miércoles, 11 de junio de 2014

De espejos y cuentos




Por Laura de la Rosa.

—Tú, mi reina, eres la más bella de todas.

El Castillo se encontraba en un gran estado de deterioro, pero entre las sombras podía vislumbrarse el esplendor que alguna vez había tenido.
Las ruinas de una fachada medieval se escondían detrás de matorrales de hiedra que corroían, ayudadas por el paso del tiempo, los antiguos ladrillos que lo levantaban.
La construcción databa de 1635 o 1640 y se encontraba emplazada en una pintoresca región de la baja Franconia, estuvo alguna vez exquisitamente decorada, pero los estragos de la Primera Guerra Mundial destruyeron su interior. Durante la Segunda Guerra, algunos salones albergaron a enfermos de tuberculosis.
Más adelante  fue adquirido por la compañía de ferrocarriles y se utilizó como orfanato y además funcionó hasta 1880 una escuela pública de señoritas, luego fue cerrado.
Fue vendido, en ese entonces, a un millonario de nacionalidad inglesa, pero repentinamente decidió abandonarlo.
El castillo se encontraba abandonado desde 1891 y nos habían encargado restaurarlo.
El trabajo que nos esperaba era titánico, pero habíamos decidido lograr que nuestro castillo se convirtiera en la majestuosa obra del pasado. Recorrimos palmo a palmo, cada uno de sus cuartos, los salones, las salas de uso público, las instalaciones auxiliares y de servicios. Llegamos a la conclusión de que era una joya por su calidad constructiva pero que la restauración nos iba a llevar varios años.
Uno de los pasos principales sería rescatar los objetos que se encontraban en las ruinas. Muebles antiguos, mesas, sillas, espejos, pinturas y llevarlos al recinto donde pasarían los próximos tiempos hasta que regresaran al lugar para tener su ubicación definitiva.

Los espejos
Una de las cosas que más nos llamó la atención era la cantidad de espejos que tenía la morada.
Las épocas de esplendor y deterioro se podían observar en cada uno de ese majestuoso mobiliario.
Cada salón, el que sea, tenía en algún lado el resplandor de algún espejo.
Grandes, pequeños, rústicos, barrocos, con grabados o relieves mitológicos, curvos, cóncavos o convexos. Todos los rayos que por las ventanas ingresan reflejaban en sus caras hasta el mínimo rincón.
En el recuento de cada uno observamos asombrados que todos estaban en perfecto estado. A pesar del deterioro del castillo los espejos estaban intactos.
Estos objetos que desde épocas remotas reflejaban la realidad habían mantenido su perfecta completud, generaciones y generaciones reflejaron su alma y guardaron historias en la complicidad de lo que retrataban.
—Vos sabés que los espejos esconden historias de todo tipo —dijo Gregorio mientras escribía en su cuaderno las características que después permitirán colocarlos en el mismo lugar—: no solamente se los relacionan con la mala suerte, sino que en muchas épocas se dijo que eran portales que conectaban el alma con el más allá.
—Allá ¿dónde? —dije algo incrédula.
—Hay muchas personas que dicen ver reflejadas a otros que ya no están o que nunca han conocido.
—¿Y adónde lo ven reflejado? En sus caras.
—Frecuentemente en sus ojos, pero no puedo descartar que también sea en sus caras.
No creí una palabra de lo que Gregorio dijo pero me parecía interesante acompañar nuestro trabajo con estas historias.
—Este es un espejo con marco de plata —dijo y señaló uno muy grande que se encontraba en la sala principal—. Generalmente se usaban para la adivinación. Los antiguos solían mirar en las profundidades, como si se miraran en un recipiente con agua. En un primer momento las imágenes no suelen a ser nítidas pero luego, empiezan a aparecer rostros, escenas que pueden interpretarse e incluso el reflejo de las almas de los que ya no están.
Gregorio mostraba un conocimiento increíble sobre los espejos, hasta se le notaba pasión al contarlo. Así fue como  relató:
—Fijate el caso de los vampiros, son cuerpos carentes de almas y por lógica…
—No se reflejaban en los espejos —dije.
—Exactamente. Y por el contrario cuando una persona estaba por morir se cubrían todos los espejos, no sea cosa que el alma se encerrara allí y no se fuera a su última morada.
—Claro, suena muy lógico —dije, y pensé todo lo contrario.
—No te burles que si bien no está probado, cabe en esto una posibilidad. ¿Vos crees en el alma?
—Claro.
—Bueno, es algo que no ves, puede no ser tampoco muy lógico. ¿Le venderías el alma al diablo?
—No, claro que no.
—Otra cosa que no ves, ni siquiera sabés si existe o no, pero por las dudas, y ante la tentación me contestás que no se la venderías. Decime entonces por qué no creer en estas historias de los espejos.
Gregorio se divertía con esta charla, en la que ponía a prueba mi credulidad y mi incredulidad. Le pedí entonces que me contara de dónde venía el mito de la mala suerte.
—Si se rompe un espejo caen sobre tu persona siete años de mala suerte, porque si pensamos que el espejo refleja tu alma, cuando se rompe, deja el alma a la deriva, expuestas por siete años a cualquier clase de calamidades.
—¿Por qué perdés el alma?
—No, el alma está, perdés la esencia.
—¿Y por qué siete?
—No es un número casual, el siete es para muchos el número perfecto. Es un punto nodal entre dos números, el tres que era considerado un número sagrado, se asocia a la sagrada trinidad y el cuatro un número terrenal (los cuatro puntos cardinales, los cuatro elementos, las cuatro estaciones). Hipócrates por ejemplo decía: “El número siete por sus virtudes ocultas, tiende a realizar todas las cosas; es el dispensador de la vida y fuente de todos los cambios, pues incluso la luna cambia de fase cada siete días: este número influye en todos los seres sublimes”. Pensemos también en los siete planetas, en los siete mares, en los siete enanitos.
—Claro, el espejo de Blancanieves y los siete enanitos.
—Cuento cúlmine en el tema de los espejos, la madrastra mala quiere asesinar a Blancanieves solo porque el espejo le dijo que es la más linda del reino.
—Gregorio, eso son cuentos para chicos —le dije.
—Lo sé, pero mirá, estamos en este hermoso castillo, estamos rodeados de espejos… —Me agarró de la mano y me llevó a uno de los cuartos, sobre la pared se encontraba apoyado un hermoso espejo—. Mirá este, observá la forma del marco, tiene propiedades acústicas, como el del cuento.
—Me estás cargando.
—No, para nada, este castillo es muy viejo y estos espejos son del 1600, tenían propiedades acústicas, cuando hablabas cerca del marco, estos susurraban tus palabras. Probá.
—¿Y qué digo?
—Preguntale si sos la más linda del reino.

Gregorio se fue de la habitación para seguir con el relevamiento y yo me quedé anotando las particularidades del mobiliario de la habitación.
Antes de irme, caí en la tentación, me acerqué a esa hermosa reliquia, me miré y dije como en el cuento.
—Espejito espejito mágico en la pared, dime una cosa, ¿quién es de todas las damas de este reino la más hermosa?
Me quedé esperando que el espejo dijera algo, pero lógicamente nada salió más que mi reflejo.
Me fui caminando para encontrarme con mis compañeros con la sonrisa en los labios luego de haber probado, como niña, el poder del espejo mágico.

—Tú, mi reina, eres la más bella de todas —respondió el espejo a los pocos minutos, pero esta vez nadie escuchó.


1 comentario:

  1. Muy bueno, Laura. Los diálogos construyen la trama de manera muy fluida, para llegar a ese final donde crece mucho el suspenso, y se te congela un poco la sangre con la frase del remate.
    Me gustó.
    ¡Saludos!

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