miércoles, 27 de noviembre de 2013

Rompecabezas



Por Claudia Medina Castro y Osvaldo Barone.

(basado en la canción «La hija del fletero»)

1.

—... Está hablando de su estupidez, de su falta de coraje, de lo que no pudo escuchar.
—¿Qué? Decime… ¡Decime!
—¿Dónde estás?
—Estoy acá.
—¿Dónde es acá?
—Acá en el cuarto, decime que te escucho.
—No, no me escuchás desde ahí.
—¿Qué? Dale… no me hagas levantar… (Se levanta y viene).
—Digo que está hablando de su estupidez por no haber escuchado.
—Mmm… Yo no sé si iría por ahí… Uy… me agarró una puntada acá… acá… ¿ves? (Me toma el cuello por detrás. Se levanta lentamente y va al baño).
—¿O se tratará de lo que ella no pudo ver?
—¿Eh? (desde el baño) ¿Qué, mi amor?
—¿Será….?
—No te oigo, estoy bañándome. Decime de nuevo. Uy, neni, no me podés traer un toallón que me olvidé…
—Bueno.
—Gracias. ¿Qué me dijiste antes, Gata?
—Que… mmm… me olvidé.
(Vuelve del baño).
—Me habías dicho algo cuando me estaba bañando.
—Sí. No importa. Pensemos… ¿De qué se trata esto…?
—¿Otra vez te fuiste? (él se va a pensar con la tele).
—¿No querías que piense?
—¡Tenemos que pensar juntos para redondearlo y ya!
—¡Pero cuando estoy ahí no me decís nada!
—Es porque estoy pensando. Ok. ¿Lo pongo de nuevo?
—(Vuelve). Sí, mi vida.

2.


—Concentrate en la letra. Él no tenía valor para ver las letras de las cartas. No las abrió.
—…Yyy… porque era un muchacho que no dormía de noche... Si abría las cartas iba a llorar.
—¿Y qué? ¿Tenía miedo de llorar? ¿Eh? ¿No quería llorar?
—Y no, por esos motivos no. (Se va al cuarto de nuevo).
—¿Por qué por esos motivos no?
—¿Qué? Porque es caer a la tierra, nena.
—¿Cómo es eso?
—Porque no puede llorar por eso. No da.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Criminal mambo



Por Bibiana Pacilio y Andrés Sarich.

(basado en la canción «Criminal mambo»)

—Ya bajo —decía Ludmila desde arriba. A varios pisos de ahí volvía a resonar el mensaje que escapaba por la rendija metálica, en los oídos de él.
Los diez minutos que le llevaron trasladarse de un sexto piso a la planta baja hablaban de un mensaje un tanto engañoso. Aunque a Víctor lo tenía acostumbrado, por no hablar de a todos los hombres. Pensaba que si ella bajase rápido se preocuparía, porque una mujer que no se toma su tiempo tarde o temprano se toma el tiempo de los demás. Problema que valía la pena evitar, aún sacrificando minutos de vez en cuando.
Las puertas del ascensor, al abrirse, interrumpieron sus reflexiones. La esperó con un mensaje invertido en el vidrio, rodeado de su aliento. “Dale, mujer, que hace frío”,  exageraba encogiéndose y frotándose los brazos enérgicamente. Ella no pudo evitar reírse.
—¡Qué personaje! —decía Ludmila mientras abría la puerta sonriente.
—Me das tanto tiempo libre que se me ocurren estas pavadas, dejame pasar que me muero de calor.
La saludó a los besos, con un repertorio amplio que se interrumpió con el sonido de un vecino al entrar, que por respeto o envidia,  saludó con la mirada.
Terminado el abrazo fueron a refugiarse al departamento. Mientras subían por el ascensor, Víctor trataba de acordarse cuándo fue la última vez que sintió la incomodidad del silencio al subir con ella, y la miró. Ella le devolvió la mirada con su sonrisa y la escena se desplegó infinita en los espejos.
La puerta estaba abierta, como si entre los centímetros exactos de luz pudieran colarse las fragancias del después, invitando a rozar, volcar, empujar en un entreacto conocido y saboreado pero inevitable. El agua derramada con los brazos de la torpeza la atrajeron más hacia él. Ludmila reía mientras intentaba como una diosa implacable atraer el deseo hacia su cuerpo, sin embargo los ojos de él, casi rojos, casi cegados, solo se dirigían hacia la gota de agua que crecía sin poder detenerse en el piso de madera.
—¿Qué te pasa? Estás raro —sentenció la mujer en la incomodidad de su respiración, ahora inquieta.
—Necesito música —dijo él.
Ludmila volvió a sonreír y a ofrecer. Más vino, más música, más caricias.

—Tírate en el piso —le dijo él—  sobre el agua.

La música sonaba más fuerte cuando las manos de Víctor ahogaron el último suspiro de la mujer, que blanca y silenciosa por fin, se sumergía en un río de sangre cristalina.