Por Laura de la Rosa.
Los
primeros grandes fríos llegaban en marzo, eran noches frescas, en que debían
dejar las estufas encendidas para calentar el ambiente que amanecía con los
vidrios empañados.
Días antes del otoño, los jóvenes más fuertes de la comarca,
comenzaban a preparar la madera que habían recolectado durante el verano. Las
pilas de leños de tamaño mediano eran colocadas bajo techo cerca de la entrada
de las cabañas. El resto de la madera solía guardarse en algún galpón,
protegida de las grandes nevadas.
La tarea era ardua, llevaban mucho tiempo recolectando, lo
que sería el elemento principal para proveerlos de calor durante los crudos
meses que estaban por venir.
Pero ese otoño comenzaba extraño. Los animales,
cambiaron su rutina, las gallinas no ponían huevos, las vacas no daban
leche e incluso las abejas abandonaban su colmena. Las aves se
congregaban en bandadas y ejecutaban una migración extraordinaria camino de las
llanuras. Los ciervos comenzaron a caminar a lo más alto de las montañas. Una
siniestra voz de alarma interior los hacía cambiar. Solo los hombres
continuaban su rutina haciendo solo lo que saben hacer mejor: quejarse.
—¡Qué calor!
—¡Qué clima de locos!
—¡Es por culpa de la deforestación!
Un calor inusual se sentía desde hacía unas cuantas
semanas. Los días pasaron de su temperatura media de 12 ºC a unos sofocantes treinta
y dos a finales de febrero, y marzo era aún peor, a pocos días del equinoccio
de otoño la temperatura estaba llegando a los 39 ºC .
Nadie advertía la gravedad del hecho. En los últimos años
se había registrado un aumento del nivel del mar. Subió entre diez y veinte
centímetros durante el siglo pasado, sin embargo estas elevadas
temperaturas derritieron grandes cantidades de nieves eternas que generaron un
mayor caudal de agua en los cauces naturales.
La situación no era normal y los investigadores no sabían
a qué se debía. El calor sofocante que sufrió Europa en 2003 trajo la suma de treinta
mil muertos y los científicos esperaban un número similar en la Patagonia este
otoño.
Las
mujeres estrenaban sus bikinis en las costas de los lagos, y los hombres se
dejaban seducir por sus encantos. El calor había convertido, de pronto, ese
paraíso invernal en una candente ciudad tropical.
Los parcos ciudadanos de la cordillera, bailaban al son de
tonadas pegadizas en improvisados fogones, que no estaban encendidos para
calentar el ambiente sino para ponerle un marco romántico a la pasión.
Las playas se llenaban de parejas que dejaban de lado la
vergüenza y se mimetizaban en un erotismo extraño. El sexo y el calor, eran la
conjunción perfecta.
Bebidas exquisitas, música, besos y una falta de
conciencia total sobre el fenómeno que estaba pasando.
El deseo nublaba las miradas, unía los sentidos, y los
dejaba indefensos hacia lo que vendría.
Los
más pequeños de la comarca tenían una rara sensación en los últimos días.
Fueron los primeros en darse cuenta que los animales habían desaparecido. Veían
este suceso como un extraño fenómeno que nadie podía explicarles, los adultos
preferían las largas jornadas en la playa que dar respuestas a las intrigas de
los niños.
Siguiendo la idea del más grande de los pequeños se
agruparon en diminutas hordas y decidieron esconderse en las casas de los
árboles, tan frecuentes en la zona.
Las niñas recogieron algunos alimentos de sus casas y los
niños adecuaban el lugar, mientras los padres seguían perdidos en los
vendavales de pasión.
Aquella noche, uno de los pequeños divisó la esfera, una
esfera amarilla brillaba en el cielo oscuro, y se acercaba a una gran
velocidad. Impulsados por la curiosidad subieron a los techos de las casas, las
pequeñas azoteas sirvieron de palco para ese sorprendente espectáculo.
Aquella noche calurosa de marzo, aquella noche en que se
acercaba el fin, un silencio sepulcral acompañó las cabezas que miraban el
cielo, un silencio y un grito de terror.
La esfera de fuego impactó en el lugar, y todo se perdió
entre las llamas.
Apocalíptico, y con muy buenas descripciones del entorno donde sucede la trama.
ResponderEliminarMuy bueno, Laura.
¡Saludos!