece?
Nos
quedamos mudos, Beltrán miraba el reloj y yo me pedí otro cortado. Ni siquiera
los bolazos del Francés que se había sentado hacía un rato buscando a no se qué
fotógrafo nos movieron el piso. El tipo había doblado por calle Santa Fe, el
Pitufo atrás. La suerte estaba jugada. Si era un espía de la lepra, un
periodista encubierto, un asesino serial o un marido corneado no tardaríamos
mucho en averiguarlo y por supuesto tomar el toro por las astas. Tendríamos que
montar guardia de a uno, ocuparle la mesa todos los días y a toda hora,
mantenernos unidos cueste lo que cueste. ¡Un código secreto que no pudiera
descifrar! Eso… ¿Cómo no se me había ocurrido antes?
Hernán
se empezó a preocupar después de dos horas y una fila interminable de pocillos
vacíos.
—¿Y
si llamamos a la policía? No tendríamos que haberlo dejado ir solo y… ¿Si el
tipo está armado? —Pálido y ojeroso, calculo que de tanto café, nunca lo vi así
y me contagió el cagazo.
—Esperemos
un poco más y no nos separemos. Tendría que avisar en casa que hoy voy a llegar
un poco tarde… Los amigos primero… ¿Y Gordo?, traeme un tostado y una birra… Me
dio hambre.
La
gente salía por la ochava como si nada pasara. Desaparecían sin saber que
afuera uno de los nuestros se estaba jugando la vida por todos. Nunca voy a
olvidar esa noche. Hasta el culo de Marisa parecía un punto perdido en el
horizonte.
Cuando
el Zorro se paró en seco y se fue a hablar con el dueño, me temblaron las
piernas. Habíamos jurado y perjurado que no le íbamos a contar nuestro secreto
a nadie pero no lo pude parar y haciendo un esfuerzo sobrehumano por leer los
labios de ambos me di cuenta que el morocho abriendo los brazos sabía a la
perfección quién mandaba acá.
—¿Qué
te dijo, Zorro?
—Que
hagamos uso, muchachos. El bar ha sido tomado por los galanes.
Como
a las 02.00 dejó de llover y por suerte los celulares dejaron de sonar. Hernán
seguía llorando no sé si por el destino de nuestras vidas o porque esa noche
dormía afuera pero por las dudas se pidió un whisky doble y apoyó la cabeza
sobre la mesa.
A las
03.00 sentimos un ruido que nos sobresaltó. No sabíamos que siempre habíamos
convivido con un gato negro y feroz que casi nos deja sin aliento al salir
arrogante desde la cocina.
Fue una noche terrible, que no le deseo ni a mi peor enemigo.
Las sillas dadas vueltas sobre las mesas parecían figuras funestas, como
nuestros rostros, antes perfectamente afeitados, ahora solo alumbrados por una tenue luz que se
bamboleaba por el viento de la noche.
Cuando
me desperté, por la sirena de los patrulleros que sitiaron el bar, mi esposa me
miraba con los ojos inyectados desde la ventana que da a Sarmiento. Se había
juntado gente y aunque estábamos acostumbrados a la fama, me acordé que no
tenía el pomito de la base esa que compra mi hija para taparme un poco los
pozos que me quedaron desde la adolescencia. Tuve que salir igual, hablar con el
jefe de policía y explicarle la situación.
Enseguida
se pusieron a nuestra disposición y radio va radio viene lo localizaron por
fin.
“Hombre
caucásico, vestido con jeans y piloto azul, en aparente estado de ebriedad fue
encontrado en la zona norte de la ciudad sin señales de haber sido violentado…”
No
tuve tiempo de seguir escuchando porque nos metieron a todos en un móvil y no
nos dieron tiempo de preguntar por el tipo. Seguro que se había fugado y
tendríamos que pedir protección policial. “Yo no quiero otra identidad”, “Yo no
quiero ser otro” seguía llorando el pavote de Hernán mientras lo esposaban.
Al
mediodía nos dejaron en libertad. El Pitufo bañadito y afeitado como si nada
hubiera pasado se presentó en la Seccional y después de un largo interrogatorio
y unos bonos que tuvo que pagar para ayudar a la fuerza pública nos esperó en
la puerta.
Lo
rodeamos. No tuvo escapatoria.
—¿Y
el tipo? ¿Averiguaste algo?
—¿Lo
encaraste?...
—¿Estaba
armado?...
Supuse
que algo había pasado porque nunca, desde que lo conozco, lo vi al Pitufo en
ese estado. Supe que nunca volvería a ver unos ojos más tristes que esos.
Nos
merecíamos un desayuno y enfilamos para Corrientes y Córdoba. No era lo mismo
pero casi no había gente a esa hora y el Pitufo podría hablar sin problemas.
—Cuando
crucé la calle, las luces del semáforo me encandilaron, no sabría decirles si
fue a las tres o cuatro cuadras que me adelanté un poco y lo pude ver de cerca.
Me parece que exageramos muchachos. Me dio fuego y se perdió de nuevo. No creo
que vuelva al bar, seguro que estaba pasando unas vacaciones en Rosario…
Después me fui a tomar unos copetines por ahí y se me fue la mano. Eso fue todo.
Yo no
le creí, aunque no se tocó la nariz como siempre hace cuando miente. Tampoco
ninguno le preguntó más, no sé si porque estábamos cansados o porque nuestra
amistad es así, sin vueltas. Y no se hable más del asunto.
Cuando
salimos el sol brillaba de nuevo, más que siempre y hasta me volví a casa
caminando… Las callecitas de mi ciudad tienen a “ese” qué se yo…
Me
silbé un tanguito y me dije mientras la sonrisa se me estiraba ancha en la
cara:
—¡Puta,
cómo lo extraño!
No iba a ser él. Cuando pensé en un homenaje hubo varios postulados a ese sentimiento de admiración que nos regala una lectura eterna. Siempre los hay, por genialidad, por coincidencias, por maestros… Pero con un cuento por la mitad, aquella mañana, camino al río las cosas cambiaron en un solo instante, justo cuando el negro me saludó como casi todos los días, desde una de las paredes de la zona norte. Y entonces no tuve dudas de homenajear al hombre.
ResponderEliminarNo fue fácil tratar de escribir este “cuentito” pretendiendo acercarme a su manera, tampoco fue mi pretensión aunque les confieso que me divertí mucho sentada en esa mesa del Cairo , también me volví a conmover… El Negro es como Central, un sentimiento que llevamos dentro y aunque podría escribir mil cosas sobre su obra, maravillosa, sus personajes, su genialidad a la hora de escribir, entre tantas otras cosas, prefiero contarles que mi admiración va mucho más allá.
Lo conocí una mañana en el viejo Cairo y mientras me ayudaba con esa humildad, que solo unos pocos conservan, a escribir una monografía para la facultad “Boquitas Pintadas y el radioteatro”, supe que nunca lo olvidaría.
Hablar del negro es hablar de la vida, la de todos los días, será por eso que en cada calle, en cada bar y en cada rincón de mi querida ciudad, él siempre está y va a seguir estando.
Se puede admirar la obra pero cuando también se admira al hombre con su grandeza a cuestas, entonces sabemos que no nos equivocamos y mi elección esta vez, comparte una parte de mi corazón.
Bibi
¡Gran relato Bibi! El clima de ese bar, las relaciones de los amigos y el tono ágil en el que está contado, hacen de tu cuento un gran homenaje al querido Negro que, como todo grande, en algún momento le llega el momento de irse y compartir un lugar con los dioses.
ResponderEliminarMe alegro mucho amigo de nombre largo, haber logrado aunque sea un poquito el clima de ese bar y por supuesto homenajear a este ser tan querido por todos al que le debemos una obra perdurable . Gracias y besosss
Eliminar"Fontanarresco" de punta a punta. Un gran homenaje, Bibi, al gran escritor y dibujante (y tipo...).
ResponderEliminarEl café, los amigos, los delirios, los fantasmas, y ese lenguaje tan particular, tan nuestro, y que Fontanarrosa replicaba a la perfección en sus textos.
Me encantó, Bibi, y me hizo sonreír en varios pasajes.
¡Felicitaciones!
Muchas gracias Juanito por sumarte a este homenaje que sale directo del corazón y que como te dije en una charla no me costó nada por el amor que todos sentimos a este ser tan especial y al mismo tiempo me costó mucho intentar que las letras adquieran ese sabor de la cotidianidad y humor al que él nos tiene acostumbrado. Besossssssssssss
Eliminarquerida bibi, me emocioné con tu emoción. no leí nada de él, pero si su trazo, su humor.
ResponderEliminara través de tus palabras y de tu cuento me imagino una persona inteligente y humilde. de barrio y del mundo. otro más que se fue, y qué bajón es extrañar....
gracias por acercarme a él y al afecto que desparramó durante su paso por aquí.
cheers!!!!!!
Clau si nos emocionamos juntas entonces misión cumplida, porque más allá de mi admiración por el hombre y el escritor, mi intención fue trasmitirles además un pedazo de esta ciudad que lo respira a cada rato!! Gracias!!!!
EliminarBesossssssss compañera!!!
Excelente Bibi, este cuento, sin conocer al homenajeado, me pareció su estilo, como siempre bien relatado, como es tu estilo, y ese misterio que nos deja absortos.absortos. Besos y placer leer.
ResponderEliminarRicardo tenes que leer alguno de sus cuentos, como dije antes, no importa si nos sentimos identificados o no con su estilo tan particular, porque aunque no sea así, la cotidianidad avanza de tal manera en manos de este genio que nos sentimos protagonistas todos!!! Graciassssssss
EliminarBibi, no soy conocedor profundo de la obra de Fontanarrosa, pero si seguidor de su entrañabale Inodoro Pereyra. Al leer tu homenaje sentí que estaba sentado en ese bar conociendo mejor a un autor tan querido. Excelente retrato que disfruté muchísimo. Un beso.
ResponderEliminarY si sentiste eso Pepe es porque sin duda te sentaste en esa mesa!! Graciassssss!!!
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