Por José Luis
Bethancourt.
—Che, viejo, ¿cómo se dice? ¿“El
calor” o “La calor”? —gritó Matilde desde su cómoda reposera bajo la sombra del
viejo gomero.
En la cocina, Roberto contestó con
un gruñido y maldijo la hora en que hizo aquella apuesta. Casi veinte años de casado le deberían haber
bastado para saber que con la Matilde nunca se puede ganar una discusión o una
apuesta.
TN otra vez con la “noticia” de
que se vaticinaban altas temperaturas en la ciudad de Buenos Aires. “Alerta
naranja” rezaba la viñeta roja en el televisor y el pobre Roberto rojo de
bronca le hablaba al televisor como si
fuera uno de sus amigos del bar, donde debería estar jugando al truco bajo los
ventiladores
—¿No pueden hablar de otra cosa
estos periodistas? ¿Qué carajo les importa si seguro que están lo mas
fresquitos en ese estudio de televisión y cuando se van a su casa manejan un
auto con aire acondicionado y seguro que tienen una acondicionador en cada
ambiente de su casa? ¡Qué país generoso!
¡No sé cuántos años de estudio para que nos digan cosas tan obvias o
pregunten estupideces! ¡Y son señores! ¿Cómo no me hice periodista?
Los periodistas. El tema preferido
de Roberto para criticar y dejar salir toda su frustración e impotencia por
haber sido toda su vida un laburante. Todos sus sueños de grandeza quedaron en
el pasado. Lo único grande que tuvo en la vida fue la Matilde. Y grande en
sentido literal. Con los años se fue engrosando, por decirlo de alguna manera.
En su estado actual parecía más fácil saltar por encima de ella que rodearla.
Sí, es cierto. Es una exageración,
pero casi del mismo tipo que la exageración constante del noticiero que eleva a
noticia de primer rango el calor. ¿No se dan cuenta que estamos en enero? ¿Qué
pretenden? ¿Andar con bufanda? ¿Tanta necesidad de repetir que hace calor?
Y para hacerla mejor “entrevistan”
a una pobre vieja en la calle que abanicándose pretende dar una respuesta
elaborada y profunda a la sesuda pregunta de la notera “¿Se siente mucho el
calor? ¿Cómo se prepara para salir a la calle? Veo que trae su botellita de
agua”. Juro que si un día me paran en la calle para preguntarme semejante
estupidez le contesto “¿Agua? ¡No! Es vodka, para ponerme en pedo y no tener
que soportar a los periodistas como ustedes”.
—¿Me escuchaste gordo? ¿Cómo se
dice? ¿“El calor” o “La calor”? —insistió la obesa mujer mientras se secaba el
sudor de los pliegues del cuello.
Roberto la miró en silencio por un
instante y siguió con su labor. Justo a él que detestaba las visitas y cocinar
se le ocurrió apostar el almuerzo para toda la familia de ella ese domingo en
que estaba el campeonato de truco. Y no podía ser cualquier comida. ¡Tenía que
ser pizza! ¡Y casera! Nada de comprar las prepizzas de oferta en el
supermercado chino. No señor.
Las gotas de sudor recorrían su
frente y bajaban por su rostro, su cuello y su nariz. Una y otra vez las secaba
con su pañuelo infructuosamente. El ventilador de techo estaba puesto en la velocidad más baja para evitar que el
viento afectara el levado de la
masa. El horno estaba encendido desde hacía un rato
alcanzando la temperatura necesaria para lograr una pizza crujiente. El aroma
de la salsa condimentada con ajo llenaba el aire. Pero toda esta mezcla de
estímulos no hacía más que aumentar el suplicio de Roberto exacerbado por la
repetición del reportaje a la anciana en TN, el alerta naranja y la imagen de
Matilde recostada bajo la sombra.
Mientras
juraba por enésima vez que no volvería a apostar contra su mujer olvidó secar
el sudor y algunas gotas cayeron sobre la masa. Roberto quedó
petrificado pensando que tendría que ir de urgencia a lo de los chinos a
comprar más harina y empezar todo de vuelta. El grito de Matilde lo sacó de su
ensimismamiento.
—¿Me vas a
contestar o no? ¿Cómo se dice? ¿“El calor” o “La calor”?
—¡Qué se
yo mujer! ¿Por qué no movés el culo y venís a la cocina a ver si este calor es
“el” o “la”? —respondió con evidente fastidio.
—Bueno,
bueno, no te sulfures tanto que te va a hacer mal y a ver si te apurás un poco
que en media hora llega mamá y en una mis hermanos.
Ya el
sudor se convirtió en un goteo constante. Ni se preocupaba por evitar que
cayera sobre la masa de la
pizza. Pasó el reverso de su mano sobre su frente y descargó
algunas gotas sobre la
salsa. Tomó el bollo y lo restregó por su cuello y su pecho
con un gesto de satisfacción maliciosa…
—¡Che
gorda! ¿Qué sabor tendrá “el calor” o “la calor"?
¡Jajaja! Qué buen relato, José, y qué manera de reírme con ese final.
ResponderEliminarEstupendo, che. Generás un clima ideal en la trama, yendo despacio, sin prisas pero sin pausas, enervando la psiquis del protagonista con todo lo que ve, oye y percibe a su alrededor.
Genial, me encantó.
¡Saludos!