Érase que se era, una tierra
llamada Sadory. En ella, las gentes eran tan corrientes como lo somos nosotros,
pero a diferencia de nuestro mundo, en ella había MAGIA. Un día, una joven
morena de curvas sinuosas, Blanca, así es como la llamaba por su piel terriblemente
igual a la niebla, iba como todas las mañanas a trabajar.
En Sadory las cosas eran exactas
como aquí, por eso todos tenían que trabajar para poder vivir cómodamente como
deseaban. Por ello, Blanca consiguió un trabajo en «Los Siete Enanos», uno de
los locales más pintorescos y turísticos de la comarca.
Blanca trabajaba en lo que los demás
llamaban un peepshow, un lugar donde
los enanitos vendían el sexo que era ilegal en otros lugares de Sadory. Todo, ¿por
qué?, por el hecho de que sufrieron un ERE en la mina donde trabajaban y no podían
sustentarse de otro forma; así que supieron que lo que más dinero les podría
dar era EL SEXO. No sabían cómo en todo Sadory a nadie se le había ocurrido; ya
que era un invento nuevo. (Recordad que en los cuentos, los niños los trae las cigüeñas...)
Así que Blanca empezó a trabajar
en aquel local como una simple camarera. Traía las bebidas, limpiaba los aseos,
servía alguna comida… todas las cosas que no podían hacer los enanitos de cuan
ocupados estaban.
Blanca como bien su nombre
indica, no era así llamada por su piel nívea, sino también porque, como buena
habitante de Sadory, nunca había descubierto cosas que nosotros empezamos a
obtener en esta sociedad. Su pensamiento era tan virgen, puro y simple, que
casi rivalizaba con el de Alicia. Pero era inteligente, y en los días en aquel
local se dio cuenta de que había un gran mundo por descubrir. No hay que obviar
que sí tuvo deseos desde un principio; ver que se ocultaban en aquellas cabinas
que cuando tenía que limpiarlas, se encontraban cerradas, le producía una
curiosidad extrema. Alguna vez, mientras preparaba las comida y el alcohol, en
esos momentos en los cuales quería saber qué eran esos líquidos; bebía de ellos
como pócimas, sintiendo un calor por su cuerpo. Oteaba o mejor escuchaba entre
las rendijas de alguna cabina mal cerrada a los habitantes de su interior.
Los días pasaban y a la pobre
Blanca, las cosas le iban de excepción, al menos intelectualmente. Era un reto
el morbo, la curiosidad con la que iba todos los días a trabajar. Se encontraba
con amigos que en el mismo día, cuando iba al supermercado no la conocían, no
solo porque era obligada a vestirse con un escueto traje que la dio vergüenza
los primeros días, sino porque su rostro era oculto por una máscara de cerdita.
Las tres cerditas eran llamadas.
Trabajaba con dos chicas más: Cenicienta,
una escultural rubia de labios enormes y rojos; Y Alicia, una alocada joven que
decía siempre al terminar el turno que debía irse con su conejo. Cada una
oculta por su propia máscara, ninguna de ellas conocía la verdadera identidad
de las demás.
Una de las noches más concurridas
era la de los martes, porque era el especial de «La Manzana Dorada» Las chicas
no sabían qué era, pero multitud de caballeros se arremolinaban a altas horas
de la madrugada, en torno a las cabinas para ocultarse durante horas en ellas.
Por eso aprovechaban en la algarabía para otear entre los desesperados que se
habían quedado sin monedas y mirar entre las rendijas de las cámaras (algunos
compartían las cabinas por el precio de una, así se ahorraban dinero y se
apelotonaban dentro de esos espacios).
Las jóvenes siempre tenían
curiosidad pues eran los momentos donde no estaban tan ajetreadas, sirviendo copas,
limpiando o dando golpes a personajes como Pinocho, un desvergonzado político al
que sus amigos le obligaban a decir sus discursos para poder levantar las
faltas de las camareras desde la lejanía.
—Puedo prometer y prometo —decía
un levantado Pinocho mientras se zarandeaba ebrio, con la ayuda de su compadre
Geppetto—, que en todas estas tierras, si resulto ser elegido, bajaré los
impuestos para las personas más desfavorecidas. Conseguiré que las brujas del
este y el oeste puedan pagar sus tributos al reino de Oz…
Mientras decía todo, en un estado
de ebriedad tal que sus palabras se mezclaban con el olor del alcohol, en la
entrepierna del personaje empezaba a
crecer un abultamiento. Pinocho se zarandeaba y abría su bragueta para dejar
salir (sin olvidar ninguna imprecación y mirando con bizquedad a las tres
chicas, semi ocultas entre un planten de gente que se arracimaba a las puertas
de una de las cabinas) un enorme aparato que creía por cada mentira y gesto
obsceno del muñeco.
Los compañeros reían con estruendosidad
mientras aquella cosa semejante a una enorme serpiente de madera, se acercaba
como una barra latiente a las posaderas que dejaban ver las chicas al agacharse
un poco para serpentear entre el gentío.
—Aunch —se quejó Alicia cuando
sintió en su nalga un pequeño pinchazo. Pero ninguna de ellas se volteó para
ver aquello. Pinocho seguía hablando de todos los planes que tenía para cuando
fuera nombrado alcalde de Sadory, parándose alguna que otra vez para dar un
trago a su bebida y refrescar su gaznate.
Todos estaban riendo en terribles
estruendos cuando pinocho se bajó los pantalones y dejó desnudo su cuerpo marroncito;
sus nalgas prietas se movían con parsimonia mientras él zarandeaba su sexo como
una larga vara medidora. Entre ejercicios de estiramientos de subida y bajada y
por consiguiente produciendo el levantamiento de una y otra falda de las
chicas, Pinocho tarareaba una cancioncilla.
—Pinto, pinto, gorgorito —decía
mientras contaba y deslizaba su prominente falo entre cada objetivo—. Saca la mano
de venticinco. En qué lugar, en qué calleja… —mientras lo decía y terminaba con
el cuento zarandeaba su cuerpo adelante y atrás cada vez más rápido y cantarín—
en la moraleja…
Desde las sombras, sin percatarse
nadie de su presencia, la figura pequeñísima de un hombre salió con una
horrenda cara de enfado. Se ajustó el sombrero para ponérselo sobre la
frente y andando iracundo se dirigía con
un pequeño instrumento tras de sí.
Mientras Pinocho iba terminando
su canción entre risas de los demás compañeros, este seguía zarandeando su
cayado y dejando ver la pequeña ropa
interior de las chicas. Lo curioso y que hacia siempre sonrojar al más pintado,
era el tatuaje que tenía en la nalga izquierda la joven Alicia: Dos conejitos
en actitud romántica, como decía ella, pero que cualquiera que hubiera estado algún
tiempo en el local sabría que era más, dos conejos teniendo sexo, que dándose
una rosa.
—… saca la mano que viene la…
—con una sonrisa enorme Pinocho levantó la falda de Blanca para casi azotarla
con aquel enorme aparato.
—VIEJA —gritó el pobre hombre
saliendo de las sombras con un espada en sus manos y alzándola para partir en
dos, la enorme vara cincelada—. Dije que nunca más estas cosas en MI local.
Geppetto saltó corriendo del
asiento para recoger a un Pinocho que se había callado en un grito congelado.
Tirado en el sofá agarrándose su entrepierna el político intentaba llorar. La
actitud furibunda del pequeño burgués gruñón, hizo que callara todo intento
tanto de llorar como de insultar que él era una persona importante.
—He dicho que esto no se puede consentir en mi local nunca más —sentenció el enano—. Y vosotras, vamos —dijo golpeando las pantorrillas de las chicas con el trozo de madera roto del suelo—. Seguid trabajando que para eso se os paga, no podéis mirar en esos sitios, lo sabéis.
—He dicho que esto no se puede consentir en mi local nunca más —sentenció el enano—. Y vosotras, vamos —dijo golpeando las pantorrillas de las chicas con el trozo de madera roto del suelo—. Seguid trabajando que para eso se os paga, no podéis mirar en esos sitios, lo sabéis.
Gruñón miró en el interior de la
cabina y sacó a varias personas, entre ellas un sorprendido y enrojecido
príncipe Valiente, que se ajustó su traje y corbata y recogió el del suelo la
espada cercenadora de miembros.
Todos se dispersaron. Gruñón
cerró esta vez la puerta de una de las cabinas, en sus gafas se reflejó
momentáneamente luces de diversos colores.
Alicia se acarició la nalga en
actitud infantil y se llevó a sus compañeras tras la barra para seguir
sirviendo el alcohol, pero podían ver tras la máscara de cada una como miraban
curiosamente tras la rendija de la cabina antes de que el jefe la cerrara.
Las tres jovencitas, al terminar la noche, se reunieron tras los contenedores de basura ocultas por las sombras. Nadie sabía que estarían allí y ellas tampoco, porque no podían conocerse. Pero la curiosidad mató al gato. Aunque el gato con botas seguía en el hospital, no debió mirar tras las faltas de la reina de corazones.
—Debemos hacer algo chicas —Cenicienta
fue la primera que habló—. Cada día esto se está poniendo muy feo para que
podamos seguir trabajando.
—Lo que más te preocupa es saber
qué está pasando en esas cabinas, ¿verdad? —Blanca tenía esa curiosidad
también— Yo también —confesó—. Mi trabajo solo era servir alcohol, como
vosotras, pero he sabido historias…
—¿Qué tipo de historias? —la voz aguda de Alicia produjo un siseo de las demás para que bajara la voz—, yo nunca he oído historias.
—¿Qué tipo de historias? —la voz aguda de Alicia produjo un siseo de las demás para que bajara la voz—, yo nunca he oído historias.
—Hablan sobre que en esas cabinas
ocurren cosas inimaginables…
—Yo he sabido que por trabajar
ahí dentro te dan mucho más dinero y creo que necesitaré más —Cenicienta se tocó
la barriga acariciándola.
Alicia sonrió pero nadie podía ver que lo hacía y dijo: —¡¡¡Felicidades!!! Es tan bello tener un niño.
Alicia sonrió pero nadie podía ver que lo hacía y dijo: —¡¡¡Felicidades!!! Es tan bello tener un niño.
—Dos —le corrigió Blanca.
—Estas son las notas de recogida,
me han venido hace dos semanas, no sé lo puedo decir al príncipe, él no quiere
tener más hijos…
De uno de los bolsillos (cercanos
al estómago. Ocultos entre la ropa donde guardaba mucha de las propinas) sacó
dos pequeños billetes «Cigüeña Airlines le hace honor de dos pequeños bebes
para su recogida en nuestras oficinas». Las tres compañeras se miraron unas a
otras ocultas por las sombras.
—Necesito
dinero, chicas. ¿Cómo podría conseguirlo de forma rápida?
—Solo queda una cosa… —sentenció
Alicia intentando desajustarse la ropa, pero no consiguió quitarse el nudo que
se había hecho con la camisa.
—¡¡Vamos a robar a Gruñón!! —Blanca
avanzó el rostro para salir de la oscuridad y dejar ver en su cara, una sonrisa
enorme. Casi de final feliz, si no fuera por sus ojos inyectados en locura.
—¡Blanca! —gritaron al unísono,
Alicia y Cenicienta.
—Como si no supierais quienes
somos. —Su rostro adquirió un matiz de misericordia— Alicia, tu tatuaje ya lo
conocen todos y cuando fuiste al supermercado y se te cayeron las cajas de
cereales… ¿crees que todos se asombraron porque fueran los que tenían miel?
—Fue Winnie de Pooh quien te vio
el tatuaje cuando buscaba sus quince cajas diarias —Blanca señaló a Cenicienta—
y tú creías que podrías darnos esquinazo cuando te quitaste en el almacén la
careta para poder fumar… Todos sabemos que estás calva, que esa melena que
llevas es porque tienes tanto estrés (y ahora comprendo la causa) debido a
todos los hijos que tienes… —Blanca metió la mano entre las sombras donde
estaría la cabeza de su compañera.
Cenicienta sacó la cabeza de la
sombra, su cabello apareció torcido en una imposibilidad que solo las pelucas
podrían hacer posible. Su rostro iracundo miró a la chica y con un mohín
sentenció una afirmación para con el plan. Alicia también dejó ver ya su cara,
una expresión de ojos completamente abiertos y una sonrisa entre boca abierta y
sonrisa de persona mentalmente inestable. Parpadeó rápida como si fuera una
rana para volver a la forma hierática anterior.
En la noche siguiente las chicas
parecían tener un plan o al menos eso creían. Sobre el salón principal, se
volvían a juntar los mismos de siempre. Todos los personajes habidos y por
haber de los deseos más ocultos de la tierra podrían estar ahí.
Alicia, con una pequeña bandeja
en sus manos, portaba una enorme botella de whiskey y dos vasos; salió de la
algarabía de gente y se inmiscuyó por los pasillos solitarios del laberinto
interior del local. Llegó a una puerta donde ponía una pequeña placa dorada «Propietario
Gruñón»; varios toques con la mano sobrante de llevar la bandeja (casi se le
cae a la pobre chica. Todavía no dominaba la bandeja después de tanto tiempo) y
en el interior se escucharon movimientos rápidos e imprecaciones. Unos minutos
de espera y sonó fuerte desde el interior un “Adelante” nervioso.
La chica entró despacio, nunca
sabía qué se podía encontrar en aquella habitación. Su ineptitud, al menos así
le decía Gruñón, hizo que varias veces entrara sin avisar pillando desprevenido
al jefe. Ahora recordaba cómo una vez este y varios de sus hermanos aspiraban
azúcar sobre la mesa. Varias líneas de lo que Alicia le dijo que era cocaína o
algún tipo de sustancia estupidaciente.
«Por lo menos ahora no tenía nada de eso» pensó mirando soslayadamente a la
pequeña mesita a su derecha. Mientras caminaba hacia el final de la habitación
donde estaba una enorme mesa pudo ver algo de ropa femenina, pero minúscula
tirada en uno de los sofás. Zapatos blancos y un traje a juego con un gorro del
mismo tipo. Gruñón carraspeó al ver a Alicia mirar sorprendida la ropa.
—He estado ordenaaaaaannndo la
rooooopa—alargó la vocal en un gesto de deseo y placer. El enano carraspeó de
nuevo y empezó a garabatear números en el diario de las cuentas.
—Señor, le he traído su bebida de
todos los días. Se la dejo aquí —Alicia colocó la bandejita encima del
escritorio. Al bajar la voz vio un pequeño pie azul bajo la mesa entre el suelo
y el lugar para poder mover fácilmente el mueble. Sin atender a nada. Se dio la
vuelta y salió de la habitación.
—Gracias —dijo una aflautada voz.
Seguida de una risa y una reproche más grave.
Alicia se reunió con las demás en
el almacén, todas se desvistieron aquellos ridículos vestidos y se colocaron
unos trajes de faena grises. Rematando todo por unas caretas de ratones. Ahora
eran tres perfectas ratones ladronas. Obtuvieron algunas armas sencillamente:
El hacha del leñador, la espada del príncipe (que había vuelto de nuevo) y una
pistola que escondía Gruñón.
—¿Estamos listas? —Blanca levantó
el hacha. Que la intentó cruzar con la espada de Alicia pero esta se movió y se
dio contra una estantería de hierro como si fuera un ratón ciego.
—Esperemos estarlo —dijo
Cenicienta cargando el arma.
Todo el mundo se divertía. Corría
el alcohol, la juerga era lo mejor entre cada actuación y los personajes más
ricos seguían gastando su dinero.
Como era martes, el show tras las
cabinas estaría en su apogeo justo en el mismo momento en que las tres chicas
salieran en medio de la algarabía. Con un enorme grito para espantar al miedo
las chicas entraron en el local. Habían salido por la parte de atrás para no
ser confundidas.
—¡Que nadie se mueva! —gritó
Blanca levantando su arma.
—Hemos venido para ajustar
cuentas…
—Y las chicas que están ahí atrás
—dudó en seguir con la frase Alicia. Ante un codazo de una de las chicas esta
prosiguió con el discurso aprendido— no nos van a molestar más.
—Siií —Blanca sacó de uno de los
bolsillos un ojo y lo lanzó a la mesa central. La gente se asustó y se apartó
como si tuviera peste aquel miembro.
—De dónde has sacado eso, no
será… —Cenicienta susurró cerca de la compañera.
—No, es un ojo de una vaca, del
menú que ponemos los sábados…
—¿Qué es lo que está pasando
aquí? —Gruñón apareció por el pasillo subiéndose la cremallera y ajustándose la
corbata. Detrás, una pitufina de melena rubia se ajustaba el vestido. Cuando el
enano vio a las chicas disfrazadas y el arma no se asustó sino que gritó más
fuere si cabía: —¿Qué queréis de mi local?
—Danos todo el dinero que tengas.
Tú —señaló Cenicienta a Alicia—, señor marrón, ve a la caja con él y que te de
todo lo que haya dentro. Y vosotros venga, id poniendo todo lo de valor en…
—arrancó de las manos el portafolios de Geppetto (esta vez había venido solo) y
vació su contenido. Revistas de dudosa moral cayeron sobre el suelo
esparramándose junto con materiales de reparación de madera—. aquí. Que no os
falta nada. Señora rosa —señaló a Blanca que llevaba alzada el hacha—, veamos
que hay en la puerta número uno.
Las dos jóvenes se acercaron a
una de las puertas próximas. Blanca blandió en lo alto el arma y lo lanzó en
raudos golpes contra la hendidura de una de las puertas. Entre cada golpe
cercenaba un poco más la unión. Cuando consiguieron poder abrirla en su
interior, un asustado capitán de barco con una mano gritaba que pagaría más por
la estancia, si aquello no era suficiente.
Deseosas, a
las dos jóvenes parecía brillarles los ojos tras las máscaras al comprobar la
luz de colores que salía del interior. Miraron hasta que el resplandor las cegó,
y dejaron que sus ojos se recuperaran para ver qué joyas podría haber en su
interior. Pero nada de eso pudieron encontrar. Apenas era un minúsculo habitáculo
con una silla y algunos papeles. Como todos ellos no había nada diferente de
ellos. Todas habían visto uno cuando tenían que limpiarlos, pero nada en ellos
les diferenciaban. Exceptuando esta vez las luces que les cegaban y un pequeño
botón luminoso.
Cenicienta,
curiosa, apretó y las dos pudieron ver como una persiana de metal se elevaba
dejando ver una habitación rosada; un enorme cojín del mismo color pero más
oscura giraba en el centro. No había nadie. Desde un altavoz una voz empezó a
presentar: «Y venida desde las más oscuras de las regiones… (sonidos de
tambores) la bruja María Juana y su espectáculo de la manzana dorada», una
pequeña puerta se abrió y las dos chicas vieron a quien menos se podrían
esperar. Una rubia escultural apenas cubierta por una túnica raída se colocaba
en el corazón central que empezaba a girar despacio. Bajo la ropa no llevaba
nada y más con aquellos contoneos y movimientos sexuales que dejaron anonadados
a las dos pobres chicas. La joven se movía lascivamente en un baile al son de
la música dejando ver todas las partes de su anatomía. En sus nalgas, mientras
hacía movimientos espasmódicos, Cenicienta podía ver el dibujo de una extraña
hoja de siete pétalos semejante a un pentágono. Las dos dejaron de mirar cuando
frente a su cabina María contoneaba su sexo.
—Pero, qué
es eso que está ocurriendo ahí dentro. —Blanca salió enfadadísima de la cabina
y agarró, levantando a Gruñón por los aires—. Para eso quería ella —señaló al
interior de la cabina—, que yo le prestara ese dinero y por ello me tuviera que
poner a trabajar aquí…
Gruñón
levantó los labios y abrió los ojos mirando al techo un gesto que lo hacía
mejor su hermano tontín.
Desde el
pasillo, y con una enorme bolsa de supermercado, Alicia llevaba un montón de
billetes.
—Señor
verde, solo he encontrado algunos fajos ocultos por el revestimiento de los
muebles, pero me he traído algo mejor… —enseñó algunos paquetes blancos
envueltos en cintas de embalar marrón— ¡¡¡estupidacientes!!!
Uno de los
presentes se levantó, el oficial de policía Hansel grito:
—¿Dijiste
que habías vendido todo, maldito bastardo?
—¡¡Silencio!!
—Cenicienta lanzó varios disparos al aire, todos callaron, asustados. De las
demás cabinas, todos los personajes salieron asustados para encontrarse con tres
ratas y sus armas—. Quiero que todo el mundo se coloque allí. Nos vamos a
llevar todo y no me importa de quién o quienes sean. Ahora es nuestro.
Cenicienta
pasó el maletín por todos y cada uno de los presentes, hasta que casi no podía
ni cerrarse.
Horas
después, las tres reían con su botín en los asientos de un “Chevrolet rojo” y
blanco. ¿Por qué? Porque es la realidad… o al menos lo más parecido. Y los
finales felices no son solo para los buenos.
- FIN -
William E. Flemming ha dispuesto que Laura de la rosa, para su cuento corto
a publicarse el miércoles 23/01, utilice las siguientes palabras: 1) razón; 2) imagen; 3) Mano; y 4) infortunada.
Vaya, vaya, vaya! Y después dicen que la falta de sexo es mala!. Original, pícaro y sorpresivo cuento con que te has inspirado!. Me ha gustado!
ResponderEliminar¡Delirante y muy entretenido William! Has creado un mundo desorbitante y genial. ¡Un abrazo!
ResponderEliminarDesopilante, William: tu estilo es inconfundible...
ResponderEliminarMuchísima imaginación para crear un mundo que mezcla gran cantidad de los cuentos que vivimos en nuestra infancia, con lo crudo de la realidad de todos los días de nuestra sociedad.
El final me recordó a la peli "Thelma y Louise", pero aquí con tres protagonistas en lugar de dos.
Muy bueno, Will.
¡Saludos!
jaja !!! me encantó tú versión. definitivamente todos los cuentos infantiles tienen una solapada connotación sexual . muy bueno!!! congrats !!
ResponderEliminar