Por Laura de la Rosa.
Tengo una buena cámara y además tengo un
excelente ojo. La capacidad que pueda tener el último de los modelos de una cámara
de calidad es diminuta si la mirada del fotógrafo no encuentra la imagen que
está buscando.
No veo cosas. No veo personas. Veo
solamente fotos.
Fotógrafa tiempo completo en el New York
Times, amante de esas redacciones como laberintos donde cientos de amigos y
colegas dejan su vida por obtener un Pulitzer. Mi equipo de trabajo es una
Nikon D800, un aparato que me permite captar lo que quiera. No voy a ponerme
con especificaciones técnicas, sino que voy a resumirlo así, mi cámara es como
el chico de mis sueños, el aparato perfecto.
Vivo en New York desde hace dos años,
costó adaptarme al estilo de vida de este lugar, tan bizarro algunas veces, tan
estructurado otras y sin embargo por primera vez en mucho tiempo me siento casi
como en casa.
The Yossi Milo Galery, ubicada en West
Chelsea, me propuso exponer a principios de octubre, la idea es entregar una
foto por día, ocho días consecutivos, imágenes que expresen lo que siento o
sentí durante esos días, la última foto la debo enviar el mismo día de la exposición.
La oportunidad es única, solo tengo que encontrar la foto indicada.
Laura de la Rosa
“Todas
las fuerzas giran sobre la base del Santo Ocho”
Yossi
Milo Gallery is pleased to announce All the forces revolve around the holy
eight, an exhibition of color photographs by Laura de la Rosa. The exhibition will open on Wednesday, August 8.
El nombre no surgió de manera casual,
cuando el director de la galería propuso esta exposición me dijo que pronto
recibiría un mail con algunas indicaciones, ese día entre la correspondencia
que habían dejado en la puerta del departamento encontré un sobre gris que
adentro tenía escrito lo que daría nombre a mi obra. Claro que ese no fue el
mail que yo debía recibir, y tampoco esas indicaciones las seguí, mi exposición
tenía que estar vinculada a lo que decía ese sobre, todas las fuerzas giran
sobre la base del Santo Ocho, ¿cómo llegó a mí, quién lo envió? eran
preguntas que comenzaba a hacerme pero aún no tenían explicación.
1-Camaradas
El accidente fue terrible, aún no se sabe
el número de muertos, una explosión ocurrió en las profundidades de una de las
nuevas ampliaciones del metro, en el cruce de la calle 72 y la segunda avenida.
Una bola de fuego buscando oxígeno para alimentarse impactó con el coche R32,
el estallido rompió cristales, incendió vagones y dejó mucha gente herida.
Ingresamos con un reportero en la zona
del horror, las cenizas flotaban en un ambiente denso mezcla de humo y agua que
caía de los techos y cerca del subterráneo se podían ver los cuerpos calcinados
o mutilados regados a ambos lados de la formación. Un espanto para la vista,
más que nunca, puse en mi mente la idea de que no veía gente, solo veía
fotografías, sin embargo cerré los ojos. Mecánicamente mi dedo empezó a
gatillar mi arma de trabajo, sin mirar giré en todas las direcciones, el flash
encandiló a mi compañero.
—No veo, no veo —gritó mientras
trastabillaba y caía entre los rieles. El temor se apoderó de mí. Mientras
trataba de ayudarlo a pararse le pedí que nos fuéramos urgente. Mi voz casi ni
se oía y los ojos comenzaban a arder. Solo quería salir de ese lugar. Me
mareaba el olor a alcantarilla.
Llegamos a la redacción en silencio, me
senté en mi cubículo y comencé a trabajar con mis fotos. Eran imágenes del
horror. Caras destrozadas, ojos con cuencas vacías, brazos y piernas amputadas.
Las miraba como quien mira la cara de la desesperación. Mis ojos comenzaron a
arder nuevamente y empecé a sollozar. Mi angustia se convirtió de pronto en un
río de lágrimas.
El redactor que se encontraba dos
gabinetes a la izquierda del mío, se acercó a verme. Él también estaba
llorando. Mientras las lágrimas marcaban dos surcos en su cara describía mis
fotos sin mirarlas.
Me di cuenta de que pese a las
diferencias que teníamos los dos habíamos sentido lo mismo.
—¿Qué sentiste Sebastián? —le dije.
—Primero el brillo, después la vacía
oscuridad.
Me llevó a casa, por primera vez desde
que estábamos trabajando juntos, y eso que los dos éramos de los pocos
argentinos en el periódico. Cuando llegué encontré en la puerta un nuevo sobre
gris, en perfecta cursiva estaba escrito Camaradas.
Saqué el contenido del interior, un texto
en Courier new 12, hoja tamaño A4, pensé que era la gacetilla de algo que tenía
que ir a fotografiar pero no, estaba escrita en castellano. Su autora, Bibiana
Pacilio.
Tremendo fue mi asombro al leer lo que
decía, era un cuento y si bien la historia no tenía que ver con lo que hoy nos
había pasado, ella relataba mis sensaciones, mis pensamientos. Mi miedo, mi
angustia, mis lágrimas.
El sonido del teléfono me sacó de mi
estado.
—Laura, tengo que contarte lo que me pasó
cuando llegué a casa, recibí un cuento.
—¿Uno que se llama Camaradas?
—No, uno que se llama Ocho al ocho, pero
lo asombroso de todo esto es que describe lo que sentí estando en el accidente.
En mi computadora tengo escrita la nota que recién va a salir en el diario
impreso de mañana, en la nota hay una frase que yo pensé mientras estaba en el
accidente: Ya Están
Muertos. Todo Lo Que Reciban Es Un Regalo. Todo Lo Que Puedan Hacer, Una
Oportunidad. Esa frase, está en el cuento. Me asusté Laura, al leerlo me
asusté.
—Yo también recibí un cuento. Venite
ahora Sebastián —dije antes de cortar.
2-Ocho al ocho
—No sé si me impactó demasiado el
accidente, pero cuando leí ese sobre que me llegó supe que tenía que llamarte —dijo
Sebastián un tanto consternado.
—¿Lo escribió Bibi Pacilio? —pregunté.
—No, Claudia Medina Castro.
—Dejame leerlo —le dije mientras
intercambiábamos los cuentos. El diseño era similar, el tipo de hoja, el tamaño
de letra, el sobre donde venía. Las historias se parecían, las sensaciones que
escribían estas dos mujeres tenían un hilo conductor, el miedo, la angustia y
la desesperación, pero este último tenía un grado de esperanza.
—Fijate, los personajes de Camaradas,
Clau, Juan, William, José, Mauricio, Laura y supongo que si está en primera
persona también estará Bibi.
—Y Sebastián —agregué.
—No, Sebastián Elesgaray. Yo. En este
cuento, está mi nombre y apellido.
Un sudor frío corrió por mi espalda,
sabía que esto no era casual.
—Mirá ahora la otra historia, Juan, Bibi,
Mauricio, Sebastián, Laura, José Luis, William y otra vez un relato en primera
persona, supongo que la que escribe es Clau.
Eran los mismos personajes en estas
historias
—¿Te parece casual? —preguntó Sebastián,
muy nervioso a esa altura de la noche.
—No —le respondí—. Ahora tenemos que
averiguar quiénes son Bibiana Pacilio y Claudia Medina Castro.
Sebastián encendió su computadora, y
empezó a googlear esos nombres.
La búsqueda de Bibiana Pacilio no obtuvo ningún
resultado.
Sugerencias:
- Comprueba que todas las
palabras están escritas correctamente.
- Intenta usar otras
palabras.
- Intenta usar palabras
más generales.
El mismo resultado obtuvo al googlear
Claudia Medina Castro.
—Es imposible que no hayan datos de estas
dos mujeres —afirmó un tanto molesto—, somos periodistas del New York Times, no
puede ser que no encontremos datos. Estos sobres llegaron a nuestras casas,
supongo que serán dos escritoras. ¿Cómo puede ser que no existan en la red?
Yo tampoco lo entendía. Teníamos que
averiguar quiénes eran estas mujeres y qué sabían. Algo no le había preguntado
a mi compañero y sentí que era importante.
—Sebastián, ¿vos recibiste algún otro
sobre?
—Sí, ayer, uno similar. Y dentro estaba
escrito esto “Todas
las fuerzas giran sobre la base del Santo Ocho”
Saqué mi sobre y se lo entregué. Él lo leyó en
silencio.
—Sé lo que estás pensando Laura.
—“Sebastián y Laura corrieron a
recibirnos con una sonrisa en sus ojos, porque no tenían más sus bocas.” —leí
del cuento de Claudia.
Nos
miramos a los ojos y ambos entendimos que estábamos entrando a un juego
peligroso.
3-El Ermitaño.
Sebastián no quiso irse, tampoco quise
que se fuera. La calle de pronto se había puesto intransitable. Una lluvia
fuerte azotaba la región y la televisión recomendaba no salir de las casas.
Tomé mi cámara y salí al balcón, las imágenes eran tremendas, los vientos cada
vez más fuertes y el agua golpeaba como baldazos. Disparé mientras pude, pero
volví al departamento. Debía enviar las fotos que tenía elegidas para la
exposición, pero el tema de los cuentos me tenía hipnotizada.
Sebas se quedó dormido mientras intentaba
encontrar a estas dos mujeres o trataba de descifrar qué era eso del santo
ocho. ¿Qué diferencia entre ambos? Como periodista tiene esas ansias por saber
que a mí me faltan.
Cuando me desperté él seguía durmiendo en
el sofá, preparé en silencio el desayuno. Debíamos ir a la oficina pero
asombrosamente había recibido un aviso en el que me daban licencia hasta el fin
de semana y no se porque supuse que Sebastián también iba a recibirlo.
Cuando abrió los ojos ya tenía mil cosas
para contarme, empezó a analizarme los cuentos. Mismos personas, la idea del
fin, de la finitud simbolizada en el número ocho pero también la idea de un
nuevo comienzo, los dos transcurren el 8 del 8 a las 8. Hablan de 8 pisos, 8
son los personajes. La frase que ambos habíamos recibido, pertenecía al Kábala,
era el símbolo del infinito. Sebastián se apasionaba contando todo lo que había
investigado mientras tomaba su café y yo salía hasta la puerta a buscar los
diarios.
—Hay un nuevo sobre, este dice El
Ermitaño.
Nos sentamos en la alfombra y yo comencé
a leer. “Corrí. Corrí como nunca en mi vida y al llegar a la cornisa salté
hacia el mar…” devoramos la lectura como dos apasionados y al terminar sentimos
una emoción que no podíamos controlar.
—Esto es maravilloso —dijo entre risas
Sebastián—, no solo esta historia que es genial, es maravilloso lo que nos está
pasando Laura, no sé qué es, pero suena a algo muy grande.
Yo que no podía contener las lágrimas
estos últimos días comencé a llorar, pero esta vez no sentía miedo, lloraba
porque me había encantado ser protagonista en esta nueva historia. Y porque
también pensaba que algo grande iba a pasar y que ambos habíamos sido elegidos
con esos ocho personajes.
—Fijate —comenzó a explicarme—: esta
historia también transcurre en una azotea, esta es neoyorkina. Una convención
de médicos que deviene en el fin del mundo. Un hombre que se convierte en un
ser alado, nuestra furia hacia él, la tragedia y la nada. El protagonista se
recluye en la montaña esperando su final. Es majestuoso. Y termina de sellar lo
que venimos pensando, los personajes somos nosotros, vos, yo, Juan Bassagaisteguy,
Bibiana Pacilio, Claudia Medina Castro, William Fleming, José Bethancourt y
Mauricio Vargas.
—¿Estos serán googleables?
—No sé, pero estoy seguro que existen
como existimos nosotros. Y mirá lo paradójico, el primer cuento, el de Bibi,
dice lo siguiente, “el silencio de Laura y Sebastián ahora cobraba sentido para
mis oídos”, el de Claudia dice así, “Sebastián y Laura corrieron a recibirnos
con una sonrisa en sus ojos, porque no tenían más sus bocas.” Y este nuevo no
solo nos menciona sino que relata una amistad, “Lo lamenté mucho por Laura y
Sebastián, con quienes había compartido mi vida (…) Pero tenía que
resignarme: Laura ya no era Laura y Sebastián ya no era Sebastián”.
—¿Qué quiere decir todo esto?
—No lo sé, pero si sé que hoy nosotros no
somos los de ayer.
—Laura ya no era Laura y Sebastián ya no
era Sebastián.
—Exactamente, ahora debemos averiguar quiénes
son Bibi, Claudia y Juan Esteban Bassa.
El timbre de la puerta interrumpió
nuestra conversación, al abrir lo vi,
era un hombre alto, cabello oscuro y con ojos de bonachón. Nos miró y dijo con
miedo:
—Soy Juan Bassagaisteguy, hace días que
los estoy buscando.
Sebastián y yo no nos recuperábamos del
asombro que sentimos al escuchar su nombre. Nos preguntó si podía pasar, estaba
cansado. Le ofrecí un café, mientras mi amigo le recibía su abrigo y le pedía
que se ubicara en un sillón. Él también nos miraba anonadado, no podía creer
estar frente a Sebastián y a Laura, su amigo y su mujer en esa ficción.
Me daba cuenta que no paraba de mirarme,
era sorprendente. Comenzó a hablar y
sonreía mientras lo hacía. Y a mí me parecía conocerlo desde siempre.
—Un día recibí un sobre, gris, el sobre
decía…
—Todas las fuerzas giran sobre la base
del santo ocho.
—Sí. Luego llegó el cuento de Bibiana, y
el de Claudia y por último un mensaje de texto que decía Su Turno,
y ahí me vi escribiendo. Supe sin quererlo que deberían ser esos ocho
personajes, incluyéndome a mí entre ellos. Los nombres, salvo el de Sebastián
que fue antes mencionado, el de Claudia y el de Bibi, el resto llegaron a mí
sin darme cuenta. Era como si una fuerza poderosa dictara en mi cabeza lo que
tenía que escribir. Al terminar sabía
que tenía que encontrarlos. Salí a la calle y caminé. La tormenta de anoche me
obligó a refugiarme en la terminal de ómnibus, esta mañana me desperté, tomé el
primero que vi, que es el que me trajo hasta aquí. Llegué a la puerta y subí
hasta el piso ocho. Toqué timbre y me recibieron ustedes.
Escuchamos en silencio el relato, que era
casi tan interesante como la historia que había leído. Y a pesar de ser
improbable, en esa maraña de interrogantes parecía posible. Como atraída por un
imán me acerqué a Juan y lo abracé muy fuerte, él me correspondió el abrazo de
la misma manera. Y Sebastián acompañó con una sonrisa, como hubiera hecho el
amigo de Juan, ese del cuento, cada vez que veía a esa pareja junta.
4-Acróstico
Durante el día compartimos las
impresiones de los cuentos, descubrimos que Juan tenía una visión mucho mejor
que la nuestra, había encontrado conexiones más precisas. Hasta ahora sabíamos
que había una azotea en la que transcurrían las historias e intuíamos que pronto
íbamos a conocerla. Debíamos esperar un día más, habían pasado tres y ya
contábamos con tres historias. La cuarta llegaría mañana.
Juan no tenía adónde ir y Sebastián no
quería ir a ningún lado. Decimos entonces quedarnos en casa, y esperar que
pasara la noche para que mañana llegara a nosotros la continuación de esta
historia.
Así fue como empecé a contarles cómo
había decido abandonar Argentina. Mi viaje fue a partir de una gran desilusión.
Un día me desperté y sabía que debía cambiar mi lugar. Así llegó la pasantía, a
partir de un concurso fotográfico. Me daban casa y un sueldo no muy abultado
que me permitía sobrevivir. De a poco mi trabajo fue haciéndose conocido en las
redacciones, hasta que llegó la gran oportunidad en The New York Times. Ahí
encontré mi sitio. Me gustaba el trabajo, ganaba bien y vivía en la descomunal
Nueva York.
Algo parecido le pasó a Sebastián, recién
recibido y con ganas de sobresalir en el mundo del periodismo, hizo sus maletas
y emprendió viaje. Fue mesero y lavacopas hasta conseguir un trabajo de medio
tiempo en la redacción de un diario local. A partir de estas primeras letras
vinieron otras, y otras más. Tres años después de su arribo es uno de los más
jóvenes en el diario. Su opinión es reconocida y respetada. Sus crónicas reflejan
una mirada distinta de la que vemos todos.
Juan tenía una historia mucho más
romántica, él había viajado en busca de un amor, y al no ser correspondido se
encontraba vagando y buscando su lugar. Su relato estaba cargado de una
sensualidad que erizaba la piel. Sin embargo al llegar la noche me di cuenta
que casi no nos había contado nada de él. Nos dormimos los tres después de
cenar y de compartir un rico vino, estábamos ansiosos, como los niños que
esperan la llegada de los Reyes Magos.
El primero en levantarse fue Juan, cuando
yo desperté, él ya estaba sentado en su lugar y tenía el nuevo sobre en su
mano. Llamé a Sebastián y en segundos estábamos preparados para escuchar la
lectura.
“Encuentra La
Silenciosa Azotea Nunca Terminada Observa Obedientemente Cuando Haya
Oscuridad”
La
historia era distinta pero también había una azotea adonde los ocho íbamos a
terminar. Un cataclismo a nivel mundial que termina con toda la población,
muertes inexplicables y los únicos sobrevivientes nosotros, el Santo Ocho, un
escuadrón de ocho seres elegidos.
Aquí
había algo distinto, la idea de que solo sobreviviríamos si estábamos juntos y
otra vez la estrecha relación entre Sebastián y yo se dejaba ver en partes como
esta: “Laura y Sebastián se pusieron a revisar el contenido de las cajas
metálicas que estaban apiladas atrás”.
Nos
miramos a los ojos, sin saber qué pensar. Había muchas cosas por averiguar y yo
debía elegir mis fotografías.
Dejé
a mis compañeros en esta aventura, revisando la información que pudiera
encontrarse en la web sobre Azoteas, Santo Ocho, Bibi, Claudia y José Luis y
salí a la calle en busca de mis imágenes.
Ya
tenía tres, una será la del accidente, a la que llamaré: Primero el brillo, después la vacía oscuridad. La segunda será mi mirada y la de Sebastián: Sebastián y Laura
corrieron a recibirnos con una sonrisa en sus ojos, porque no tenían más sus
bocas y la tercera será la tormenta.
Faltaba la cuarta, y esa era la que debía
encontrar. Caminé por Manhattan como si fuera una turista más, miré las calles,
las personas, cada edificio con sus ventanas, sus puertas y sus azoteas. Y ahí
la hallé. Así como Sebastián supo que debía buscarme, así como Juan supo cuál
era mi casa, así supe yo que esa era la azotea silenciosa. Luego de fotografiar
el edificio salí en busca de mis compañeros.
5. Cómo Pescan los Nuevos Dioses
Les dije que deberíamos salir, que ya era
tiempo de enfrentarnos a este destino incierto que nos tenía a todos
confundidos. Les hablé de La Azotea silenciosa, que teníamos que ir, que ya
había llegado nuestro tiempo.
Sebastián aceptó pero Juan dijo que
debíamos esperar que llegara una nueva historia y así sabríamos qué hacer.
Nos negamos rotundamente, sabíamos que
nos tocaba accionar, ya había sido demasiada la espera. Juan no tuvo más opción
que aceptar lo que decíamos y en menos de una hora los tres estábamos en la
puerta de la azotea silenciosa.
Como era de esperar tenía tan solo ocho
pisos. Una edificación antigua, de estilo gótico que desentonaba con la moderna
edificación de la ciudad. Subimos por la escalera y al llegar a la azotea
descubrimos que no éramos los únicos.
—Terminaron de llegar los elegidos —dijo
una mujer al vernos entrar y otra se acercó a abrazarnos con una sonrisa.
—Soy Bibiana, la que comenzó con la
historia, ella es Claudia —señaló a la mujer que había hablado primero— y ellos
José Luis, Mauricio y William.
—Supongo que todos fuimos recibiendo los
relatos en las puertas de nuestras casas —sí, asentimos con la cabeza—; bueno,
llegó el turno de leer el de…
—El mío —dijo Mauricio mientras extendía
su mano hacia Juan.
“Hoy anunciaban a los ocho nuevos
afortunados que saldrían de la colmena”. La historia hablaba de elegidos, de ocho personas que tenían la
fortuna de poder salir para enfrentarse a un nuevo mundo, y luego de eso el
terror. Los elegidos no eran más que alimento para seres fantasmagóricos.
El silencio nos acompañó un momento y
luego se oyó la voz de Sebastián:
—Eso es lo que somos, carnadas de seres a
los cuales desconocemos, como bien lo escribió Mauricio. Somos carnadas, y por
lo que parece todos terminamos muriendo. Hay que torcer la historia. Esta vez
me toca escribir a mí.
Sebastián se separó del grupo, sacó de su
mochila una computadora y comenzó a escribir. El resto no sabíamos qué hacer.
Bibi se acercó a la puerta y la cerró. Nadie puede salir de la azotea,
le escuché murmurarle a Claudia. Mauricio y José Luis comenzaron a releer todas
las historias intentando encontrar un dato más, algo así como habíamos hecho
nosotros el día anterior y yo me quedé esperando bien pegada a Juan, que me
brindó su abrigo. William estaba solo… William parecía que no tenía alma.
6-Excusas para matar
—Despierten —nos dijo y comenzamos a
abrir los ojos, habíamos dormido todos amontonados porque las noches se ponen
más frías. Nos sentamos en círculo como si fuéramos una horda primitiva para
escuchar el relato de nuestro compañero.
“Estábamos en el cielo. Todos”.
Adoro la forma de escribir que tiene mi amigo y aquí demostró su habilidad. La
idea no era descabellada, un editor junta a ocho escritores en una azotea, les
pide que pasen la noche ahí a cambio de un contrato para publicar sus obras.
Una dulce tentación para cualquiera de nosotros. Y sin embargo no era más que
la excusa para culparnos del asesinato en masa de miles de personas.
—Ustedes se dieron cuenta que estamos —dijo
José Luis— como en algunas partes del relato, sentados en círculos, cagados de
frío, sin saber qué hacer. Podemos ser los elegidos de cualquier loco que nos
culpe de cualquier matanza.
—Eso es posible que pase —apuntó William.
Comenzamos a
divagar si era posible o no lo que planteaba Sebastián en su historia pero
nunca llegábamos a una conclusión, sin embargo todos internamente sabíamos que
estos yanquis eran capaces de todo.
José Luis ya
harto de la espera recogió sus cosas con la firme intención de irse y un grito
proveniente de cada uno de nosotros lo frenó. ¡Nooo!
En realidad no
supimos el porqué de ese freno, pero estábamos seguros que debíamos seguir
juntos. Juntos para sobrevivir, como él mismo lo había escrito.
Decidimos
quedarnos y esperar, faltaba la historia de William y la mía. No sabíamos el
orden pero las dos nos permitirían cerrar el círculo del Santo Ocho.
William era el
más extraño de todos, no lográbamos entenderlo, solía pasar bastante tiempo
conversando con Mauricio, mientras el resto estábamos más juntos. Teníamos
mucho en común, la tierra de la cual habíamos partido era la misma.
Will era un
hombre raro, divagaba conspiraciones ocultas, hablaba de logias, de sectas, de
hermandades secretas. Las manos le transpiraban con facilidad, o tal vez era un
tic, como muchos que tenía. Todo el tiempo tocaba su pelo, lo arreglaba
cuidadosamente para atrás mientras fruncía el entrecejo.
En un momento de
la tarde nos reunimos nuevamente en un rincón, Bibiana tenía en su bolso un
poco de comida, racionalizó las porciones y probamos bocado después de muchas
horas.
—No siento que
este sea mi momento de escribir —dije al grupo.
—No es tu momento,
es el mío. —Y así fue como se alejó de nosotros y comenzó a escribir en un
pequeño cuaderno de alambre.
7-El juego del ocho
Llegado el nuevo
día encontró a William sentado frente a los que aun dormíamos en el suelo. Una
montaña de cuerpos juntos que intentaban darse calor se diferenciaban de él.
Había pasado la noche solo, estaba pálido, parecía enfermo. Tenía en sus manos
las hojas del cuaderno, estaban sucias, escritas, tachadas. No quiso
entregárselas a nadie, solo esperó nuestro silencio para leer.
“Al final solo quedamos ocho: Juan, Bibi,
Claudia, Mauro, Sebastián, José Luis, Laura y yo”. Los ocho juntos en una azotea, una mesa verde
y un cubilete. El dado gira y nos lleva a la muerte, salga lo que salga el
destino está fijado. Hemos de morir y así lo haremos.
William nos
asustó, pero no por lo trágico de su historia, sino porque luego de leer sacó
un arma de su bolso.
—¡Malditos
Morlocks! —gritó antes de apuntarnos; una mirada extraña salía de sus ojos,
estaba poseído por el mismo relato que supo construir. Su imaginación confundía
realidad y fantasía. No diferenciaba a quienes estaban frente a él. La mano le
temblaba pero no dejó de apuntarnos. Estaba petrificada como estatua esperando
su reacción, cuando vi girar su brazo hacía mí. Mientras se acercaba lentamente
y apoyaba el arma en mi frente lo escuché susurrar:
—Ahora es tu
turno Laura.
Luego algo
extraño pasó. Supe que esta vez me tocaba a mí pero no podía escribir, no sabía
hacerlo, yo debía sacar las fotografías. Decidí entonces salir, corrí hasta la
entrada a la azotea, con los gritos de mis compañeros asustados por mi partida,
bajé las escaleras de los ocho pisos, y subí a la azotea contigua. Los miraba
desde el otro techo y ellos también me miraban, vi a través de mi lente la
desesperación. William les hablaba, no podía escuchar qué les decía pero
parecía que ejercía con ellos un efecto hipnótico. Mi cámara gatillaba decenas
de fotografías por minuto. Los podía ver a todos inducidos a un trance. Girar
como remolinos, intentar volar como aves, tirarse al piso como plomo o elevarse
como nubes.
Y William como un
gran maestro de orquesta, manejaba a estos hombres usando un arma como batuta.
De repente sentí
el mayor temor. Uno a uno subieron al filo de la azotea. Separados por milímetros
de la nada misma.
8- Todas las fuerzas giran sobre la base del
Santo Ocho
Uno a uno fueron
cayendo, y de a uno los fui retratando.
Bibiana saltó
primera, nada más porque se sintió elegida, y pude así retratar sus ojos.
Claudia se abrazó
a sí misma, para no sentirse sola en su caída, y en su imagen los brazos
estaban hechos añicos.
Juan intentó
volar y fue mi ángel.
José Luis saltó
peleándose contra el destino y su foto fue como corriendo en el aire.
Mauricio se
balanceó como un péndulo, pero aun así no pudo evitar el destino. En su retrato
se puede observar un halo de luz.
Sebastián, mi
querido Sebastián fue devorado por la gravedad de la tierra, cayendo con
resignación al vacío.
William disparó
su arma justo al medio de la sien y un río de sangre lo acompañó hasta impactar
en el piso.
Era mi turno,
podría bajar o enfrentarme a mi destino.
Saqué una hoja de
papel, y escribí en ella la frase que los ocho recibimos. Todas las fuerzas
giran sobre la base del Santo Ocho. Dirigí la nota a The Yossi Milo Gallery, en
ella dejé explicito el nombre de cada fotografía. Luego puse la cámara sobre un
pilar, la configuré de modo automático. Diez segundos.
10, 9, 8, 7, 6,
5, 4, 3, 2, 1 y salté.
Le puse el cuerpo
a esto extraño que me había elegido. Ojalá que los próximos puedan encontrar el
sentido del Santo Ocho.
No encuentro las palabras que quisiera para expresarme.Se me puso la piel de gallina. Magistral Lala. El mejor relato largo que he visto de tu pluma. Un cierre perfecto a este juego y un final genial.
ResponderEliminarGraciias Pepe, un halago si viene de tu parte.
EliminarBesos
Impresionante!!!! es para un guión de cine!!! muy buena historia!! felicitadaaaa Besosss. Ale
ResponderEliminarGracias Ale! Me alegro que te haya gustado!
EliminarBesos
¡Wow! Qué final...
ResponderEliminarEspectacular, Laura. De principio a fin. Te pusiste en la difícil misión de unir las siete historias anteriores con la tuya, y lo lograste de manera ¡impecable!
Mucho suspenso (del mejor) a medida que la trama avanza -y no te suelta-, incertidumbres que se van develando de a poco, misterios que siguen más allá del final de la historia, un villano -William- perfectamente caracterizado, y un final aplastante, dramático, y ante el cual los protagonistas sucumben a su destino sin poder defenderse...
Me encantó, Laura, lo disfruté un montón.
¡Saludos!
Gracias por tus palabras Juan, tu lectura siempre es tan fina que me ayuda a entender hasta mis propias letras.
EliminarUn beso
Excelente amiga mía!!! Un placer leer una historia que se multiplica y bien puede ser ( como dijo Ale un perfecto guión de cine) Siempre pienso que ser la primera en estos ejercicios tiene su pro y su contra pero también lo tiene ser la última y este cierre genial del "Santo Ocho, demuestra no solo una lectura atenta sino también un ojo que supera al de la cámara y que es el tuyo!!! Bien por ese suspenso que supiste crear y que mejor aún supiste trasmitirnos!!! ME ENCANTÓ !!!! Ahhhhh y lo largo ( que no lo es tanto) cuando es bueno dan ganas de leer y leer sin parar!!!
ResponderEliminarGracias por los elogios Bibi, es un placer escribir con ustedes y sin sus historias yo no hubiera podido tener la mia.
EliminarUn beso
uh, buenísimo lau!!!! la verdad que el final me estremeció. y esa imagen... excelente final, juntando todas las historias.
ResponderEliminarte felicito, nenaa!!
Gracias Clau, tu relato me inspiró para esta historia, me dije, porque no juntarlas todas, a partir de tu lectura.
EliminarBesos
¡¡¡Excelente!!!
ResponderEliminarLaura, que gran relato. Me encantó como entrelazaste todas las historias y como cada personaje va apareciendo en esta trama que está genial. La verdad que una historia impecable.
Te felicito y lo único que lamento es no haberlo leído antes, je...
¡Un beso!
Gracias!!
EliminarMe alegro que te guste porque tu personaje fue vital en esta historia, y lo sentí como ese compañero necesario para realizarla.
Un beso!