Por William E. Fleming.
Al final
solo quedamos ocho: Juan, Bibi, Claudia, Mauro, Sebastian, José Luis, Laura y
yo. Todos alrededor de una mesa con un tapete verde en lo alto de un edificio.
La ciudad sitiada y desierta bajo nuestros pies.
Juan
zarandeó en su mano el cubilete, el sonido de los dados jugaba con el eco
sordo. Lanzó su interior sobre el pasto, y las cinco figuras bailaron en un
vals loco hasta pararse en una de sus caras: todas extrañamente tenían un ojo.
Juan nos miró a todos y en su ojo derecho, el único que le quedaba, pudimos ver
la resignación.
Con el
turno de Bibiana, que le costaba poder mover los cubiletes con el único brazo y
apenas tres dedos de su mano izquierda, Juan se despidió y saludó a los
presentes en un arqueamiento de cabeza. Los dados bailaron y las figuras que
salieron fueron una pierna y lo que parecía el dibujo de un hígado. Al fondo
Juan se perdió por la inmensidad oscura de la puerta.
Bibi carraspeó
y soltó un pequeño alarido de angustia. Intentó marcharse pero se cayó de la
silla y todos pudimos verla cómo se movía en el suelo como un pez coleando
fuera del agua, con una sola pierna. Mientras Mauro la recogía del suelo el
turno de Claudia se formuló rápidamente, con pericia, sin pestañear, lanzó los
dados sobre la mesa. Su
resultado hizo que el silencio se apoderara de todos. Su boca inexistente no
pronunció palabras, y su ojo de cristal no lloró cuando los dados enseñaron un
rojo corazón.
Mauro,
recogió muy despacio el cubilete y los dados y los lanzó sin prisa. Esperando
que el tiempo se detuviera. Pero el no tener pulmones y respirar con una pesada
bombona a cuestas, hacía que su mundo fuera como la visión de una tortuga. El
resultado, nadie lo pudo ver de entre los presentes, recogió los dados y los
metió en el cubo para dárselos a la siguiente persona a su derecha: Sebastián.
Este
llevaba un extraño sombrero que dejaba ver debajo una venda que una vez fue
blanca y ahora estaba empapada en sangre. Sus ojos inexpresivos miraban a la nada. Un líquido espeso y
caliente salió de su boca como un saltador desde lo alto de un puente. Todos
recordaban los dibujos de su lanzamiento anterior. José Luis, o lo que parecía
el disfraz demasiado real de una momia, le ayudó a mover el cubilete para hacer
su lanzamiento. Sería el destino o el gusto por la ironía de nuestros captores
pero sus dados señalaron la nada, ocho perfectos lados blancos. Salvado, aunque
no sé si él podría alegrarse.
Desde las
tiras blancas el rostro de José Luis suspiró, parecía salir de sus inexistentes
labios una letanía o algún tipo de frase o intento de balbuceo. Apretó los
dados sobre su mano y los lanzó dentro del cubilete. Durante varios minutos los
movió hasta que terminó de balbucir y los tiró sobre el triángulo central
del tapete verde: dos ojos, una mano, dos bocas y tres orejas. Perdería estas dos.
Todos nos
petrificamos cuando oímos los gritos de dolor que asomaron por la puerta. Eran
demasiado temerosos, dolorosos e imaginativos para poder ver qué le estaban
haciendo de nuevo a Juan.
El turno le
llegó a Laura, yo me colocaba a su lado izquierdo y como el último y primero
que inició el juego me sentí obligado a hacerlo. Del interior de mi ropa saqué
un revolver y apunté con él a la morena.
—Hazlo
—dije con inexpresión en la cara— lánzalos de una maldita vez.
Sin miedo,
recogió el resultado de JL y zarandeó su interior sin mirar siquiera la mesa. Su expresión era de
derrota, todos sabíamos que éramos como las cobayas de un laberinto. Los lanzó
sobre el tapete y sin mirar, se fue directa a la puerta que se abrió para
zambullirse en la
oscuridad. Aunque esta vez no era tal. Unos ojos rojos
levitaban en ese infierno de gritos; desde las sombras dos criaturas deformas
de piel verdosa y pelo encanecido se taparon la cara con las manos al salir del
interior de la escalera hacia la azotea.
—Malditos
Morlocks —sentencié en un aullido mientras disparaba, solo dejando una bala al
final para mí.
Juanito, tremendas imágenes y como siempre muy bien hilvanado. Congratulations!
ResponderEliminarTodas las loas y aplausos, José, para Mr. Fleming, autor de "El juego del ocho". Yo solo anduve por acá dando una mano con la subida al blog. Todo es mérito de William :)
Eliminar¡Saludos!
Macabro, truculento, despiadado.
ResponderEliminarMe recuerda a la película "El juego del miedo" ("Saw"; de la saga solo vi el primer filme), pero en una versión más demoníaca, con esos Morlocks infernales apareciendo por ahí.
Excelente, William, con tu toque sangriento habitual.
¡Saludos!
yo diría descarnado. un relato oscuro y triste, más allá de la ficción. la ausencia de esperanza en todos en torno al juego es apabullante. ya perdimos tanto, solo queda entregarnos.
ResponderEliminarbien escrito will!! uf.
Muy bueno Will. Terribles las imágenes que generás en este relato. Me gustó toda esa desesperanza en los personajes, el saberse muertos y dedicarse nada más que a entregarse. ¡Muy bueno!
ResponderEliminarInteresante el guiño con la aparición de los Morlocks... ;)