Por José Luis Bethancourt.
El
sigue mirándome.
Link a la novela «Dejad a los niños», de John Saul, en la que está basado el relato de José Luis Bethancourt:
https://www.dropbox.com/s/cmfzx6opw0hjrvt/166948705-John-Saul-Dejad-a-los-Ninos.pdf
Hoy
estuvo observándome. Me observa cuando yo juego en el prado. Mi padre hoy trató
de hacerme daño.
Me
gustaría que se marchara. Me gustaría que mi padre se marchara. Mamá también
quiere que se marche.
Hoy
trató nuevamente de hacerme daño. ¿Por qué papaíto quiere hacerme daño?
Había más, pero Elizabeth no pudo
descifrarlo. Pasó lentamente las páginas del viejo diario y después lo cerró.
Volvió a abrirlo en la primera página, y leyó la inscripción que allí había.
Estaba escrita por una mano fuerte y masculina, y no se había borrado. Las
iniciales de abajo eran las mismas de su padre: “J.C”. El diario debió ser
regalado a la niñita por su padre.
Dejó el diario y alzó la vista hacia el
retrato. Era tu diario, pensó. Era tuyo, ¿verdad?
En ese momento Cecil, el viejo gato,
entró en la habitación y se restregó contra sus piernas. Ella lo levantó y lo
puso sobre su regazo. Acarició suavemente al viejo gato y siguió mirando
fijamente el retrato.
Tal vez por las palabras del diario, o la
soledad de la casa, o las dos copas de brandy que tomó sintió que la niña del
cuadro le sonrió maléficamente.
—Tonterías —dijo por fin—. Mejor me voy a
dormir.
Mientras
subía las escaleras hacia su dormitorio, la extraña inscripción de la primera
página del diario volvía una y otra vez a su mente:
—Dejad a los niños... —decía—...
que vengan a mí.
Sabía
que había leído esa expresión en otra parte, pero no pudo recordar dónde.
Mientras pensaba en esto el sueño la venció poco antes de la medianoche.
El
invierno estaba demorando en llegar a Nueva Inglaterra y muchos extendían sus
paseos por las afueras de Port Arbello visitando los prados y los bosques que
lindaban con el camino a Punta Conger y más allá.
Una
de las que se aventuraban al bosque y los senderos sobre el acantilado era Anne
Forager. Habían pasado casi veinte años desde el día que se ausentó todo un día
de su casa y regresó con el vestido desgarrado, cubierta de barro y presentando
varios rasguños. Nunca habló de qué fue lo que le sucedió en aquella época pero
evitó por varios años las tierras de los Conger y no salía de su casa sin estar
acompañada.
Pero
al llegar la adolescencia y la consabida búsqueda de mayores libertades todas
esas precauciones quedaron atrás y una nueva Anne segura y bonita asomó. Esto
no pasó desapercibido para Mike Wilson, el apuesto doctor que se estableció en
Port Arbello tras la muerte del viejo Norton años atrás.
A
pesar de la diferencia de edad se impuso la testarudez de Anne y dieron mucho
de que hablar a las señoras que se juntaban a tomar el té y jugar bridge casi
todas las tardes. Sin embargo contra todo pronóstico luego de dos años de
noviazgo, cuando ella cumplió los dieciocho, sus padres se dejaron convencer de
que estaba lista para casarse.
Antes
del año nació Timothy Wilson y fue celebrado por la familia con una fiesta
sencilla y emotiva. Por fin parecía que los fantasmas del pasado habían
desaparecido y nadie hablaba de la antigua leyenda, de las profecías de la tatarabuela Conger ,
la cueva misteriosa y Sarah recluida tan lejos, en Ocean Creast.
Los
dueños del complejo habitacional que se alzaba donde otrora existió el
bosquecillo de la leyenda tuvieron el acierto de construir barandas en el borde
del acantilado y una escalera que llevaba a una plataforma que se elevaba
apenas un poco arriba de la línea de la marea alta para disfrute de los
pescadores y las parejas que buscaban un poco de privacidad en las noches de
verano.
Timothy
contaba ya con unos siete años y disfrutaba de ir con su padre a contemplar las
olas rompiendo contra las rocas mientras intentaban pescar algo. Esa tarde
reinaba una extraña calma en el mar. Mike se dio cuenta que olvidó las carnadas
en la cajuela de su camioneta y dejó a Timothy a cargo de la cesta de comida
mientras subía corriendo las escaleras del acantilado. No iba a demorar más de
cinco minutos en ir y volver con las lombrices.
Al
llegar al prado le llamó la atención encontrar al viejo y gordo gato Cecil
deambulando solo. Miro hacia todos lados buscando a su dueña y pensó que no
podía demorarse buscándola. El gato se podía arreglar solo.
Tomó
la lata con la carnada y emprendió la marcha hacia la escalera. Justo en
el primer peldaño el sol hacía destellar un objeto. Mike se agachó para verlo
más de cerca y notó que era una pulsera con una piedra preciosa. Estiró su mano
para tomarla y sintió cómo todo se volvía oscuro y algo como un estallido en su
cabeza lo dejaba inconsciente.
Era de noche cuando un grupo de búsqueda lo halló
desnudo, cubierto de barro y lleno de hematomas. Fue llevado a su consultorio
para curar sus heridas. Anne ya se encontraba allí desde hacía unas horas,
sumida en la
desesperación. Acurrucado contra su pecho estaba el pequeño
Timothy, con sus enormes ojos azules abiertos, mirando al vacío, y sollozando
mientras parecía decir “Sarah”.
Solo los más viejos del pueblo recordaban a la
extraña niña que tantos años atrás actuaba extrañamente y solo rompía su
mutismo para proferir alaridos como si fuera un animal herido. Lo último que
supieron de ella era que estaba en un Centro de Salud Mental a dos horas de
viaje.
Nunca imaginaron que Sarah Conger se había fugado
la noche anterior y que merodeaba por su antiguo hogar. Otra vez la tierra de
los Conger volvía a ser escenario de algo terrible que afectaba a algún niño
del pueblo.
El comisario estaba reunido en la taberna con los
residentes más antiguos discutiendo sobre las medidas a tomar. Finalmente
organizaron un grupo para ir hasta la residencia Conger
y buscar respuestas por el ataque sufrido por los Wilson.
Encontraron respuestas muy diferentes a las
esperadas. En el pórtico, frente a la entrada principal, Sarah estaba de pie
como esperándolos. Tenía en su mano izquierda una muñeca vieja, sucia y sin un
brazo. En su mano derecha un cuchillo ensangrentado era el anuncio de algo
macabro.
Se hizo a un lado, para dejar pasar al comisario,
y sin decir una palabra señaló hacia el estudio de donde podía verse el
resplandor del hogar prendido, pese al calor. Solo dos ayudantes se aventuraron
con él al interior de la
mansión. El resto del grupo vigilaba a Sarah con cierta
curiosidad y temor.
Abrieron la puerta muy sigilosamente sin saber qué
encontrarían. Frente al hogar, llevando un vestido muy viejo y descolorido
Elizabeth contemplaba un antiguo cuadro donde una niña tenía una muñeca
idéntica a la que Sarah
llevaba en su mano. Con una voz infantil Elizabeth hablaba al hombre del cuadro
alternando con la niña.
Suplicaba que no le
pidieran volver a raptar a esos niños para llevarlos a la caverna. El comisario
y sus ayudantes no podían creer lo que estaban escuchando, pero decidieron no
interrumpirla para ver si podían saber algo más que los iluminara sobre lo
ocurrido a los Wilson.
Mientras tanto en el
pórtico Sarah contaba su versión de lo sucedido. La sangre del cuchillo era de
Cecil, y se lo arrebató a Elizabeth cuando trató de que no decapitara al viejo
gato. Además contó a los hombres todo lo que recordaba de aquellos meses
durante su niñez cuando fue testigo del asesinato de una niña y dos niños por
manos de su hermana en una caverna cuya entrada estaba en la pared de un
acantilado.
Tal vez por su
serenidad o porque su historia resolvía un misterio que había perdurado por
varias generaciones los hombres le creyeron. Entonces decidieron entrar a
buscar a Elizabeth para que rindiera cuentas sobre sus actos, sin importar
todos los años que habían transcurrido.
En silencio y
lentamente fueron entrando al estudio y quedaron hipnotizados por el atuendo de
Elizabeth y su extraña manera de hablar. Allí frente a todos ella develó con
lujo de detalles la verdad sobre la maldición que pesaba sobre su familia,
desde que su tatarabuelo violara y asesinara a su hija en el bosque y arrojara
su cuerpo a una caverna más de cien años atrás.
De pronto su voz cambió
de infantil a otra totalmente grave, y su actitud suplicante mudó en una
actitud desafiadora. Levantando los brazos descolgó el cuadro y proclamando la
purificación por el fuego arrojó el cuadro al hogar.
Demasiado tarde el
grupo vio las botellas vacías caídas a los pies de la mujer y percibió el olor
a alcohol. Sin tiempo a que nadie reaccionara Elizabeth tomó uno de los leños
encendidos y lo acercó a sus ropas empapadas en whisky.
Convertida en una
antorcha humana no corrió ni profirió grito alguno hasta que cayó mortalmente
consumida poniendo fin a la más famosa leyenda de Port Arbello.
- FIN -
Link a la novela «Dejad a los niños», de John Saul, en la que está basado el relato de José Luis Bethancourt:
https://www.dropbox.com/s/cmfzx6opw0hjrvt/166948705-John-Saul-Dejad-a-los-Ninos.pdf
Muy bueno, José. El suspenso se siente en las letras de principio a fin. Un historia oscura, sin lugar a dudas. Me gustó, che.
ResponderEliminar¡Saludos!
Gracias Juan!! Fué un desafío pero un gusto escribir.
ResponderEliminarqué horror. cuántas historias de ese tono habrá por ahí....
ResponderEliminarimpecable relato, jlb.
salutes!!!
Donde lo puedo descargar?
ResponderEliminarNo lo sabemos, Ángela.
EliminarSaludos.
Donde lo puedo descargar?
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