miércoles, 16 de enero de 2013

Los siete enanos






Por William E. Flemming.




Érase que se era, una tierra llamada Sadory. En ella, las gentes eran tan corrientes como lo somos nosotros, pero a diferencia de nuestro mundo, en ella había MAGIA. Un día, una joven morena de curvas sinuosas, Blanca, así es como la llamaba por su piel terriblemente igual a la niebla, iba como todas las mañanas a trabajar.

En Sadory las cosas eran exactas como aquí, por eso todos tenían que trabajar para poder vivir cómodamente como deseaban. Por ello, Blanca consiguió un trabajo en «Los Siete Enanos», uno de los locales más pintorescos y turísticos de la comarca.
Blanca trabajaba en lo que los demás llamaban un peepshow, un lugar donde los enanitos vendían el sexo que era ilegal en otros lugares de Sadory. Todo, ¿por qué?, por el hecho de que sufrieron un ERE en la mina donde trabajaban y no podían sustentarse de otro forma; así que supieron que lo que más dinero les podría dar era EL SEXO. No sabían cómo en todo Sadory a nadie se le había ocurrido; ya que era un invento nuevo. (Recordad que en los cuentos, los niños los trae las cigüeñas...)
Así que Blanca empezó a trabajar en aquel local como una simple camarera. Traía las bebidas, limpiaba los aseos, servía alguna comida… todas las cosas que no podían hacer los enanitos de cuan ocupados estaban.
Blanca como bien su nombre indica, no era así llamada por su piel nívea, sino también porque, como buena habitante de Sadory, nunca había descubierto cosas que nosotros empezamos a obtener en esta sociedad. Su pensamiento era tan virgen, puro y simple, que casi rivalizaba con el de Alicia. Pero era inteligente, y en los días en aquel local se dio cuenta de que había un gran mundo por descubrir. No hay que obviar que sí tuvo deseos desde un principio; ver que se ocultaban en aquellas cabinas que cuando tenía que limpiarlas, se encontraban cerradas, le producía una curiosidad extrema. Alguna vez, mientras preparaba las comida y el alcohol, en esos momentos en los cuales quería saber qué eran esos líquidos; bebía de ellos como pócimas, sintiendo un calor por su cuerpo. Oteaba o mejor escuchaba entre las rendijas de alguna cabina mal cerrada a los habitantes de su interior.

Los días pasaban y a la pobre Blanca, las cosas le iban de excepción, al menos intelectualmente. Era un reto el morbo, la curiosidad con la que iba todos los días a trabajar. Se encontraba con amigos que en el mismo día, cuando iba al supermercado no la conocían, no solo porque era obligada a vestirse con un escueto traje que la dio vergüenza los primeros días, sino porque su rostro era oculto por una máscara de cerdita.
Las tres cerditas eran llamadas.
Trabajaba con dos chicas más: Cenicienta, una escultural rubia de labios enormes y rojos; Y Alicia, una alocada joven que decía siempre al terminar el turno que debía irse con su conejo. Cada una oculta por su propia máscara, ninguna de ellas conocía la verdadera identidad de las demás.

Una de las noches más concurridas era la de los martes, porque era el especial de «La Manzana Dorada» Las chicas no sabían qué era, pero multitud de caballeros se arremolinaban a altas horas de la madrugada, en torno a las cabinas para ocultarse durante horas en ellas. Por eso aprovechaban en la algarabía para otear entre los desesperados que se habían quedado sin monedas y mirar entre las rendijas de las cámaras (algunos compartían las cabinas por el precio de una, así se ahorraban dinero y se apelotonaban dentro de esos espacios).
Las jóvenes siempre tenían curiosidad pues eran los momentos donde no estaban tan ajetreadas, sirviendo copas, limpiando o dando golpes a personajes como Pinocho, un desvergonzado político al que sus amigos le obligaban a decir sus discursos para poder levantar las faltas de las camareras desde la lejanía.
—Puedo prometer y prometo —decía un levantado Pinocho mientras se zarandeaba ebrio, con la ayuda de su compadre Geppetto—, que en todas estas tierras, si resulto ser elegido, bajaré los impuestos para las personas más desfavorecidas. Conseguiré que las brujas del este y el oeste puedan pagar sus tributos al reino de Oz…
Mientras decía todo, en un estado de ebriedad tal que sus palabras se mezclaban con el olor del alcohol, en la entrepierna del personaje empezaba  a crecer un abultamiento. Pinocho se zarandeaba y abría su bragueta para dejar salir (sin olvidar ninguna imprecación y mirando con bizquedad a las tres chicas, semi ocultas entre un planten de gente que se arracimaba a las puertas de una de las cabinas) un enorme aparato que creía por cada mentira y gesto obsceno del muñeco.
Los compañeros reían con estruendosidad mientras aquella cosa semejante a una enorme serpiente de madera, se acercaba como una barra latiente a las posaderas que dejaban ver las chicas al agacharse un poco para serpentear entre el gentío.
—Aunch —se quejó Alicia cuando sintió en su nalga un pequeño pinchazo. Pero ninguna de ellas se volteó para ver aquello. Pinocho seguía hablando de todos los planes que tenía para cuando fuera nombrado alcalde de Sadory, parándose alguna que otra vez para dar un trago a su bebida y refrescar su gaznate.
Todos estaban riendo en terribles estruendos cuando pinocho se bajó los pantalones y dejó desnudo su cuerpo marroncito; sus nalgas prietas se movían con parsimonia mientras él zarandeaba su sexo como una larga vara medidora. Entre ejercicios de estiramientos de subida y bajada y por consiguiente produciendo el levantamiento de una y otra falda de las chicas, Pinocho tarareaba una cancioncilla.
—Pinto, pinto, gorgorito —decía mientras contaba y deslizaba su prominente falo entre cada objetivo—. Saca la mano de venticinco. En qué lugar, en qué calleja… —mientras lo decía y terminaba con el cuento zarandeaba su cuerpo adelante y atrás cada vez más rápido y cantarín— en la moraleja…
Desde las sombras, sin percatarse nadie de su presencia, la figura pequeñísima de un hombre salió con una horrenda cara de enfado. Se ajustó el sombrero para ponérselo sobre la frente  y andando iracundo se dirigía con un pequeño instrumento tras de sí.
Mientras Pinocho iba terminando su canción entre risas de los demás compañeros, este seguía zarandeando su cayado y  dejando ver la pequeña ropa interior de las chicas. Lo curioso y que hacia siempre sonrojar al más pintado, era el tatuaje que tenía en la nalga izquierda la joven Alicia: Dos conejitos en actitud romántica, como decía ella, pero que cualquiera que hubiera estado algún tiempo en el local sabría que era más, dos conejos teniendo sexo, que dándose una rosa.
—… saca la mano que viene la… —con una sonrisa enorme Pinocho levantó la falda de Blanca para casi azotarla con aquel enorme aparato.
—VIEJA —gritó el pobre hombre saliendo de las sombras con un espada en sus manos y alzándola para partir en dos, la enorme vara cincelada—. Dije que nunca más estas cosas en MI local.
Geppetto saltó corriendo del asiento para recoger a un Pinocho que se había callado en un grito congelado. Tirado en el sofá agarrándose su entrepierna el político intentaba llorar. La actitud furibunda del pequeño burgués gruñón, hizo que callara todo intento tanto de llorar como de insultar que él era una persona importante.
            —He dicho que esto no se puede consentir en mi local nunca más —sentenció el enano—. Y vosotras, vamos —dijo golpeando las pantorrillas de las chicas con el trozo de madera roto del suelo—. Seguid trabajando que para eso se os paga, no podéis mirar en esos sitios, lo sabéis.
Gruñón miró en el interior de la cabina y sacó a varias personas, entre ellas un sorprendido y enrojecido príncipe Valiente, que se ajustó su traje y corbata y recogió el del suelo la espada cercenadora de miembros.
Todos se dispersaron. Gruñón cerró esta vez la puerta de una de las cabinas, en sus gafas se reflejó momentáneamente luces de diversos colores.
Alicia se acarició la nalga en actitud infantil y se llevó a sus compañeras tras la barra para seguir sirviendo el alcohol, pero podían ver tras la máscara de cada una como miraban curiosamente tras la rendija de la cabina antes de que el jefe la cerrara.

            Las tres jovencitas, al terminar la noche, se reunieron tras los contenedores de basura ocultas por las sombras. Nadie sabía que estarían allí y ellas tampoco, porque no podían conocerse. Pero la curiosidad mató al gato. Aunque el gato con botas seguía en el hospital, no debió mirar tras las faltas de la reina de corazones.
—Debemos hacer algo chicas —Cenicienta fue la primera que habló—. Cada día esto se está poniendo muy feo para que podamos seguir trabajando.
—Lo que más te preocupa es saber qué está pasando en esas cabinas, ¿verdad? —Blanca tenía esa curiosidad también— Yo también —confesó—. Mi trabajo solo era servir alcohol, como vosotras, pero he sabido historias…           
            —¿Qué tipo de historias? —la voz aguda de Alicia produjo un siseo de las demás para que bajara la voz—, yo nunca he oído historias.
—Hablan sobre que en esas cabinas ocurren cosas inimaginables…
—Yo he sabido que por trabajar ahí dentro te dan mucho más dinero y creo que necesitaré más —Cenicienta se tocó la barriga acariciándola.
            Alicia sonrió pero nadie podía ver que lo hacía  y dijo: —¡¡¡Felicidades!!! Es tan bello tener un niño.
—Dos —le corrigió Blanca.
—Estas son las notas de recogida, me han venido hace dos semanas, no sé lo puedo decir al príncipe, él no quiere tener más hijos…
De uno de los bolsillos (cercanos al estómago. Ocultos entre la ropa donde guardaba mucha de las propinas) sacó dos pequeños billetes «Cigüeña Airlines le hace honor de dos pequeños bebes para su recogida en nuestras oficinas». Las tres compañeras se miraron unas a otras ocultas por las sombras.
            —Necesito dinero, chicas. ¿Cómo podría conseguirlo de forma rápida?
—Solo queda una cosa… —sentenció Alicia intentando desajustarse la ropa, pero no consiguió quitarse el nudo que se había hecho con la camisa.
—¡¡Vamos a robar a Gruñón!! —Blanca avanzó el rostro para salir de la oscuridad y dejar ver en su cara, una sonrisa enorme. Casi de final feliz, si no fuera por sus ojos inyectados en locura.
—¡Blanca! —gritaron al unísono, Alicia y Cenicienta.
—Como si no supierais quienes somos. —Su rostro adquirió un matiz de misericordia— Alicia, tu tatuaje ya lo conocen todos y cuando fuiste al supermercado y se te cayeron las cajas de cereales… ¿crees que todos se asombraron porque fueran los que tenían miel?
—Fue Winnie de Pooh quien te vio el tatuaje cuando buscaba sus quince cajas diarias —Blanca señaló a Cenicienta— y tú creías que podrías darnos esquinazo cuando te quitaste en el almacén la careta para poder fumar… Todos sabemos que estás calva, que esa melena que llevas es porque tienes tanto estrés (y ahora comprendo la causa) debido a todos los hijos que tienes… —Blanca metió la mano entre las sombras donde estaría la cabeza de su compañera.
Cenicienta sacó la cabeza de la sombra, su cabello apareció torcido en una imposibilidad que solo las pelucas podrían hacer posible. Su rostro iracundo miró a la chica y con un mohín sentenció una afirmación para con el plan. Alicia también dejó ver ya su cara, una expresión de ojos completamente abiertos y una sonrisa entre boca abierta y sonrisa de persona mentalmente inestable. Parpadeó rápida como si fuera una rana para volver a la forma hierática anterior.

En la noche siguiente las chicas parecían tener un plan o al menos eso creían. Sobre el salón principal, se volvían a juntar los mismos de siempre. Todos los personajes habidos y por haber de los deseos más ocultos de la tierra podrían estar ahí.
Alicia, con una pequeña bandeja en sus manos, portaba una enorme botella de whiskey y dos vasos; salió de la algarabía de gente y se inmiscuyó por los pasillos solitarios del laberinto interior del local. Llegó a una puerta donde ponía una pequeña placa dorada «Propietario Gruñón»; varios toques con la mano sobrante de llevar la bandeja (casi se le cae a la pobre chica. Todavía no dominaba la bandeja después de tanto tiempo) y en el interior se escucharon movimientos rápidos e imprecaciones. Unos minutos de espera y sonó fuerte desde el interior un “Adelante” nervioso.
La chica entró despacio, nunca sabía qué se podía encontrar en aquella habitación. Su ineptitud, al menos así le decía Gruñón, hizo que varias veces entrara sin avisar pillando desprevenido al jefe. Ahora recordaba cómo una vez este y varios de sus hermanos aspiraban azúcar sobre la mesa. Varias líneas de lo que Alicia le dijo que era cocaína o algún tipo de sustancia estupidaciente. «Por lo menos ahora no tenía nada de eso» pensó mirando soslayadamente a la pequeña mesita a su derecha. Mientras caminaba hacia el final de la habitación donde estaba una enorme mesa pudo ver algo de ropa femenina, pero minúscula tirada en uno de los sofás. Zapatos blancos y un traje a juego con un gorro del mismo tipo. Gruñón carraspeó al ver a Alicia mirar sorprendida la ropa.
—He estado ordenaaaaaannndo la rooooopa—alargó la vocal en un gesto de deseo y placer. El enano carraspeó de nuevo y empezó a garabatear números en el diario de las cuentas.
—Señor, le he traído su bebida de todos los días. Se la dejo aquí —Alicia colocó la bandejita encima del escritorio. Al bajar la voz vio un pequeño pie azul bajo la mesa entre el suelo y el lugar para poder mover fácilmente el mueble. Sin atender a nada. Se dio la vuelta y salió de la habitación.
—Gracias —dijo una aflautada voz. Seguida de una risa y una reproche más grave.

Alicia se reunió con las demás en el almacén, todas se desvistieron aquellos ridículos vestidos y se colocaron unos trajes de faena grises. Rematando todo por unas caretas de ratones. Ahora eran tres perfectas ratones ladronas. Obtuvieron algunas armas sencillamente: El hacha del leñador, la espada del príncipe (que había vuelto de nuevo) y una pistola que escondía Gruñón.
—¿Estamos listas? —Blanca levantó el hacha. Que la intentó cruzar con la espada de Alicia pero esta se movió y se dio contra una estantería de hierro como si fuera un ratón ciego.
—Esperemos estarlo —dijo Cenicienta cargando el arma.

Todo el mundo se divertía. Corría el alcohol, la juerga era lo mejor entre cada actuación y los personajes más ricos seguían gastando su dinero.
Como era martes, el show tras las cabinas estaría en su apogeo justo en el mismo momento en que las tres chicas salieran en medio de la algarabía. Con un enorme grito para espantar al miedo las chicas entraron en el local. Habían salido por la parte de atrás para no ser confundidas.
—¡Que nadie se mueva! —gritó Blanca levantando su arma.
—Hemos venido para ajustar cuentas…
—Y las chicas que están ahí atrás —dudó en seguir con la frase Alicia. Ante un codazo de una de las chicas esta prosiguió con el discurso aprendido— no nos van a molestar más.
—Siií —Blanca sacó de uno de los bolsillos un ojo y lo lanzó a la mesa central. La gente se asustó y se apartó como si tuviera peste aquel miembro.
—De dónde has sacado eso, no será… —Cenicienta susurró cerca de la compañera.
—No, es un ojo de una vaca, del menú que ponemos los sábados…
—¿Qué es lo que está pasando aquí? —Gruñón apareció por el pasillo subiéndose la cremallera y ajustándose la corbata. Detrás, una pitufina de melena rubia se ajustaba el vestido. Cuando el enano vio a las chicas disfrazadas y el arma no se asustó sino que gritó más fuere si cabía: —¿Qué queréis de mi local?
—Danos todo el dinero que tengas. Tú —señaló Cenicienta a Alicia—, señor marrón, ve a la caja con él y que te de todo lo que haya dentro. Y vosotros venga, id poniendo todo lo de valor en… —arrancó de las manos el portafolios de Geppetto (esta vez había venido solo) y vació su contenido. Revistas de dudosa moral cayeron sobre el suelo esparramándose junto con materiales de reparación de madera—. aquí. Que no os falta nada. Señora rosa —señaló a Blanca que llevaba alzada el hacha—, veamos que hay en la puerta número uno.
Las dos jóvenes se acercaron a una de las puertas próximas. Blanca blandió en lo alto el arma y lo lanzó en raudos golpes contra la hendidura de una de las puertas. Entre cada golpe cercenaba un poco más la unión. Cuando consiguieron poder abrirla en su interior, un asustado capitán de barco con una mano gritaba que pagaría más por la estancia, si aquello no era suficiente.
            Deseosas, a las dos jóvenes parecía brillarles los ojos tras las máscaras al comprobar la luz de colores que salía del interior. Miraron hasta que el resplandor las cegó, y dejaron que sus ojos se recuperaran para ver qué joyas podría haber en su interior. Pero nada de eso pudieron encontrar. Apenas era un minúsculo habitáculo con una silla y algunos papeles. Como todos ellos no había nada diferente de ellos. Todas habían visto uno cuando tenían que limpiarlos, pero nada en ellos les diferenciaban. Exceptuando esta vez las luces que les cegaban y un pequeño botón luminoso.
            Cenicienta, curiosa, apretó y las dos pudieron ver como una persiana de metal se elevaba dejando ver una habitación rosada; un enorme cojín del mismo color pero más oscura giraba en el centro. No había nadie. Desde un altavoz una voz empezó a presentar: «Y venida desde las más oscuras de las regiones… (sonidos de tambores) la bruja María Juana y su espectáculo de la manzana dorada», una pequeña puerta se abrió y las dos chicas vieron a quien menos se podrían esperar. Una rubia escultural apenas cubierta por una túnica raída se colocaba en el corazón central que empezaba a girar despacio. Bajo la ropa no llevaba nada y más con aquellos contoneos y movimientos sexuales que dejaron anonadados a las dos pobres chicas. La joven se movía lascivamente en un baile al son de la música dejando ver todas las partes de su anatomía. En sus nalgas, mientras hacía movimientos espasmódicos, Cenicienta podía ver el dibujo de una extraña hoja de siete pétalos semejante a un pentágono. Las dos dejaron de mirar cuando frente a su cabina María contoneaba su sexo.
            —Pero, qué es eso que está ocurriendo ahí dentro. —Blanca salió enfadadísima de la cabina y agarró, levantando a Gruñón por los aires—. Para eso quería ella —señaló al interior de la cabina—, que yo le prestara ese dinero y por ello me tuviera que poner a trabajar aquí…
            Gruñón levantó los labios y abrió los ojos mirando al techo un gesto que lo hacía mejor su hermano tontín.
            Desde el pasillo, y con una enorme bolsa de supermercado, Alicia llevaba un montón de billetes.
            —Señor verde, solo he encontrado algunos fajos ocultos por el revestimiento de los muebles, pero me he traído algo mejor… —enseñó algunos paquetes blancos envueltos en cintas de embalar marrón— ¡¡¡estupidacientes!!!
            Uno de los presentes se levantó, el oficial de policía Hansel grito:
            —¿Dijiste que habías vendido todo, maldito bastardo?
            —¡¡Silencio!! —Cenicienta lanzó varios disparos al aire, todos callaron, asustados. De las demás cabinas, todos los personajes salieron asustados para encontrarse con tres ratas y sus armas—. Quiero que todo el mundo se coloque allí. Nos vamos a llevar todo y no me importa de quién o quienes sean. Ahora es nuestro.
            Cenicienta pasó el maletín por todos y cada uno de los presentes, hasta que casi no podía ni cerrarse.

            Horas después, las tres reían con su botín en los asientos de un “Chevrolet rojo” y blanco. ¿Por qué? Porque es la realidad… o al menos lo más parecido. Y los finales felices no son solo para los buenos.





- FIN -



William E. Flemming ha dispuesto que Laura de la rosa, para su cuento corto a publicarse el miércoles 23/01, utilice las siguientes palabras: 1) razón; 2) imagen; 3) Mano; y 4) infortunada.


4 comentarios:

  1. Vaya, vaya, vaya! Y después dicen que la falta de sexo es mala!. Original, pícaro y sorpresivo cuento con que te has inspirado!. Me ha gustado!

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  2. ¡Delirante y muy entretenido William! Has creado un mundo desorbitante y genial. ¡Un abrazo!

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  3. Desopilante, William: tu estilo es inconfundible...
    Muchísima imaginación para crear un mundo que mezcla gran cantidad de los cuentos que vivimos en nuestra infancia, con lo crudo de la realidad de todos los días de nuestra sociedad.
    El final me recordó a la peli "Thelma y Louise", pero aquí con tres protagonistas en lugar de dos.
    Muy bueno, Will.
    ¡Saludos!

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  4. jaja !!! me encantó tú versión. definitivamente todos los cuentos infantiles tienen una solapada connotación sexual . muy bueno!!! congrats !!

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