miércoles, 6 de febrero de 2013

El tipo de la mesa de al lado




Por Bibi Pacilio.



"De mí se dirá posiblemente que soy un escritor cómico, a lo sumo. Y será cierto. No me interesa demasiado la definición que se haga de mí. No aspiro al Nobel de Literatura. Yo me doy por muy bien pagado cuando alguien se me acerca y me dice: me cagué de risa con tu libro". Roberto Fontanarrosa.


La verdad es que si el Pitufo no me lo decía, nunca me hubiera dado cuenta que el tipo se sentaba ahí, todos los días a la misma hora, medio tapado por la columna con cara de nada y un par de tazas de mate cocido en saquito que siempre dejaba por la mitad, no sé si por la cantidad de azúcar que le ponía, el Zorro se tomó el trabajo de contar los sobrecitos rotos una de esas tardes, o porque andaba con la billetera floja. Vaya uno a saber. Tampoco nos hubiéramos enterado que se la pasaba mirando la punta de sus zapatillas Topper si no fuera porque al Sordo se le puso en la cabeza que lo buscaba a él, “el hombre pierde las mañas pero no las culpas” lo increpó el Peluca y Marcelita volvió a las pistas de los recuerdos mientras los demás le echábamos, muy de vez en cuando, una relojeada al individuo, no porque nos interesara mucho su presencia pero siendo vecinos de mesa y en estos tiempos…
—Fijate que casi ni levanta la vista del suelo —me apuntó Beltrán que siempre fue muy observador y la verdad que el tipo parecía medio escondedor.
—Para mí que está vigilando a alguna minita
—No, muchachos, con esa cara de pelotudo lo único que puede vigilar es la telaraña que le cuelga al mentón del Nano. ¡Cómo les gustan los cuadros a los arácnidos estos!
La cuestión es que el hombre siguió firme en su puesto y nosotros sin escatimar personajes (la mayoría siniestros) ya no teníamos dudas que lo estaba haciendo a propósito. Raro que nunca nos dirigiera una mirada, teniendo en cuenta (humildemente) que siempre fuimos el centro de atención, “galanes al fin” y conste que el título nunca nos resultó pesado pero este tipo que encima se metía la uña en la oreja para escarbar no sé qué cosa, parecía como caído del catre, porque al cielo, doy fe no lo conocía ni de lejos.
Cuando apareció la negra Marisa, me acuerdo que esa tarde llovía para el campeonato, la mandamos a moverle un poco el culo, a ver si lo despabilábamos un poco pero nada, ni una torsión de cabeza, ni una gotita de transpiración, ni un agrandamiento de iris. O era puto o no tenía sangre en las venas, porque mirá que resistirse al culo de la negra no era cosa que se veía todos los días.
—Lo voy a seguir —dijo el Pitufo agarrando el impermeable arrugado del suelo y dispuesto a todo.
—Hermano, mirá cómo llueve —intenté convencerlo sin mucho énfasis porque cuando al Pitufo se le ponía algo en la cabeza no había con que darle—. ¿Te parece?
Nos quedamos mudos, Beltrán miraba el reloj y yo me pedí otro cortado. Ni siquiera los bolazos del Francés que se había sentado hacía un rato buscando a no se qué fotógrafo nos movieron el piso. El tipo había doblado por calle Santa Fe, el Pitufo atrás. La suerte estaba jugada. Si era un espía de la lepra, un periodista encubierto, un asesino serial o un marido corneado no tardaríamos mucho en averiguarlo y por supuesto tomar el toro por las astas. Tendríamos que montar guardia de a uno, ocuparle la mesa todos los días y a toda hora, mantenernos unidos cueste lo que cueste. ¡Un código secreto que no pudiera descifrar! Eso… ¿Cómo no se me había ocurrido antes?
Hernán se empezó a preocupar después de dos horas y una fila interminable de pocillos vacíos.
—¿Y si llamamos a la policía? No tendríamos que haberlo dejado ir solo y… ¿Si el tipo está armado? —Pálido y ojeroso, calculo que de tanto café, nunca lo vi así y me contagió el cagazo.
—Esperemos un poco más y no nos separemos. Tendría que avisar en casa que hoy voy a llegar un poco tarde… Los amigos primero… ¿Y Gordo?, traeme un tostado y una birra… Me dio hambre.
La gente salía por la ochava como si nada pasara. Desaparecían sin saber que afuera uno de los nuestros se estaba jugando la vida por todos. Nunca voy a olvidar esa noche. Hasta el culo de Marisa parecía un punto perdido en el horizonte.
Cuando el Zorro se paró en seco y se fue a hablar con el dueño, me temblaron las piernas. Habíamos jurado y perjurado que no le íbamos a contar nuestro secreto a nadie pero no lo pude parar y haciendo un esfuerzo sobrehumano por leer los labios de ambos me di cuenta que el morocho abriendo los brazos sabía a la perfección quién mandaba acá.
—¿Qué te dijo, Zorro?
—Que hagamos uso, muchachos. El bar ha sido tomado por los galanes.
Como a las 02.00 dejó de llover y por suerte los celulares dejaron de sonar. Hernán seguía llorando no sé si por el destino de nuestras vidas o porque esa noche dormía afuera pero por las dudas se pidió un whisky doble y apoyó la cabeza sobre la mesa.
A las 03.00 sentimos un ruido que nos sobresaltó. No sabíamos que siempre habíamos convivido con un gato negro y feroz que casi nos deja sin aliento al salir arrogante desde la cocina. Fue una noche terrible, que no le deseo ni a mi peor enemigo. Las sillas dadas vueltas sobre las mesas parecían figuras funestas, como nuestros rostros, antes perfectamente afeitados, ahora solo alumbrados por una tenue luz que se bamboleaba por el viento de la noche.
Cuando me desperté, por la sirena de los patrulleros que sitiaron el bar, mi esposa me miraba con los ojos inyectados desde la ventana que da a Sarmiento. Se había juntado gente y aunque estábamos acostumbrados a la fama, me acordé que no tenía el pomito de la base esa que compra mi hija para taparme un poco los pozos que me quedaron desde la adolescencia. Tuve que salir igual, hablar con el jefe de policía y explicarle la situación.
Enseguida se pusieron a nuestra disposición y radio va radio viene lo localizaron por fin.
“Hombre caucásico, vestido con jeans y piloto azul, en aparente estado de ebriedad fue encontrado en la zona norte de la ciudad sin señales de haber sido violentado…”
No tuve tiempo de seguir escuchando porque nos metieron a todos en un móvil y no nos dieron tiempo de preguntar por el tipo. Seguro que se había fugado y tendríamos que pedir protección policial. “Yo no quiero otra identidad”, “Yo no quiero ser otro” seguía llorando el pavote de Hernán mientras lo esposaban.
Al mediodía nos dejaron en libertad. El Pitufo bañadito y afeitado como si nada hubiera pasado se presentó en la Seccional y después de un largo interrogatorio y unos bonos que tuvo que pagar para ayudar a la fuerza pública nos esperó en la puerta.
Lo rodeamos. No tuvo escapatoria.
—¿Y el tipo? ¿Averiguaste algo?
—¿Lo encaraste?...
—¿Estaba armado?...
Supuse que algo había pasado porque nunca, desde que lo conozco, lo vi al Pitufo en ese estado. Supe que nunca volvería a ver unos ojos más tristes que esos.
Nos merecíamos un desayuno y enfilamos para Corrientes y Córdoba. No era lo mismo pero casi no había gente a esa hora y el Pitufo podría hablar sin problemas.
—Cuando crucé la calle, las luces del semáforo me encandilaron, no sabría decirles si fue a las tres o cuatro cuadras que me adelanté un poco y lo pude ver de cerca. Me parece que exageramos muchachos. Me dio fuego y se perdió de nuevo. No creo que vuelva al bar, seguro que estaba pasando unas vacaciones en Rosario… Después me fui a tomar unos copetines por ahí y se me fue la mano. Eso fue todo.
Yo no le creí, aunque no se tocó la nariz como siempre hace cuando miente. Tampoco ninguno le preguntó más, no sé si porque estábamos cansados o porque nuestra amistad es así, sin vueltas. Y no se hable más del asunto.
Cuando salimos el sol brillaba de nuevo, más que siempre y hasta me volví a casa caminando… Las callecitas de mi ciudad tienen a “ese” qué se yo…
Me silbé un tanguito y me dije mientras la sonrisa se me estiraba ancha en la cara:
—¡Puta, cómo lo extraño!

11 comentarios:

  1. No iba a ser él. Cuando pensé en un homenaje hubo varios postulados a ese sentimiento de admiración que nos regala una lectura eterna. Siempre los hay, por genialidad, por coincidencias, por maestros… Pero con un cuento por la mitad, aquella mañana, camino al río las cosas cambiaron en un solo instante, justo cuando el negro me saludó como casi todos los días, desde una de las paredes de la zona norte. Y entonces no tuve dudas de homenajear al hombre.
    No fue fácil tratar de escribir este “cuentito” pretendiendo acercarme a su manera, tampoco fue mi pretensión aunque les confieso que me divertí mucho sentada en esa mesa del Cairo , también me volví a conmover… El Negro es como Central, un sentimiento que llevamos dentro y aunque podría escribir mil cosas sobre su obra, maravillosa, sus personajes, su genialidad a la hora de escribir, entre tantas otras cosas, prefiero contarles que mi admiración va mucho más allá.
    Lo conocí una mañana en el viejo Cairo y mientras me ayudaba con esa humildad, que solo unos pocos conservan, a escribir una monografía para la facultad “Boquitas Pintadas y el radioteatro”, supe que nunca lo olvidaría.
    Hablar del negro es hablar de la vida, la de todos los días, será por eso que en cada calle, en cada bar y en cada rincón de mi querida ciudad, él siempre está y va a seguir estando.
    Se puede admirar la obra pero cuando también se admira al hombre con su grandeza a cuestas, entonces sabemos que no nos equivocamos y mi elección esta vez, comparte una parte de mi corazón.
    Bibi

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  2. ¡Gran relato Bibi! El clima de ese bar, las relaciones de los amigos y el tono ágil en el que está contado, hacen de tu cuento un gran homenaje al querido Negro que, como todo grande, en algún momento le llega el momento de irse y compartir un lugar con los dioses.

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    1. Me alegro mucho amigo de nombre largo, haber logrado aunque sea un poquito el clima de ese bar y por supuesto homenajear a este ser tan querido por todos al que le debemos una obra perdurable . Gracias y besosss

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  3. "Fontanarresco" de punta a punta. Un gran homenaje, Bibi, al gran escritor y dibujante (y tipo...).
    El café, los amigos, los delirios, los fantasmas, y ese lenguaje tan particular, tan nuestro, y que Fontanarrosa replicaba a la perfección en sus textos.
    Me encantó, Bibi, y me hizo sonreír en varios pasajes.
    ¡Felicitaciones!

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    1. Muchas gracias Juanito por sumarte a este homenaje que sale directo del corazón y que como te dije en una charla no me costó nada por el amor que todos sentimos a este ser tan especial y al mismo tiempo me costó mucho intentar que las letras adquieran ese sabor de la cotidianidad y humor al que él nos tiene acostumbrado. Besossssssssssss

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  4. querida bibi, me emocioné con tu emoción. no leí nada de él, pero si su trazo, su humor.
    a través de tus palabras y de tu cuento me imagino una persona inteligente y humilde. de barrio y del mundo. otro más que se fue, y qué bajón es extrañar....
    gracias por acercarme a él y al afecto que desparramó durante su paso por aquí.
    cheers!!!!!!

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    1. Clau si nos emocionamos juntas entonces misión cumplida, porque más allá de mi admiración por el hombre y el escritor, mi intención fue trasmitirles además un pedazo de esta ciudad que lo respira a cada rato!! Gracias!!!!
      Besossssssss compañera!!!

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  5. Excelente Bibi, este cuento, sin conocer al homenajeado, me pareció su estilo, como siempre bien relatado, como es tu estilo, y ese misterio que nos deja absortos.absortos. Besos y placer leer.

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    1. Ricardo tenes que leer alguno de sus cuentos, como dije antes, no importa si nos sentimos identificados o no con su estilo tan particular, porque aunque no sea así, la cotidianidad avanza de tal manera en manos de este genio que nos sentimos protagonistas todos!!! Graciassssssss

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  6. Bibi, no soy conocedor profundo de la obra de Fontanarrosa, pero si seguidor de su entrañabale Inodoro Pereyra. Al leer tu homenaje sentí que estaba sentado en ese bar conociendo mejor a un autor tan querido. Excelente retrato que disfruté muchísimo. Un beso.

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  7. Y si sentiste eso Pepe es porque sin duda te sentaste en esa mesa!! Graciassssss!!!

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