Por Mauricio Vargas Herrera.
—Hey,
deja mi camisón.
El animal maulló
aferrado a la tela amarilla.
—¡Te dije que lo
soltaras! —dijo el niño calvo tirando de su camisón. El gato de enormes
cachetes se fue para atrás y dio una voltereta de gracia.
—¿Por qué te tomas
tantas molestias con ese maldito camisón?
—Qué te
importa, gato del demonio.
—¿No te da
vergüenza andar así por las estanterías?
—Por qué, ¿por mi
camisón? No seas imbécil. Jamás me avergoncé cuando salía en los diarios, mucho
menos lo voy a hacer ahora.
—Ah, cierto que
eres un pobre anciano con cara de infante, y además pelón. Siempre he creído
que eres un maldito pervertido también. Apuesto que no hay nada bajo ese
camisón tan sucio y chillón que te gusta llevar. ¿A quién se le ocurre usar un
color tan asqueroso? Payaso.
—Mi camisón no
está sucio, es el rastro de la tinta sobre la tela a través de todas estas
décadas. Y el amarillo… supongo que tiene que ver con mi fino sentido del
humor. Pregúntaselo a mi creador.
—Tengo más humor
yo en una de mis uñas que tú en todo tu asqueroso camisón, y sé de lo que
hablo.
—Tú no sabes
nada, solo eres una alimaña ignorante que únicamente sirves para afilarte tus
humorísticas garras mientras piensas cómo robar los chistes de otros.
—¡Eso es una vil
calumnia! ¿Quién te crees, hijo de puta?
—Yo no me creo
nada, soy El niño amarillo, te conozco, solo eres una copia barata que le robas
los chistes a Mafalda. ¿Ves a ese tipo disfrazado de murciélago allá
discutiendo con el oriental que tiene la aureola sobre su cabeza de helecho? ¿Ves a ese niño calvito con cara
de perdedor paseando a su perro blanco? ¿Ves a ese vaquero allá tirado hablando con el enano bigotón del casco alado? Míralos a todos ellos y mírate a
ti. Yo fui antes de ustedes y creé buena parte de los cimientos del universo donde
viven. Tengo la autoridad de hablar, pero no lo hago porque no soy tan
impertinente y engreído como tú. Cuando dejes de plagiar e inventes tus propios
chistes puedes intentar agarrar mi camisón de nuevo, pero te aseguro que vas a
sentir mi pie en tus enormes y horribles bigotes antes de tocarlo.
—Ayer
pude ver la televisión cuando me asomé por un resquicio del cómic en donde
estaba. Fue por la mañana.
—¡La televisión
matutina es horrible!
—Unas personas
jugaban a una tontería. Eran dos equipos y, por turnos, iba pasando cada
integrante para copiar en treinta segundos la mayor cantidad de nombres de
algo. Cuando me asomé a un tipo le tocó escribir nombres de superhéroes. Puso
tu nombre y todavía no sé por qué.
—Por qué no sabes
por qué.
—Pues tú no eres
un superhéroe.
—¿Cómo?
—Qué tú no eres
un superhéroe, y al tipo le sumaron un punto por haber escrito tu nombre.
—Yo sí soy un superhéroe.
—Obviamente no.
—En qué
fundamentas.
—Los superhéroes
tenemos esto. Todos somos así, como yo, mírame.
—Eso me parece
una tontería.
—No lo es. No
tienes la indumentaria, no tienes identidad secreta, no eres norteamericano.
Además, ¿qué tontería es esa que flota sobre tu cabeza?
—Es una aureola.
—¿Estás muerto?
—Sí.
—Vaya disparate.
—Por qué.
—¿Es que acaso no
lo ves? Ah no, verdad que ustedes tienen sus ojos todos pellizcados. Puede
resultarte difícil ver algunas cosas, me imagino. ¿Qué les pasa a las personas
allá afuera? Todo se está yendo al carajo. Ya no son capaces de distinguir a
los superhéroes de verdad. Ahora solo ven esas tonterías que traen de oriente,
un montón de dibujos paliduchos con los pelos parados y las narices respingadas
que se demoran tres capítulos para dar un golpe. Tú eres uno de esos
personajillos, ¿no? He visto tu programa, es una cosa infantil e ingenua.
Reviven a la gente como sacando monedas del bolsillo con esas esferas
brillantes, todo tan fácil y tan falto de conflicto. No entiendo cómo esas
historias tan simplonas han logrado calar tanto en el público de hoy. Se ha
perdido el carácter, el respeto y la jerarquía. Creo que soy de los pocos que han
logrado conservar el espíritu del superhéroe primordial.
—Parece que esa
máscara te está oprimiendo el cerebro. Yo tengo una indumentaria, lo tuyo es un
disfraz de avechucho para la noche de Halloween. ¿Te burlas de mi aureola? Son
más ridículas las orejitas puntudas que tienes en tu casco. No soy gringo,
gracias a Shen Long, sobre todo porque ahora nosotros dominamos el mundo que
alguna vez estuvo en sus manos. Tú eres un playboy de segunda, yo soy un Dios,
¿o es que no has visto lo de mi última película? Mis filmes son superiores.
—¿Hablas de esa
horrible película en donde pretenden representarte en carne y hueso? Eso es una
basura.
—Al menos no
tengo que avergonzarme de haber salido junto a Terminator de hielo y a Uma
Turman de la selva mostrando mis pezones. Eso sí que fue embarazoso. Hasta
Piccolo rió como loco cuando la
vio. Tú combates contra malhechores de poca monta, yo he derrotado a
los seres más poderosos del universo. Tu existencia ha estado en mis manos y sin
embargo te atreves a cuestionarme. Hay que ver hasta dónde llega el ego. Yo
morí por ustedes y reviví para salvar a la tierra. Hasta Jesucristo
me lo agradeció y jamás me he ufanado de ello. Mejor vete a tu cueva a
revolcarte en guano y déjame en paz.
—Apaga
esa dinamita.
—No quiero.
—En serio, Negro,
¡apágala!
—No quiero… ¡Oye!
No le eches babas a la mecha.
—No estoy para
tonterías de espías otra vez.
—Qué pasa. ¿Te
aprieta el sombrero? ¿Te aturde tu extrema blancura?
—No empieces con eso
de nuevo que tú eres un espía igual de blanco a mí, solo que con gabardina
negra.
—Sí, sí, está
bien. Pero estoy aburrido, quiero jugar a matarnos de nuevo. ¿Qué es lo que
tienes?
—¿Has visto
televisión últimamente?
—No.
—Ayer descubrí un
programa en el que salimos nosotros.
—¿Que salimos en
un programa?
—Sí, aparecemos
en un programa tal cual, así, matándonos entre nosotros una y otra vez, tú de
negro y yo de blanco.
—Cómo se llama.
—Como la revista,
MAD.
—Y en qué canal.
—No recuerdo el
nombre, solo el logotipo, un cuadro negro y otro blanco, como nosotros dos.
—Ni idea.
—En fin, estoy
muy molesto.
—Por qué.
—Se supone que
«Espía contra espía» solo sale impreso y ahora están usando nuestra imagen en
televisión sin que nos diéramos por enterados. Además, ¿quiénes son esos que
salen actuando allí?
—No sé, ¿vas a
poner una queja formal?.
—Quiero salir de
esta revistería. Ir a ver qué es lo que está pasando allá afuera.
—Eso es una
estupidez. No podemos salir de aquí.
—Ya veré cómo.
—¿Tienes algo en
mente, Blanco?
—Sé que hay un
tipo con un avión o algo así. No sé cómo se llama pero conozco la estantería
donde está ubicado.
—¿Y el gigantón?
—Creo que podemos
ocuparnos de él. Déjame pensar en algo.
—Okey. Acá está
la dinamita, por si la necesitas.
—Nada de dinamita, me duele la cabeza.
—Apúrate,
Snoopy, tengo afán.
—…
—¿Estás
estreñido? Pasas mucho tiempo tumbado en el techo. El sedentarismo es muy malo.
—…
—Apúrate que
quiero ir a jugar football, a ver si logro patear ese balón.
—…
—Caga rápido, por
favor. ¿Cuándo te volviste tan demorado para eso?
—…
—Creo que voy a
tener que llamar a César Millán. Lo vi ayer en la sección de novedades. ¿Te
gustaría?
—…
—¿O es estar
encerrado en esta revistería lo que te tiene así?
—…
—¡Qué
te pasó, Lucky!
—Me caí de mi
historieta.
—Y dónde está.
—Allá arriba, en
la otra estantería.
—¡Santo Dios!
—¿Me puedes
prestar tu casco con alas para subir de nuevo?
—Y dónde está tu
caballo.
—Lo mató el tren.
—¡Que lo mató el
tren?
—Por eso me caí.
Veníamos siguiendo a unos bandidos, yo cabalgando, luego me trepé en el techo
de un vagón, pero mi caballo tropezó y se fue bajo las ruedas, el tren
trastabilló haciéndome caer y vine a parar aquí.
—¡Pobre! Te lo
prestaría, Lucky, pero creo que mi casco es muy grande. Le voy a preguntar a
Obélix, tal vez te pueda ayudar.
—No, no creo que lo haga.
—Por qué.
—La semana pasada
le dije que era una albóndiga con patas.
—Cómo vas a hacer
eso. Tiene baja autoestima por su peso.
—Lo siento.
—No importa. Voy
a intentar convencerlo.
—Por favor.
—Espérame aquí.
—Lo haré.
—Oye,
Obélix.
—Dime, Ax.
—Necesito de tu súper fuerza.
—Para qué.
—Lucky lo
necesita para regresar hasta su estantería y tú lo puedes lanzar hasta allá.
—¿Ese Clint
Eastwood de poca monta? Olvídalo.
—Por favor, el
pobre se cayó de su historieta.
—Eso a mí no me
importa.
—Te manda a decir
que se disculpa por lo que te dijo.
—Eso no es
suficiente. Puede que tú lo hayas perdonado, pero yo no.
—Yo no lo he
perdonado de nada.
—Ah, entonces no
te contó lo que piensa sobre ti.
—Qué dijo sobre
mí.
—Que eras un
enano, una muestra de perfume con bigote, y que le habías robado las alas de tu
casco al Capitán América.
—¿Eso fue lo que
dijo?
—Tal cual.
—Infeliz.
—Es un hijo de
puta.
El
sujeto gordo se levantó de su puesto, linterna en mano, por la tremolina que se
había formado allá atrás. De nuevo estaban discutiendo. Qué fastidio. Siempre
lo hacían cuando trataba de ver las películas porno de The Film Zone que
pasaban por la noche.
Caminó a oscuras
por el pasillo hasta el fondo de la revistería y la discusión se hizo más
audible. Enfocó con la linterna a los diminutos personajes. Se callaron al
instante, enceguecidos por la luz sobre sus rostros.
—Qué mierda te
pasa, perdedor —preguntó alguien.
—¿Se pueden
callar? ¡Ya estoy cansado de ustedes!
—Mejor vete a ver
tu porno barato y déjanos en paz. Quita esa luz de mi cara —exclamó otro.
—Si no dejan de
joderme —advirtió el sujeto gordo— voy a tener que mandarlos a volar a todos.
—Inténtalo,
imbécil, ya estamos cansados de estar aquí encerrados de todos modos.
El sujeto gordo
lanzó un manotazo a la estantería más cercana y tiró al suelo a Calvin y Hobbes
que jugaban con su carretilla roja, a Modesty Blaise que practicaba su puntería
contra una revista que tenía en la portada a Paulo Coelho, a Condorito, Huevo Duro
y Pepe Cortisona que discutían sobre una noticia publicada en el Hocicón. Los
demás se enardecieron, protestaron y se abalanzaron contra él. Los sintió en
las orejas, sobre sus ojos, en sus fosas nasales, en su cuello, bajo su camisa y
colándose en su entrepierna. Se tambaleó, soltó la linterna y se fue de espaldas
al piso.
Las luces se
encendieron. Sobre el interruptor estaba Spiderman, que se descolgó lentamente
y fue corriendo hacia él, al igual que todos los demás personajes.
—¡Átenlo! —gritó
Tarzán.
Los demás
obedecieron de inmediato. Batman sacó de su cinturón un montón de lazos y con
ellos comenzaron a apresar al sujeto
gordo contra el suelo mientras todos iban clavando los extremos sobre la madera
con chinchetas que Bullseye lanzaba con asombrosa puntería desde el tablero de
sugerencias.
El sujeto intentó
moverse inútilmente. Un zumbido se extendió por el aire. Un moderno aeroplano
blanco venía planeando con Espía y Espía montados sobre las alas. Todos vieron cómo
viraba hacia la derecha buscando la entrada principal y desaparecía por el
ventilador empotrado en la parte superior la pared.
—Larguémonos de
aquí —exclamó de nuevo Tarzán poniendo sus manos alrededor de la boca y, tras
su característico grito de victoria, emprendió la huida.
Los demás, a
gritos enardecidos, salieron detrás del rey de la selva en una tromba anhelante
de libertad. De las historietas comenzaron a salir los demás que no habían
participado en la captura del sujeto gordo: Hugo, Paco y Luis seguidos de
Donald, McPato y Daisy, Ziggy tambaleándose por su estrecha redondez, El Fantasma
cabalgando en su caballo con Lucky Luke en las ancas mientras Lobo los seguía
de cerca, Benitín y Eneas volando en su viejo Ford, Hulk dando enormes saltos,
Astroboy volando a toda velocidad.
El sujeto gordo
solo pudo ver cómo doblaban la esquina de la sección de historietas y
desaparecían de su vista. Minutos después el silencio se cernió sobre la tienda
y solo quedó el murmullo de los «Oh, sí, dale, ahhh, métemelo, uuhhh» que
provenían de su pequeño televisor allá en la recepción de la tienda. ¿Por qué
no podía ver nunca su porno en paz?
Mauro, lo he disfrutado de principio a fin. Una genialidad de superhéroes :)-
ResponderEliminarFantástico, Mauricio.
ResponderEliminarQué bueno ver cobrar vida a los personajes de historieta, conocer sus motivaciones, sus negatividades, sus pros, sus contras... En fin, verlos sentir cómo nosotros.
Ese final nos deja con ganas de saber más (ideal final abierto): ¿es la primera vez que se escapan? ¿o lo venían haciendo seguido? ¿qué pasó afuera? ¿sobrevivieron? ¿hicieron de las suyas? ¿vovlieron?
Genial, Mauricio, me encantó.
¡Saludos!
jajaa. muy bueno mauricio.
ResponderEliminarcualquier parecido con la esquizofrénica realidad tómenlo como... exactamente eso.
salud!!