Por Bibiana
Pacilio y Andrés Sarich.
(basado en la canción «Criminal mambo»)
—Ya bajo —decía Ludmila desde arriba. A varios pisos
de ahí volvía a resonar el mensaje que escapaba por la rendija metálica, en los
oídos de él.
Los diez minutos que le llevaron trasladarse de un
sexto piso a la planta baja hablaban de un mensaje un tanto engañoso. Aunque a
Víctor lo tenía acostumbrado, por no hablar de a todos los hombres. Pensaba que
si ella bajase rápido se preocuparía, porque una mujer que no se toma su tiempo
tarde o temprano se toma el tiempo de los demás. Problema que valía la pena
evitar, aún sacrificando minutos de vez en cuando.
Las puertas del ascensor, al abrirse, interrumpieron
sus reflexiones. La esperó con un mensaje invertido en el vidrio, rodeado de su
aliento. “Dale, mujer, que hace frío”,
exageraba encogiéndose y frotándose los brazos enérgicamente. Ella no
pudo evitar reírse.
—¡Qué personaje! —decía Ludmila mientras abría la
puerta sonriente.
—Me das tanto tiempo libre que se me ocurren estas
pavadas, dejame pasar que me muero de calor.
La saludó a los besos, con un repertorio amplio que
se interrumpió con el sonido de un vecino al entrar, que por respeto o
envidia, saludó con la mirada.
Terminado el abrazo fueron a refugiarse al
departamento. Mientras subían por el ascensor, Víctor trataba de acordarse
cuándo fue la última vez que sintió la incomodidad del silencio al subir con
ella, y la miró. Ella
le devolvió la mirada con su sonrisa y la escena se desplegó infinita en los
espejos.
La puerta estaba abierta, como si entre los
centímetros exactos de luz pudieran colarse las fragancias del después,
invitando a rozar, volcar, empujar en un entreacto conocido y saboreado pero
inevitable. El agua derramada con los brazos de la torpeza la atrajeron más
hacia él. Ludmila reía mientras intentaba como una diosa implacable atraer el
deseo hacia su cuerpo, sin embargo los ojos de él, casi rojos, casi cegados,
solo se dirigían hacia la gota de agua que crecía sin poder detenerse en el
piso de madera.
—¿Qué te pasa? Estás raro —sentenció la mujer en la
incomodidad de su respiración, ahora inquieta.
—Necesito música —dijo él.
Ludmila volvió a sonreír y a ofrecer. Más vino, más
música, más caricias.
—Tírate en el piso —le dijo él— sobre el agua.
La música sonaba más fuerte cuando las manos de Víctor
ahogaron el último suspiro de la mujer, que blanca y silenciosa por fin, se
sumergía en un río de sangre cristalina.
Excelente! Y qué temazo!!!
ResponderEliminarMuy bueno, Bibi, Andrés.
ResponderEliminarSorpresivo final, acorde a la canción (musical y sangriento), con una atmósfera romántica teñida de rojo.
Me gustó mucho.
¡Saludos!
veloz y preciso relato. me encantó!!
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