Por Laura de la Rosa.
Es
cierto, pese al más silencioso de los secretos, o al más rumoroso de los
mismos. Lo cierto es que ha sido real. Pasó. Y voy a contar la historia. Es
hora que asuma el riesgo que este secreto conlleva y pueda ponerlo en palabras.
La
historia oficial cuenta que se suicidó el 30 de abril de 1945. En su bunker de
Berlín. Estaba junto a su esposa, quien también terminó con el mismo destino.
Llegaron
a América a bordo de un submarino que desembarcó luego en las costas de Mar del
Plata. De ahí fue llevado por tierra a Córdoba y más tarde a Río Negro.
Esto
formaba parte de un plan perfectamente orquestado, elaborado minuciosamente dos
años antes de perder la guerra. Consistía nada más y nada menos en un plan de
evacuación de recursos humanos, técnicos y científicos.
Trabajaron
con mucha anticipación y organización. Su salida era la parte más importante
del plan. Velar por él y su seguridad el principal objetivo. Había que
llevarlo, si fuera necesario, al fin del mundo. Y así fue como llegó a esta
tierra helada.
Stalin
siempre lo sostuvo. Él no murió, él viajó a España y luego a Argentina. Repetía
que la muerte había sido inventada. No hubo cuerpo identificado, no hubo
autopsia, ni siquiera un acta de defunción. Unos soldados que llegaron al lugar
gritaron que se había suicidado, quemaron los cadáveres y así se mantuvo la
historia. Es más, hasta el mismo Eisenhower había aceptado el hecho que él
había huido y ofrecía recompensa por su captura.
Llegó
a América protegido, cuidado como el más preciado de los tesoros. Eso era. Él
le devolvió la dignidad a Alemania, hoy le tocaba a los camaradas devolver su
propia dignidad.
Decían
que jamás toleró la idea de que el mundo creyera que se había suicidado. El
cobarde hecho de perder la vida por su voluntad.
Otra
parte del plan era brindarle un lugar para vivir. Digno y a la altura de las
circunstancias.
Se
le compró un terreno alejado de las zonas más pobladas y construyeron una casa.
Se encargó de los planos de la misma el famoso arquitecto Alejandro Bustillo.
Las indicaciones fueron precisas. La casa debía ser similar a la de Berghor de
los Alpes y así lo fue, seis habitaciones y tres baños en la planta alta, tres
habitaciones y tres baños en la planta baja y una cocina, y una gran sala de
estar que daba al majestuoso parque y al lago Nahuel Huapi. Cuatrocientas
cincuenta hectáreas a la orilla más escondida del lago le dieron intimidad y
tranquilidad.
Tenía
cincuenta y seis años, un nombre falso. Ya no usaba más el bigote tradicional y
su cabello estaba rapado. Eva había tenido que teñir su pelo, negro azabache lo
llevaba y se hacía llamar Paula.
El
primer lugar en que se afincó fue La Falda, estuvo allí hasta que la casa de
Bariloche estuvo lista. Luego partió al sur.
Argentina
les ofreció la infraestructura perfecta, un lugar lejano y perdido, lejos de la
Europa de la post guerra. El submarino fue recibido por una comitiva alemana,
muy bien posicionada económicamente en la región.
No
hay lugar en el mundo que se parezca más a los Alpes que Bariloche y sus lagos.
Y qué mejor que vivir rodeado de camaradas.
La
vida fue tranquila en América, no debió trabajar, vivía de los cánones que le
daban mensualmente sus compatriotas. Tuvo dos hijas. Pasaba sus días
descansando, pescaba truchas en su propio muelle y las cocinaba en una cocina a
leña que le fascinaba.
Era
frecuente recibir visitas en su casa, todos hombres que lo habían acompañado en
los años más importantes de su gobierno y que también habían formado parte de
la comitiva que partió de Alemania.
No
salía nunca de su hogar. Su exilio fue en el paraíso, pero fue su exilio al
fin.
Por
las noches no dormía. Sus sueños lo atormentaban.
Bajo
su almohada siempre había un arma, temía ser asesinado por las noches.
Solía
despertarse ahogado, al grito de «…no puedo respirar…». Sufría de alergias,
sentía que el agua le quemaba las entrañas. No bebía nada que no fuera probado
antes por otra persona.
Cuando
bebía cantaba canciones de su patria y confesaba oír el ruido de cadenas y
sombras que lo amenazaban. Sabía que eran los fantasmas de su pasado.
Temía
volverse loco o quizás temía haber recuperado la cordura.
Murió
en 1962 a los setenta y tres años, junto a su mujer y sus hijas.
Ese
día en Bariloche, muchos lloraron al Führer.
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información:
Muy bueno, Laura.
ResponderEliminarToda una ¿fantasía? muy bien llevada adelante en tu relato: la nostalgia del asesino por su lugar de origen, los fantasmas del pasado que vuelven, el hecho de que nunca pueda estar en paz (como si alguien, por fin, se estuviera pagando las cuentas en la lejana Argentina), todo hace que el relato impacte.
Me gustó mucho, che.
¡Saludos!
Interesantísima historia, Laura. Con todo un clima de misterio que la vuelve desesperante y adictiva al mismo tiempo. ¡Genial!
ResponderEliminarGracias muchachos
ResponderEliminarseguramente tiene mucho de verdad. y en la falda estuvo seguro.
ResponderEliminary seguramente sigue rondando sobre el lago helado, pagando cuentas kármicas...
muy bueno lau!!!
Una historia que desconocía pero que parece verosímil. Me atrapó!. Besos
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