Por Laura de la Rosa.
I
Diario La Nación, 20 de septiembre de 2012
Claudia Medina Castro Condenada a Cadena Perpetua
Leyó Claudia en el titular
del diario. Pero lo que realmente decía era que su casi homónimo Claudio
Medina Castro era condenado a cadena perpetua.
El Tribunal Oral IV de La
Plata lo encontró culpable del triple homicidio agravado por alevosía de Esther
Martínez, Irene Welter y Margarita Atkinson. Una sentencia ampliamente
fundamentada, que consta de más de 300 carillas en donde se destacan las
pruebas aportadas por la policía científica: cuchillos, utensilios de cocina, y
muestras de sangre que se encontraron en el suelo de madera de una habitación.
El agravante de la pena fue la pluralidad de víctimas y el hecho de que las tres mujeres fueron
cocinadas y comidas por el hombre.
El caso no pasaba
desapercibido en ningún lugar del mundo. Era un caso de canibalismo, el primer
caso de canibalismo de esta índole en Argentina. Y justo, justamente el asesino
llevaba prácticamente su mismo nombre.
Los medios de todo el mundo
cubrieron el juicio, y en cadena nacional se vio como el otro implicado José
Luis Bethancourt, “El Gourmet”, era declarado inocente por falta de pruebas.
El pacto de estos dos hombres
era tan fuerte, la comunión era tan absoluta que uno solo había cargado con la
culpa de ambos, sin embargo la opinión pública los condenaba a los dos. José
Luis era el mentor de esta historia, Claudio el ejecutor, ambos estaban en este
acuerdo. Pero uno iba a pasar muchos años en prisión y el otro iba a gozar de
su libertad.
Claudia se obsesionó con el
caso desde el primer día, no era para menos, fantaseó alguna vez que podría
haber sido ella la cuarta víctima. No porque gustara de frecuentar talleres
literarios sino por las veces que había compartido con José Luis algunos
tragos.
Se conocieron en un blog,
ambos despuntaban el vicio de las letras virtualmente, y llevaban varios años
escribiéndose, comentándose o bromeando en alguna cadena de mail. Se conocieron
de casualidad en la feria del libro y se cruzaron en algún evento de amigos en
común. Se querían, con ese cariño que sentís por quien compartís un espacio
virtual. Siempre le pareció un hombre extraño, demasiado raro para ser bueno,
demasiado raro para ser malo.
Hace cosa de dos años, se encontraron
a la salida del subte en la estación de Plaza Italia. Palermo estaba fresco. Se
abrazaron ya que llevaban bastante tiempo sin verse, ella le comentó que debía
esperar un par de horas y Pepe, así le decían cariñosamente, le ofreció
esperarla en su casa. Dijo que estaba solo y que podían degustar un buen vino
que quedó de la cena de la noche anterior.
Estuvo a punto de decir que sí,
pero esa intuición que la acompañaba de niña, respondió por ella. No. Había
algo en su mirada, algo distinto, efectivamente no era su mirada habitual. Él
insistió pero la firmeza de Claudia en su negativa lo llevó a invitarle un café
en el Havanna que estaba ahí cerca.
Estuvieron un rato, hablaron
de amigos en común, de proyectos, de libros. Él habló de su separación y la
mudanza, ella de la exposición de la cual iba a participar, dijo que estaba
pintando poco, él que estaba escribiendo mucho.
Cuando llegó la hora de
pagar, José Luis negó con la mano el intento de Claudia por tomar la cuenta y
abrió su billetera para sacar los veinticuatro pesos que le salieron los cafés,
mientras sin querer cayó sobre la mesa una pequeña pulsera que parecía de plata
y que tenía unos pequeños dijes que simbolizaban el horóscopo chino.
—¡Qué precioso! —exclamó
Claudia
—¿Te gusta? Quedatelá. No
creo en esas cosas, usala, era de una amiga.
—Pero no, cómo voy a
aceptártela.
—Quedatelá, ella no la quiere
más.
Lo cierto es que Claudia
guardó la pulsera en su cartera, porque el ganchito estaba roto, se saludó
nuevamente con un abrazo y se fue. Unos días más tarde observaba atónita por
televisión cómo su amigo era detenido junto a un cómplice sospechado del
asesinato de tres mujeres. La sorpresa creció cuando descubrió que el otro
hombre tenía un nombre muy parecido al de ella. Y fue mayor al saber que las
mujeres habían sido devoradas por estos dos sujetos. No recordó la pulsera, ni
el cuento.
II
Cerró el diario mientras
tomaba su café con leche. Encendió la netbook sobre la mesa y comenzó a leer
algunas noticias más del caso. “Medina Castro condenado a cadena perpetua
por el asesinato de tres mujeres, será alojado en la unidad 29 del penal de
Melchor Romero a 15 km .
de La Plata. Su
compañero José Luis Bethancourt fue declarado inocente, ya que no se logró
probar que haya tenido intervención en alguno de los crímenes.”
Falta de pruebas, pensó
Claudia mientras terminaba su última tostada.
El día se presentaba largo,
hacía semanas que debía viajar a capital para hablar con los inquilinos del
departamento de Palermo, llevaban quince días de atraso en el pago del alquiler
y ya no tenía ganas de andar esperando que se dignaran a depositar el dinero.
Tomó el tren hasta Belgrano,
bajó en la estación y caminó por Juramento hasta el subte, la tarde estaba
cálida y primaveral. Sin embargo la noticia del día no se iba de su cabeza, las
imágenes del caso, las fotos de las mujeres y de los dos hombres se mezclaban
en ideas que necesitaba plasmar en un papel.
Falta de pruebas, volvió a
pensar, buen nombre para una muestra. Dibujaba en su mente esta historia mientras
bajaba las escaleras del subte. Al llegar a Palermo, mientras caminaba por
Plaza Italia recordó la pulsera.
Rió nerviosa como sintiéndose
parte de una novela policial bastante mediocre. ¿Y si esto es una prueba?
Esa tarde cuando volvió a su
casa, comenzó a revisar algunas carteras viejas, recordaba bien, dos años
atrás, el café con José Luis, su regalo. Nunca la había usado, tenía roto el
ganchito que sirve para prenderla y jamás la había hecho arreglar. La había
guardado, en algún lado de su casa, pero dónde. Era tarde cuando la encontró,
el bolsillo de un saco viejo. Volvió a enamorarse de ella. Era realmente
hermosa, labrada, con pequeñas figuras talladas en trozos de algo muy parecido
a la plata.
Brillante. Era fina, delicada y bastante original. Alrededor
de la misma se engarzaba cada uno de los signos del horóscopo chino, el tigre
era el de mayor tamaño. ¿Cómo alguien puede deshacerse de una pieza tan única?
Algo le decía a Claudia que esa pulsera tenía que ver con el caso.
Cambió las sábanas como todos
los lunes y se acostó en la tela perfumada. La primera fue Esther, recordó. La segunda Irene , la tercera Margarita
y la cuarta
Claudia. Trato de sacar esa imagen de su cabeza e intentó
dormir, pero el insomnio la acompañaba desde hacía bastante más tiempo. Algo en
el caso le resultaba familiar, pero no solo por lo que había escuchado y visto
en los noticieros, ella ya había leído algo así y estaba segura que tenía que
ver con su amigo.
Se sentó en la cama, solo
habían pasado dos horas, encendió la computadora que hacía poco había apagado y
comenzó a leer los distintos blogs en los que participó José Luis. Cocinar
es una escuela, Micrófono abierto, El club de la serpiente y El club de la marmota.
No había nada, claro, él
tenía un alter ego literario… Y ahí fue que encontró lo que estaba buscando, Sangre
sobre el parquet, el blog administrado por Laura.
Tenía pocos textos ahí, todos
contenían una temática similar. La
muerte y la sangre en el parquet. Ahí fue que lo encontró. Blood Chef.
III
El relato no era extenso y la
sinopsis era particularmente familiar, un cocinero que mataba a una pareja de
compañeros de estudio y los cocinaba. Algo parecido a la historia real. Cuando
lo leyó le pareció interesante pero nunca tanto como ahora.
Googleó las noticias del
caso. Esther fue seccionada en rodajas, estaba consciente al recibir el
primer corte. Su cuerpo fue colocado en una gran fuente y lo salpimentaron. La
rociaron de vino blanco y al horno veinte minutos a fuego fuerte. Sellaron la
carne, bajaron el fuego y luego lo dejaron cocinar por una hora. La comieron
exquisita.
A Irene la cocinaron viva, la durmieron con un
somnífero que le convidaron junto a un vaso de licor, la colocaron en una gran
asadera sobre un piso de verduras; puerros, pimientos, cebollas y papas. Hora y
media al horno y una cena que no olvidaron más.
Margarita fue un postre,
almendras, canela y chocolate. La cortaron en gajos como si fuera una jugosa
naranja, la espolvorearon con canela y luego la cubrieron de chocolate y las
almendras arriba. El postre ideal para una noche fresca con un delicioso café.
Volvió a releer Blood chef, “comenzó
a descuartizar el cadáver en doce partes: cabeza, cuello, cintura escapular,
caja torácica, brazos, antebrazos, manos, cintura pelviana, muslo, piernas, y
pies”.
No es coincidencia pensó, José
Luis había escrito cómo matar y cocinar a una persona, justamente igual que en
la realidad, pero mucho antes que ocurrieran los asesinatos.
Sacó la pulsera de la mesa de
luz, imprimió una copia del cuento y se dispuso a no quedarse con los brazos
cruzados.
IV
El detective Sebastián
Elesgaray llevaba más de un año sin dormir, buscaba pistas hasta debajo de las
piedras. «Los crímenes no eran perfectos, y los seres humanos cometían errores»
se repetía siempre y él estaba seguro que Bethancourt debía tener una
filtración.
La mañana que recibió la
llamada creyó que era broma. Alguien que decía llamarse Claudia Medina Castro
quería comunicarse con él. Estaba cansado de estos falsos testigos, ahora una
mujer con el nombre de su asesino, a veces una esposa despechada, otras la
vecina del amante de la ex esposa del cocinero. Personas que tenían mucho para
decir pero nada bueno para aportar. Hizo un bollo con el papel en el que habían
anotado los datos y los arrojó al cesto de la basura.
Estaba agotado, demasiadas
presiones para un hombre que ni siquiera le gustaba ser policía. Cuánto daría
por sentarse bajo un árbol en los campos de Bragado y preocuparse por el día en
que llegara el ciclismo.
Su cama estaba vacía, las
cosas no funcionaron después de la muerte de Margarita, su novia ocasional lo
terminó dejando. Nunca entendió bien lo que significó la pérdida de su
compañera. Se puso más huraño y más serio.
Su cama estaba fría. Meditó
algunos segundos sobre cómo hubiera sido su vida si no hubieran matado a su
padre y él hubiera continuado con la carrera de letras y se durmió.
Cerca de las tres de la
mañana despertó, sin pensarlo se levantó, se cambió y regresó a la comisaría. Revolvió
el papelero hasta encontrar el teléfono de Claudia y la llamó.
—Buenas noches, habla el
detective Sebastián Elesgaray, recibí una llamada de su parte. Disculpe la
hora.
—Estaba despierta, esperaba
su llamado. Necesito hablar urgentemente con usted.
En menos de una hora Claudia
entraba sigilosa en la oficina de Elesgaray. Aun no había amanecido, en la
delegación había pocas personas, dos sargentos tomaban mates en una mesita
cuando la vieron entrar y enseguida la llevaron con el jefe.
«Es tan joven», pensó cuando
se sintió seducida por la sonrisa del detective. Sin decir palabra sacó de su
bolsillo la pulsera y la puso sobre la mesa. También colocó allí la copia del cuento.
—Días antes de la detención
de José Luis Bethancourt, él me regaló esta pulsera. Me sorprendió que tuviera
algo así. Lo conozco desde hace años y se que él no cree en ninguna de estas
cosas.
Sebastián tomó la pulsera y
comenzó a mirarla y analizarla parte por parte. Reconoció las figuras. Él era
Buey.
—Dijo que me la quedara, que
era de una amiga. Realmente olvidé que la tenía, en ese momento. Cuando lo vi
detenido me quedé en shock pero no recordé que me había dado este regalo. Sin
embargo en estos días en que en todos lados hablan de estos asesinatos de
repente vino a mi memoria.
—¿Y esto? —le preguntó señalando el
cuento.
Claudia comenzó a relatar la
historia que la unía a José Luis. Comenzó contando que se conocieron
virtualmente, que ambos escribían en varios blogs, que su relación de amistad
era virtual y que varias veces se habían encontrado en uno que otro evento.
—Este cuento, Blood Chef, es
una historia que está publicada en un sitio en el que participa José Luis. Es
la historia de un cocinero que asesina y se come a sus víctimas.
—Un sitio, no entiendo bien.
—Pepe escribe en un blog que
administra Laura de la Rosa, una amiga en común. Ahí publicó este cuento con un
seudónimo. Léalo.
Sebastián comenzó a devorar
el cuento con las mismas ganas que los cocineros devoraron a sus víctimas. Y
halló tantos puntos en común con el caso. Los ojos brillaron con la emoción que
te da la certeza de no estar equivocado.
—Yo pienso que la pulsera
puede ser de alguna de las chicas asesinadas. Y
el cuento realmente me pareció que usted debía leerlo.
—Hizo muy bien en venir.
—Pero hay algo más, cuando yo
me encontré con José Luis esa tarde en Plaza Italia, él me invitó a tomar una
copa de vino a su casa, yo creo que de haber ido podría haber sido una de sus
víctimas. Fue unos días antes de la detención.
—Posiblemente.
Claudia se retiró a su casa
acompañada de dos efectivos que se encargarían de protegerla los próximos días:
era una testigo clave en este nuevo giro que daba la investigación. Antes
de irse lo miró a los ojos y le dijo:
—Usted va a detener a José
Luis, usted tiene un don.
Sebastián se ruborizó por
primera vez mientras veía a Claudia retirarse lentamente.
El detective tenía en sus
manos la puerta a otro final, quizás esa pulsera podía ser la prueba tan
buscada para incriminar al cocinero. Si acaso llegara a pertenecer a alguna de
las tres chicas y Claudia declaraba que él se la había dado, Bethancourt podría
volver a la cárcel y si no lograba salirse nuevamente con la suya iba a pasar
varios años adentro.
V
Al día siguiente fueron citados los familiares más cercanos
de las mujeres asesinadas. El padre de Esther, el hermano de Irene y la madre
de Margarita.
La familia de Irene y
Margarita dijeron desconocer la pulsera, sin embargo el padre de Esther tenía
la respuesta que esperaban.
—¿Su hija tenía alguna joya
que pudiera ser especial para ella? —preguntó Elesgaray a David Martinez.
—Sí —respondió el padre de
Esther—, tenía una pulsera con dijes del zoológico chino que le regaló la
última pareja que tuvo. Esther era una chica muy espiritual. Hubo un tiempo que
se había obsesionado con el horóscopo chino, era la época en que estudiaba en La
Plata.
Sebastián recordaba
perfectamente a Esther de sus épocas en la facultad de letras de La Plata en la
que él era un estudiante aplicado y ella era el alma del lugar. Divertida,
risueña, tiraba las cartas y siempre la encontrabas con su libro de Ludovica
Squirru en la cartera tratando de descubrir su futuro más cercano.
—La pulsera de mi hija era
una pieza única, estaba realizada en acero quirúrgico, ese que se usa en el
instrumental y en los tornillos de ortodoncia. Se la regaló su novio, que
estudiaba odontología también en La Plata. Era una pulsera delicadísima.
El detective colocó sobre la
mesa la pulsera que le había entregado Claudia y el señor Martínez afirmó:
—Es esa.
El hombre no entendía cómo
había olvidado esa pieza y cómo la policía, sabiendo de su existencia, nunca le
había hablado de ella. Elesgaray le relató brevemente que una testigo aportó
esta prueba y que posiblemente sirviera para incriminar a El Gourmet.
Los días comenzaron a
agitarse, necesitaban la declaración de Claudia para librar la orden de captura
contra José Luis
El fiscal la esperaba temprano, no podía filtrarse
información a la prensa.
Dos oficiales de civil se encontraban vigilando la casa de
José Luis en 64 y 117, él no sospechaba que lo espiaban, tenía la tranquilidad
que el juicio había terminado y él estaba limpio.
La declaración llevó horas. ¿Dónde conoció a Bethancourt?
¿Qué tipo de vínculos los unía? ¿Por qué le regaló la pulsera? ¿Qué le dijo?
¿Por qué la guardó?
Claudia respondió tranquila una a una de las preguntas.
—A José Luis lo conocí
virtualmente, ambos teníamos un blog, éramos amigos virtuales. Nos cruzamos
algunas veces en eventos, en la feria del libro, en la casa de alguna amiga en
común, en algún espectáculo. Nos encontramos de casualidad una tarde en
Palermo, me invitó un café y me regaló la pulsera porque me gustó. Me dijo que
era de una amiga. La guardé porque me gustó y olvidé que la tenía.
Luego de varias horas
Elesgaray recibió la orden de captura.
Diario “El Día”, 26 de septiembre de 2012
El Gourmet Detenido
Un nuevo giro en el caso de los cocineros: José
Luis Bethancourt, quien habría sido declarado inocente de los terribles
asesinatos de Esther Martínez, Irene Welter y Margarita Atkinson, fue detenido
el día de ayer.
Una testigo de identidad reservada se presentó
espontáneamente con una prueba que lo involucra
directamente.
Bethancourt no opuso resistencia, y al ser
ingresado al patrullero pudo oírsele decir una frase que recorre el mundo: “Ellas
querían ser devoradas”.
Una corazonada le hizo a
Claudia comunicarse con Sebastián. Esa misma sensación sentía él en el momento
en que sonó el teléfono.
—Efectivamente Laura de la
Rosa ingresó a La Plata el día veintisiete de mayo a las once de la mañana, en
el ómnibus 5484 de la
empresa Vía Bariloche. Regresó una semana después.
El detective cortó el
teléfono e hizo un suspiro mezcla de cansancio y desolación.
Cuando supo de la
desaparición del taxista Jorge Corazza, justamente el día en que liberaron a
Bethancourt, tuvo la intuición de que ese caso podía relacionarse. Pero nada le
daba motivos para sospechar de él. Cuando Claudia mencionó a esta mujer Laura,
quien administraba el blog donde El Gourmet había publicado el cuento del
cocinero, volvió a sentir lo mismo. Hoy tenía una nueva hipótesis: El día en que José Luis fue liberado Laura
llegó a La Plata, pudo haber tomado un taxi, pudo haber sido el de Corazza,
este la llevó a la casa de 64 y 117. Ella le pidió el teléfono argumentando
llamarlo más tarde, él se lo debe haber dado. Más tarde lo llamó, lo hizo
entrar a la casa y junto a su amigo pudieron haber terminado con él.
Sebastián Elesgaray ordenó
que la policía científica revisara palmo la casa de La Plata en busca de alguna
prueba que indicara que el taxista estuvo allí y tomó un micro a Bariloche, con
una nueva identidad. Desde el lunes sería Ismael Amado, profesor de Literatura
en el CEM Nº 20, y casualmente iría los mismos días en que Laura daba clases
ahí.
«Ningún crimen es perfecto», pensó mientras
veía pasar el paisaje de La Pampa, y por primera vez sintió que esta era su
carrera. La voz de Claudia retumbaba en su memoria: “usted tiene un don” le dijo esa vez y empezaba a creerlo.
Comenzaba la noche y Sebastián durmió como hacía mucho no dormía.
Un broche de oro para esta saga que se fué gestando en torno a los cocineros. Temo que a partir de hoy muchos temerán que los invite a casa :)
ResponderEliminarGracias Lala por darme el placer de tan buena lectura.
Un abrazo!
Muchas Gracias Pepe.
EliminarIgual quedate tranquilo, todos sabemos que sos el único cocinero que no cocina. jaja
Ah cierto que ahora cocinas
Yo Pepito no te acepto ni un café jajajaj!!!!
ResponderEliminarRealmente no solo me devore esta historia con muchas ganas, ademas la disfrute muchísimo hasta el final!!!! Bravo Lau!!!! Me comí las uñas y todo!!!! Excelente final para esta historia!!!! Muy pero muy bueno!!!!
Gracias Bibi, las historias anteriores fueron las buenas, esta solo quiso dar un cierre.
EliminarBesos
BRAVO, LAU!!! cierre brillante si los hay. mejor imposible.
ResponderEliminarme impresiona el curso y talante que tomó esta historia, en todos y cada uno de sus relatos, con detalles cuidados y certeros y una trama atrapante.
chapeau nena!! qué placer leertee!!!
Clau, querida, ojala te haya gustado esta Claudia de ficción, ojala haya podido ser un tanto parecida a esa imagen que tengo de vos.
EliminarFuiste una gran inspiración!
te digo que la pegaste bastante. hasta me anoté "falta de pruebas" para ver si pinta algo.... ;-)
Eliminar¡Fantástico!
ResponderEliminarUn cierre de lujo a las Historias Entrelazadas de la 2º Rama.
Tu historia tiene todos los matices que tiene que tener un muy buen cuento policial: villanos, policías, detectives, sospechosos, crímenes, un móvil, suspenso... En fin, de todo un poco, trajiste lo mejor.
Cerraste muy bien ese juego "Claudio / Claudia" que se había generado en las historias anteriores, como así también el desenlace para el José Luis de ficción, introduciendo al detective Sebastián y dándole una importancia clave junto a la testigo Claudia.
¡Genial!
Ese final abierto con el detective yendo a buscar a la enigmática asesina Laura a la ciudad donde vive, deja un montón de interrogantes (como en los mejores finales de ese tipo): ¿la podrá detener?, ¿será Sebastián "almorzado" por la asesina, cometiendo el mismo error de Margarita?, ¿cómo habrá tomado Laura el hecho de la detención de su amigo José Luis? Todas preguntas de las que nosotros, tus lectores (por lo menos, yo), nos hacemos un esquema mental, ideal y distinto para cada uno.
Te felicito, Laura, me encantó.
¡Saludos!
Juan
EliminarAsí como sos un gran editor, también sos excelente en tus devoluciones, muchas gracias me llena el corazón lo que me decís.
Un placer escribir aquí con ustedes.
¡¡Laura!! ¡¡Qué buen relato!! Me encantó como entrelazaste a Claudia en todo esto, la aparición del detective está muy buena, todo el entramado para volver a agarrar a "El Gourmet" es genial. Te felicito y le has dado un cierre de maravilla a todo esto.
ResponderEliminar¡Saludos!
Gracias!!Muchas gracias, espero que te haya gustado el personaje del detective que me pareció debía ser mucho más central en esta historia.
EliminarFelicidades Laura!
ResponderEliminarUn cuento estupendo, durante todo el recorrido logras mantener alta la tensión argumental y un gran estilo. El desenlace es genial.
Muchas Gracias, me alegra que te haya gustado!
EliminarUn gran cierre, Laura. No hay cabos sueltos y une a todas las historias de manera magistral, y no solo eso: te lleva a descubrir otro relato, Blood Chef, y la novela colectiva: La verdad de Amadeo.
ResponderEliminar«Esto va a ser interminable», me dije, pero dejé de lado el pasado y me deleité con la historia policial que se creó en la azotea.
Lo disfruté mucho, te felicito.
Saludos.
Cuando leí la primera historia de Claudia, no recordé el cuento de José Luis, a medida en que la trama se iba desarrollando recordé ese relato que además nos llevaba a la historia de Amadeo.
EliminarSi tenés tiempo leelos, pero me sorprendió como Claudia sin saber había pensado en este cocinero asesino.
Unirlo fue solo un paso que se dio por la excelente historia que mis compañeros habían creado.
Gracias por tus palabras.
Muchas gracias a todos y a los que leen y no comentan que son muchos.
ResponderEliminarSaludos y a seguir colgados de La Azotea