miércoles, 7 de agosto de 2013

Cuidar al Camarada



Por Laura de la Rosa.


Es cierto, pese al más silencioso de los secretos, o al más rumoroso de los mismos. Lo cierto es que ha sido real. Pasó. Y voy a contar la historia. Es hora que asuma el riesgo que este secreto conlleva y pueda ponerlo en palabras.
La historia oficial cuenta que se suicidó el 30 de abril de 1945. En su bunker de Berlín. Estaba junto a su esposa, quien también terminó con el mismo destino.

Llegaron a América a bordo de un submarino que desembarcó luego en las costas de Mar del Plata. De ahí fue llevado por tierra a Córdoba y más tarde a Río Negro.
Esto formaba parte de un plan perfectamente orquestado, elaborado minuciosamente dos años antes de perder la guerra. Consistía nada más y nada menos en un plan de evacuación de recursos humanos, técnicos y científicos. 
Trabajaron con mucha anticipación y organización. Su salida era la parte más importante del plan. Velar por él y su seguridad el principal objetivo. Había que llevarlo, si fuera necesario, al fin del mundo. Y así fue como llegó a esta tierra helada.

Stalin siempre lo sostuvo. Él no murió, él viajó a España y luego a Argentina. Repetía que la muerte había sido inventada. No hubo cuerpo identificado, no hubo autopsia, ni siquiera un acta de defunción. Unos soldados que llegaron al lugar gritaron que se había suicidado, quemaron los cadáveres y así se mantuvo la historia. Es más, hasta el mismo Eisenhower había aceptado el hecho que él había huido y ofrecía recompensa por su captura.

Llegó a América protegido, cuidado como el más preciado de los tesoros. Eso era. Él le devolvió la dignidad a Alemania, hoy le tocaba a los camaradas devolver su propia dignidad.
Decían que jamás toleró la idea de que el mundo creyera que se había suicidado. El cobarde hecho de perder la vida por su voluntad. 
Otra parte del plan era brindarle un lugar para vivir. Digno y a la altura de las circunstancias. 
Se le compró un terreno alejado de las zonas más pobladas y construyeron una casa. Se encargó de los planos de la misma el famoso arquitecto Alejandro Bustillo. Las indicaciones fueron precisas. La casa debía ser similar a la de Berghor de los Alpes y así lo fue, seis habitaciones y tres baños en la planta alta, tres habitaciones y tres baños en la planta baja y una cocina, y una gran sala de estar que daba al majestuoso parque y al lago Nahuel Huapi. Cuatrocientas cincuenta hectáreas a la orilla más escondida del lago le dieron intimidad y tranquilidad.

Tenía cincuenta y seis años, un nombre falso. Ya no usaba más el bigote tradicional y su cabello estaba rapado. Eva había tenido que teñir su pelo, negro azabache lo llevaba y se hacía llamar Paula.
El primer lugar en que se afincó fue La Falda, estuvo allí hasta que la casa de Bariloche estuvo lista. Luego partió al sur.
Argentina les ofreció la infraestructura perfecta, un lugar lejano y perdido, lejos de la Europa de la post guerra. El submarino fue recibido por una comitiva alemana, muy bien posicionada económicamente en la región.
No hay lugar en el mundo que se parezca más a los Alpes que Bariloche y sus lagos. Y qué mejor que vivir rodeado de camaradas.

La vida fue tranquila en América, no debió trabajar, vivía de los cánones que le daban mensualmente sus compatriotas. Tuvo dos hijas. Pasaba sus días descansando, pescaba truchas en su propio muelle y las cocinaba en una cocina a leña que le fascinaba.
Era frecuente recibir visitas en su casa, todos hombres que lo habían acompañado en los años más importantes de su gobierno y que también habían formado parte de la comitiva que partió de Alemania.
No salía nunca de su hogar. Su exilio fue en el paraíso, pero fue su exilio al fin. 

Por las noches no dormía. Sus sueños lo atormentaban.
Bajo su almohada siempre había un arma, temía ser asesinado por las noches.
Solía despertarse ahogado, al grito de «…no puedo respirar…». Sufría de alergias, sentía que el agua le quemaba las entrañas. No bebía nada que no fuera probado antes por otra persona.
Cuando bebía cantaba canciones de su patria y confesaba oír el ruido de cadenas y sombras que lo amenazaban. Sabía que eran los fantasmas de su pasado.
Temía volverse loco o quizás temía haber recuperado la cordura.
Murió en 1962 a los setenta y tres años, junto a su mujer y sus hijas. 
Ese día en Bariloche, muchos lloraron al Führer.


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5 comentarios:

  1. Muy bueno, Laura.
    Toda una ¿fantasía? muy bien llevada adelante en tu relato: la nostalgia del asesino por su lugar de origen, los fantasmas del pasado que vuelven, el hecho de que nunca pueda estar en paz (como si alguien, por fin, se estuviera pagando las cuentas en la lejana Argentina), todo hace que el relato impacte.
    Me gustó mucho, che.
    ¡Saludos!

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  2. Interesantísima historia, Laura. Con todo un clima de misterio que la vuelve desesperante y adictiva al mismo tiempo. ¡Genial!

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  3. seguramente tiene mucho de verdad. y en la falda estuvo seguro.
    y seguramente sigue rondando sobre el lago helado, pagando cuentas kármicas...
    muy bueno lau!!!

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  4. Una historia que desconocía pero que parece verosímil. Me atrapó!. Besos

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