miércoles, 19 de febrero de 2014

¿El calor o la calor?



Por José Luis Bethancourt.

—Che, viejo, ¿cómo se dice? ¿“El calor” o “La calor”? —gritó Matilde desde su cómoda reposera bajo la sombra del viejo gomero.
En la cocina, Roberto contestó con un gruñido y maldijo la hora en que hizo aquella apuesta.  Casi veinte años de casado le deberían haber bastado para saber que con la Matilde nunca se puede ganar una discusión o una apuesta.
TN otra vez con la “noticia” de que se vaticinaban altas temperaturas en la ciudad de Buenos Aires. “Alerta naranja” rezaba la viñeta roja en el televisor y el pobre Roberto rojo de bronca  le hablaba al televisor como si fuera uno de sus amigos del bar, donde debería estar jugando al truco bajo los ventiladores
—¿No pueden hablar de otra cosa estos periodistas? ¿Qué carajo les importa si seguro que están lo mas fresquitos en ese estudio de televisión y cuando se van a su casa manejan un auto con aire acondicionado y seguro que tienen una acondicionador en cada ambiente de su casa? ¡Qué país generoso!  ¡No sé cuántos años de estudio para que nos digan cosas tan obvias o pregunten estupideces! ¡Y son señores! ¿Cómo no me hice periodista?
Los periodistas. El tema preferido de Roberto para criticar y dejar salir toda su frustración e impotencia por haber sido toda su vida un laburante. Todos sus sueños de grandeza quedaron en el pasado. Lo único grande que tuvo en la vida fue la Matilde. Y grande en sentido literal. Con los años se fue engrosando, por decirlo de alguna manera. En su estado actual parecía más fácil saltar por encima de ella que rodearla.
Sí, es cierto. Es una exageración, pero casi del mismo tipo que la exageración constante del noticiero que eleva a noticia de primer rango el calor. ¿No se dan cuenta que estamos en enero? ¿Qué pretenden? ¿Andar con bufanda? ¿Tanta necesidad de repetir que hace calor?
Y para hacerla mejor “entrevistan” a una pobre vieja en la calle que abanicándose pretende dar una respuesta elaborada y profunda a la sesuda pregunta de la notera “¿Se siente mucho el calor? ¿Cómo se prepara para salir a la calle? Veo que trae su botellita de agua”. Juro que si un día me paran en la calle para preguntarme semejante estupidez le contesto “¿Agua? ¡No! Es vodka, para ponerme en pedo y no tener que soportar a los periodistas como ustedes”.
—¿Me escuchaste gordo? ¿Cómo se dice? ¿“El calor” o “La calor”? —insistió la obesa mujer mientras se secaba el sudor de los pliegues del cuello.
Roberto la miró en silencio por un instante y siguió con su labor. Justo a él que detestaba las visitas y cocinar se le ocurrió apostar el almuerzo para toda la familia de ella ese domingo en que estaba el campeonato de truco. Y no podía ser cualquier comida. ¡Tenía que ser pizza! ¡Y casera! Nada de comprar las prepizzas de oferta en el supermercado chino. No señor.
Las gotas de sudor recorrían su frente y bajaban por su rostro, su cuello y su nariz. Una y otra vez las secaba con su pañuelo infructuosamente. El ventilador de techo estaba puesto  en la velocidad más baja para evitar que el viento afectara el levado de la masa. El horno estaba encendido desde hacía un rato alcanzando la temperatura necesaria para lograr una pizza crujiente. El aroma de la salsa condimentada con ajo llenaba el aire. Pero toda esta mezcla de estímulos no hacía más que aumentar el suplicio de Roberto exacerbado por la repetición del reportaje a la anciana en TN, el alerta naranja y la imagen de Matilde recostada bajo la sombra.
Mientras juraba por enésima vez que no volvería a apostar contra su mujer olvidó secar el sudor y algunas gotas cayeron sobre la masa. Roberto quedó petrificado pensando que tendría que ir de urgencia a lo de los chinos a comprar más harina y empezar todo de vuelta. El grito de Matilde lo sacó de su ensimismamiento.
—¿Me vas a contestar o no? ¿Cómo se dice? ¿“El calor” o “La calor”?
—¡Qué se yo mujer! ¿Por qué no movés el culo y venís a la cocina a ver si este calor es “el” o “la”? —respondió con evidente fastidio.
—Bueno, bueno, no te sulfures tanto que te va a hacer mal y a ver si te apurás un poco que en media hora llega mamá y en una mis hermanos.
Ya el sudor se convirtió en un goteo constante. Ni se preocupaba por evitar que cayera sobre la masa de la pizza. Pasó el reverso de su mano sobre su frente y descargó algunas gotas sobre la salsa. Tomó el bollo y lo restregó por su cuello y su pecho con un gesto de satisfacción maliciosa…
—¡Che gorda! ¿Qué sabor tendrá “el calor” o “la calor"?


1 comentario:

  1. ¡Jajaja! Qué buen relato, José, y qué manera de reírme con ese final.
    Estupendo, che. Generás un clima ideal en la trama, yendo despacio, sin prisas pero sin pausas, enervando la psiquis del protagonista con todo lo que ve, oye y percibe a su alrededor.
    Genial, me encantó.
    ¡Saludos!

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