Por José Luis Bethancourt.
(basado en «Éxodo»)
“Les Éclaireurs, octubre 2 de
2020. El aumento constante de la temperatura en los últimos 130 días aceleró el
proceso de descongelamiento de los hielos australes y elevó el nivel del mar.
Ya no es posible mantener las instalaciones del faro y el comandante ha dado
órdenes de migración hacia el continente.”
Esta es la última entrada en el diario personal de Martial. Las
distracciones que ofrecía el moderno complejo “Proyecto Edén” resultaban más
interesantes que llenar el cuaderno de tapas negras como si fuera una bitácora.
Aunque para muchos la idea de vivir en un faro de una pequeña isla era un sueño
romántico no se podía comparar con este oasis cercano a Cerro Dragón.
El aislamiento natural de la región propició la creación de una
comunidad donde las leyes del Estado no eran acatadas ni reconocidas. La
Compañía dispuso, con sentido pragmático, la contratación de más mano de obra
femenina. Sabido es que el llamado género débil puede resistir condiciones
extremas con mayor entereza que los hombres. Y cuando Tatiana y Dalila
intuyeron que podían lograr la dominación del “Edén” pusieron en marcha un plan
para la formación de una sociedad matriarcal.
Mis tareas me mantenían mucho tiempo fuera del complejo. Tal vez por
eso no me afectó igual que a Martial y sus hermanos el estar tanto tiempo
rodeados de mujeres hermosas y complacientes. Lo primero que lograron fue una
reducción de horas obligatorias de servicio, dejando más tiempo de ocio a la
reducida población masculina.
No me interesaba trabajar menos horas, ni estar en ese ambiente de
constante jolgorio. Mi interés principal en mi tiempo libre era conectarme a la
red y pasar largo rato charlando y compartiendo música con otros cibernautas.
Al terminar el primer mes de reducción horaria y ocio en compañía los
rostros de la mayoría no se veían tan felices. Demacrados, y con ojos
enrojecidos varios empezaron a hablar sobre la posibilidad de pedir un traslado
a otro complejo de la compañía.
Ese fue la primera señal de alerta que tuve. Cuando traté de indagar
por qué querían irse rehuían la mirada y cambiaban de tema. Hasta que una tarde
decidí seguir a uno de ellos cuando abandonaba los vestuarios.
Se introdujo por una puerta secreta que estaba disimulada detrás del pabellón
de mantenimiento. Nunca me había percatado de su existencia y no estaba
preparado para lo que vi esa tarde.
Martial y sus compañeros ya habían llegado. Cada uno de ellos estaba
atado a una camilla y eran sometidos sexualmente por la capataz y sus compañeras.
La enfermera bajo supervisión de la médica juntaba la esperma en probetas y las
guardaba en refrigeradores portátiles. Poco antes de liberarlos le inyectaban
una droga y los bañaban bajo el fuerte chorro de agua de las mangueras del sistema contra incendio.
Estaban convirtiendo a los hombres en sementales sin voluntad propia.
¿Con qué fin? ¿Por qué no se resistían? ¿Podría confiar lo que vi a alguien?
Decidí buscar mis propias respuestas sin contar a nadie lo que sabía.
A la mañana siguiente me levanté más temprano que de costumbre y me
escabullí dentro de la Sala de Mandos aprovechando que las guardianas estaban
distraídas en el relevo de turno. Accedí
a la terminal más alejada y comencé a realizar una búsqueda de archivos
por directorios buscando alguna anomalía. Pero no notaba nada extraño. Cuando
estaba a punto de renunciar a mi búsqueda revisé el listado de archivos
modificados más recientemente.
Eran los registros médicos de Martial y sus hombres. Asociados a cada
uno de ellos había un número de cuenta bancaria. Un documento final daba
pormenores del “Proyecto Novaterra” y daba órdenes muy precisas de diezmar la
población masculina. Sin que se extinguiera, para poder procrear una raza de
esclavos con destino a los yacimientos de platino encontrados recientemente en
la base lunar.
Tatiana era la responsable del proyecto, y Dalila la encargada de
reclutar a los sujetos de experimentación. Pero por un inesperado descuido mi
nombre no figuraba en la
nómina. Debo atribuir a mi suerte el hecho de estar asignado
a tareas fuera del complejo o que tal vez no me consideraran apto por mi
carácter hosco y solitario.
Mi objetivo ahora era mantenerme alejado de ellas y tratar de mantener
a salvo a la mayor cantidad posible hasta que llegara el convoy de suministros
en cuarenta y cinco días. Fueron seis semanas extenuantes y al final con un
resultado muy magro.
La llegada de los suministros vino acompañada de más mujeres, más
jóvenes y mejor dispuestas. Nada pude hacer contra la testosterona de los pocos
que aún se mantenían fuertes. Sucumbieron al encantamiento y pronto dejaron de
ser dueños de su voluntad.
Hasta que ocurrió la catástrofe. Un Martial envejecido y alelado fue
el que inició todo. Sin conciencia de lo que hacía cerró las escotillas de
respiración de los dormitorios provocando la muerte por asfixia de todos. Solo
sobrevivimos quienes no usábamos los dormitorios comunales: Dalia, Tatiana y
yo.
Sin saber lo que había ocurrido durante la noche casi chocamos en un
cruce de pasillos. Mi reflejo de supervivencia fue suficiente para lograr
esquivarlas y esconderme. Pasé el resto de la semana en un juego de gato y
ratón ocultándome o vigilándolas. Así supe que una vez que informaron el estado
del proyecto recibieron órdenes de desactivar todos los soportes vitales del
complejo y encerrarse en la cámara de criogenización.
Una vez que se encerraron en la cámara tuve todo el tiempo que
necesitaba para preocuparme por mi supervivencia. Logré activar una cápsula de
reposo y cobijarme en ella. La misma contaba con agua y alimentos para varios
meses. Y los necesité porque nadie del exterior sabía lo que ocurría en el
Edén.
Cuando logré hacer funcionar un equipo de comunicaciones emití un SOS
sin destino fijo y lo programé para que lo repitiera cada tres horas. Han
pasado cuatro meses y la monotonía me está volviendo loco. Todos los días paso
largos momentos mirando el receptor esperando que alguien conteste mi pedido de
auxilio.
¿Debo quedarme o debo partir buscando mi destino? Esa es la cuestión. Todos tenemos un momento en la vida en que los
caminos se bifurcan, en los que una sola decisión puede afectar las cientos que
aún no se han tomado, como si fueran fichas de dominó...
Me encantó que esta historia Cifi , muy buena por cierto, nos dejara un final abierto que quizás solo los protagonistas puedan encontrar entre repetidas señales de auxilio...SMS que nos recuerdan que los humanos somos una raza extraña... Muy bueno Pepín !!!
ResponderEliminarGracias Bibi! Escribir siempre es un desafío con sabor agradable. Y es un placer que sirva para hacer reflexionar también. Un abrazo
ResponderEliminarFantástico, José, me encantó.
ResponderEliminarCiencia ficción que se hace muy llevadera, con ese suspenso muy bien planteado y esas pequeñas pistas que nos vas dando sobre lo que podría llegar a suceder, para pegar un vuelco a mitad de relato y terminar en una situación de pánico sin salida a la vista (genial el final abierto...). Y es ágil de leer por esa virtud tuya de incluir en tus letras lo cotidiano de nuestro vivir, aunque la ciencia ficción sea el género elegido (género muy difícil de escribir para mí, por otro lado: solo tengo dos cuentos escritos al respecto..)
Te felicito, che, disfrutada la lectura de principio al punto final.
¡Saludos!
Gracias Juanito! Algo que me sale naturalmente es escribir en estilo de crónica, aunque el género no lo pida. Me alegra mucho que lo hayas disfrutado :)
Eliminar¡Buenísimo José Luis! Como bien dijo Juan, ese tono cotidiano que tiene este cuento de ciencia ficción le da un toque muy tuyo, muy personal, que lo hace un relato muy entretenido y llevadero en todo momento. ¡Felicitaciones!
ResponderEliminarMuchas gracias! La ciencia ficción siempre me atrapó, especialmente en las letras de Jules Verne y Bradbury
Eliminary... quién esperabas que te auxilie?? de qué?? hombres necios que acusais... :)
ResponderEliminarno escapeis... sois parte importante en esta historia, hombres!!
(ME ENCANTÓ, JLB!!!)
Claudia, los hombres somos pobres víctimas del encanto de las féminas :)
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