El domingo era
el día perfecto para empezar. Para Mateo no habría descanso.
Salió a la
calle pensando en Constanza, una idea fija en su mente. ¿Cuánto tiempo había
esperado por una señal? Días, meses, años.
En la vereda de
su casa vio a su primera víctima. No tenía nada contra él, era su vecino
Andrés. Cortaba el pasto con una máquina vieja y ruidosa, en cuero y con la
remera atada a la cabeza para protegerse del sol.
Mateo esperó a que
pasara una motocicleta
y después cruzó la calle. Andrés le daba la espalda, sin saber que estaba a
punto de ser atravesado por un cuchillo. El alegre señor de cincuenta y tres
años quería terminar cuanto antes su trabajo, para poder entrar y tomarse una
cerveza mientras veía el partido por televisión.
La estocada fue
mortal. Ingresó por su espalda, pasándole entre las costillas y clavándose en
su corazón. Trató de girar para verle la cara a su asesino, en busca de
entendimiento. Pero cayó de boca al suelo, rompiéndose la nariz contra el borde
de la cortadora de pasto. La marcha de la máquina se desestabilizó al agarrarle
su brazo izquierdo, el cual quedó despedazado en jirones de piel y con el hueso
al descubierto. La sangre manchó el pasto irregular, un cultivo que nunca volvería a ser el mismo.
Mateo asintió
satisfecho. A pesar del enchastre y el desorden, había empezado.
La tarde vacía
le sirvió para esconder su primer cadáver. La suerte lo acompañó y no le puso
ningún testigo. Tan solo algunos gorriones que no entendieron lo sucedido, porque
no saben lo que pasa cuando la locura se mezcla con el amor.
Esa noche se
acostó agotado. Once habían sido los muertos. Pensaba que no estaba mal por ser
su primer día, pero tendría que mejorar sus métodos. Tendría que conseguirse
algún arma más efectiva. El cuchillo había servido, pero tenía sangre en los
antebrazos y el cuerpo, además de que había arruinado tres mudas de ropa.
El baño lo
purificó y lo energizó. Se acostó con media sonrisa y aguardó a una nueva
salida del sol.
Ese lunes Mateo
descubrió que tendría que cambiar sus modos de sueño. El día, la luz, no le
servía. Lo supo cuando una niña chilló al verlo disparar contra su padre. Había
resultado fácil ingresar a la casa, pero no era correcto que lo advirtieran y
avisaran a la policía o gritaran. El trabajo de Mateo tenía que ser silencioso,
apto para que nunca lo agarraran. Si bien en algún momento llegaría a las
autoridades prefería empezar por aquellos hombres fáciles; como empleados,
ejecutivos y padres de familia. Personas que no esperarían un ataque repentino
nunca.
Por eso a las
dos de la tarde, se metió en la cama en busca de fuerzas para esa noche.
Estaba
resultando.
Dos hombres
habían caído y seguía.
Ya no se
molestaba en esconder los cuerpos. Los dejaba en la calle, al abrigo de la nada,
para que la naturaleza hiciera el trabajo de descomponerlos y desaparecerlos,
tal era su objetivo.
Golpeó la
puerta de una casa, con su cuchillo sangrante en una mano y la pistola en la otra.
Si hubiera hecho cuentas sabría que en el mundo había aproximadamente tres mil
quinientos millones de hombres. Matando veinte o treinta por día, tardaría casi
cuatrocientos cincuenta mil años.
Nunca llegaría.
Claro que eso
no lo sabía. Su objetivo era terminar con todos y que Constanza fuera solo para
él. Ella lo había dicho:
—Creo que
estaría con vos si no existiera ningún hombre más en el mundo.
Después se
había reído. Pero para Mateo eso había sido una confesión y una revelación. Tenía
que hacerlo. Siempre se había propuesto lo que quería. Ella era el amor de su vida,
la mujer con la que quería casarse y tener hijos, la persona con la que quería
morir. Y si para eso tenía que pasar por encima de toda la población masculina
del mundo, lo haría. La perseverancia era su virtud y su maldición, como un
altar sacrosanto
del que no se puede ni se quiere escapar.
La puerta se
abrió y Mateo atacó sin dudar. Pero el hombre que se suponía fuera una víctima
resultó rápido y agresivo. Desarmó a su atacante y la policía no tardó en
llegar.
Un final riguroso
para la empresa que se proponía Mateo.
Ahora está
preso. Y lo más interesante de todo es que Constanza va a visitarlo cada tanto.
A veces con su uniforme de azafata,
que le queda entallado al cuerpo; y media cárcel silba y grita ante tal
recreación visual. Como Mateo está condenado a muchas vidas como prisionero,
saben que nunca podrán verse en otro lado que no sea dentro de los muros de
cemento y hormigón. Pero por lo visto la chica consideró un gesto bonito que
Mateo buscara su corazón quitándoles la vida a otros.
Al parecer, su
locura no era solitaria.
- FIN -
Sebastián Elesgaray ha dispuesto
que William E. Flemming, para su cuento corto
a publicarse el miércoles 09/01, utilice las siguientes palabras: 1) espada; 2) diario; 3) cocaína; y 4) moza.
Vieron que hay que cuidarse con las palabras, nunca sabemos quien puede tomarse todo al pie de la letra.
ResponderEliminarMe gusto mucho Sebastían. Excelente.
Si, si. Hay que cuidarse porque algunos no entienden el mensaje, jeje...
Eliminar¡Saludos Lau!
Uh! Ay amores que matan. Muy buena idea la de jugar con la literalidad. Un gusto leerte!
ResponderEliminarUn abrazo
¡Gracias Pepe! Es que a veces el amor es complicado... ¡Saludos!
Eliminarun relato de los que me gustan. hasta conmovedor e inocente resulta el hombre ... salud sebastián !!
ResponderEliminarSi, uno termina pensando en el pobre de Mateo, ¿no? ¡Salud Clau!
EliminarCreí que te había comentado pero mejor así porque volví a leerlo y a disfrutarlo!!! Excelente relato que nos deja pensando además !!! Besosss
ResponderEliminar¡¡Buenísimo Bibi!! Un beso grande!!
Eliminar¡Maestro! Una muestra más de tu enorme talento, Sebas.
ResponderEliminarIronía, violencia, humor negro... Pero también amor, en una mezcla ideal.
Fantástico. Disfrutado a pleno con su lectura.
¡Genio!
¡¡Muchas gracias Juan!! Siempre tan copadas tus palabras. Te mando un abrazo y me encanta que hayas disfrutado el texto. :D
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