Por Laura de la Rosa.
No crean que lo que voy a contarles es un invento,
pero la verdad es que hasta mi me cuesta creérmelo.
Me persiguen, todo el tiempo.
Los hombres que venden helados en las esquinas, los mimos,
y los malabaristas de fuego.
Inclusive los plomeros que están arreglando un caño maestro.
Me persiguen las mujeres que simulan ser maestras
y pasean esas tardes de primavera con niños pequeños.
Y los que trotan por Palermo o sacan a mear a sus perros.
Me persiguen los barrenderos, los veo por las mañanas
cuando salgo, me sonríen mientras pasan por la calle.
Y el colectivero o el que vende turrones en el tren.
También las empleadas del banco, mientras sellan
los papeles y se los entregan a las viejas.
Y los bicicleteros que todavía inflan ruedas por un peso.
No crean que lo que voy a contarles es un invento,
pero la verdad es que hasta mi me cuesta creérmelo.
Me persiguen, todo el tiempo.
Me persiguen los irónicos, los talentosos y los fracasados
que detentan su falta de poder en frustraciones.
Y los políticamente correctos y los incorrectos.
También los mayores, los longevos, los jubilados,
las niñas de polleras rosas y moños en la cabeza.
Y los que aún no saben que hacer con sus vidas.
Me persiguen esos hombres que valen la pena,
los que me cruzo en las esquinas cuando busco el amor.
Me persiguen los que amo y los que odio.
También mis pensamientos más profundos,
mis revelaciones, mis fantasmas.
Y sobre todo, me persigue lo que soy.
Como dice el dicho: El hecho de no ser paranoide no significa que no te persiguen.
ResponderEliminarBuenísimo, nos traga a todos cual pildorita.
Como dijo el sabio chino, Pobre del hombre,nacer no elige, vivir no sabe y morir no quiere.
Solo nos queda mantener la calma y seguir gritando.